Capítulo 17

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Llevaba seis horas a solas con mis pensamientos. Cuando llegué a la entrada del refugio, me quedé parado casi veinte minutos con la cabeza agachada y el rostro abatido por el dolor. Adentro me esperaban las comodidades que obtuve gracias a los denerios que amasé con mis trabajos, pero el tiempo de disfrutar de lujos había pasado. Incluso el de descansar un poco. En ese momento, eso era cosa de un tiempo muy lejano.

Tan solo entré para llevarme unas botellas del licor más fuerte y más barato que tenía en un armario metálico. Subí hasta la primera planta de un edificio cercano que estaba abandonado, rompí varios muebles y metí los pedazos de madera vieja y roída en un gran bidón de metal.

Una parte del muro exterior estaba derruido y la ventilación era suficiente para que el humo no se acumulara en la gran estancia. Prendí fuego, me senté cerca, puse la pistola sobre una pequeña mesa, abrí una botella y bebí mientras las horas pasaban.

—Toda mi vida ha sido un engaño —dije para mí mismo con la mirada fija en las llamas que sobresalían del bidón—. Un maldito engaño.

La bebida amarga y rancia, de la que guardaba algunas botellas en varios de mis refugios, era la preferida de Sastma para beber en las largas noches en las que nada ni nadie nos impedía disfrutar el uno del otro. No sé si las cogí en un acto inconsciente por ella o porque no quería beber nada caro, nada que no me hubiera podido permitir con un sueldo humilde, con lo poco que habría ganado de no ser el gran Bluquer.

—Has jugado bien, has movido a tus peones y golpe tras golpe has destruido lo poco que quedaba de mi alma —murmuré, tras dar un trago—. Te hiciste pasar por un refugiado de las islas áridas, llegaste a Asmeshia y creaste pistas falsas. —Observé las luces de las llamas proyectarse en los muros de la estancia que aún se mantenían en pie—. Siempre jugaste con ventaja, sabías qué iba a pasar, cómo iba a reaccionar. —Acerqué la botella a los labios, pero me detuve antes de beber—. Me guiaste por un laberinto que solo conducía a mi final. Quizá hasta tuviste que ver con lo que me pasó la noche antes de que hicieras estallar el vehículo donde íbamos Sastma y yo. La noche en el puerto que no recuerdo. —Di un trago largo, puse la botella en las baldosas descoloridas del suelo y me sequé los labios y la barbilla con la mano—. Todo cambió ese día. Me dejé llevar, me volví más impulsivo. Tu gran entrada en acción poco a poco me condujo a actuar como una bestia sin cerebro.

Inspiré despacio, dirigí la mirada hacia la pistola y me imaginé con la boca abierta y el cañón dentro. La intervención de la mujer azul no solo evitó que me volara la cabeza, el enterarme de lo que hizo por Sastma me permitió que me concediera un poco más de tiempo. Además de la culpa que sufría por la muerte de mi madre, me sentía mal por casi haber estado a punto de matar a esa extraña mujer proveniente de otro mundo que había ayudado a alguien que me importaba.

Sumido en mis pensamientos, las horas siguieron pasando. Lo único que interrumpió mi constancia en vaciar las botellas era el tener que alimentar el fuego. Los momentos en los que rompía más muebles me apartaban un poco de mi dolor. Aunque este reaparecía con fuerza nada más volvía a tomar asiento cerca del calor del bidón.

Todavía dudo de si los fogonazos de energía que me recorrían el brazo izquierdo, propagando un leve ardor a través de las venas y quemando parte del alcohol que a esa altura me habría emborrachado, tenían más de mal o de buen augurio.

—Estás tardando mucho —musité, después de dirigir la mirada hacia el diminuto punto luminoso de una de las placas del blindaje del traje de guerra que indicaba mi localización—. No sé cuánto más aguantaré. —Miré la pistola—. Puede que una o dos horas.

Los cuadros mal colgados, con los marcos enmohecidos, me sirvieron para desviar la mirada del bidón y examinarlos varias veces. El fuego pintado en uno y el niño cerca de un precipicio en otro me dieron la impresión de formar parte de una última cruel broma del destino: las llamas de mi destrucción y el niño que nunca pude ser.

Cuando muera el solWhere stories live. Discover now