Capítulo 22

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El leve e intermitente zumbido que producía el portal casi se volvió una tortura; los minutos parecieron convertirse en horas, el tiempo se eternizó mientras mi cuerpo, al borde del colapso, seguía sin responder.

Mantuve la calma en espera de que apareciera quien me había inmovilizado. Mis pensamientos se centraban en el control y en idear estrategias. Debía aprovechar cualquier oportunidad, por muy pequeña que fuera.

Un fuerte golpe, el que produjeron unas suelas contra los restos de la mesa de trabajo, junto con el cese del zumbido que generaba el portal, me alertó de la llegada de mi captor.

—Nos ha llevado un poco más de lo que pensaba —me dijo—, pero ya hemos acabado con la traidora de piel azul. —Aunque quería responder, apenas tenía la fuerza suficiente para respirar—. Te he hecho un favor, no te puedes fiar de esa loca. De su boca no salen más que mentiras. —Caminó a mi alrededor—. Aunque tú no estás mucho mejor que ella. Mírate, estás destrozado. A este paso, tu carne no servirá ni para alimentar a los gusanos.

Se detuvo delante de mí y llegué a ver las botas.

—Libérame y vemos con quién de los dos se dan un festín los gusanos —logré mascullar, después de que el aturdimiento y la presión en el pecho disminuyeran.

Un sistema similar al de distorsión de gravedad de mi traje tiró de mí, me elevó y me movió por la planta del edificio en construcción hasta hacerme retroceder unos metros.

—No hace falta que nos enfrentemos para averiguarlo —replicó—. Ya has sido vencido.

Caí a peso muerto contra una silla y me quedé observando al hombre que me mantenía inmovilizado.

—¿Por qué no has acabado ya conmigo? —apenas me costó preguntarle porque la presión sobre mis pulmones se alivió un poco—. ¿Qué pretendes conseguir?

Caminó a paso lento hasta quedar a casi un metro delante de mí.

—Te quería ofrecer una alianza, un trato beneficioso para los dos, pero, en vez de escucharme, me escupiste en la cara. —Desactivó el casco de su traje de guerra—. No has aprendido nada. Eres igual que todos los de los otros mundos. Un completo inútil. —Me miró a los ojos—. Mi viaje por los universos consumidos solo ha servido para reafirmarme en que el único que merece ser salvado es el mío.

Observé las cicatrices y las marcadas arrugas de su rostro.

—Los otros universos... —pronuncié, pensativo, mientras él iba hacia el modificado.

Sin detenerse, giró la cabeza para mirarme.

—Universos convertidos en ceniza —contestó, antes de dirigir la mirada hacia el modificado.

Cuando contactó a través de la comunicación en el bunker, barajé la posibilidad de que fuera la versión futura de otro Bluquer, de uno que había escapado a la extinción de su mundo, pero el estar tan cerca de él avivó una conexión que me llevó a tener la certeza de que, de un modo u otro, era yo veinte años más viejo.

—Si has recorrido tantos universos, ¿por qué no has puesto freno a la destrucción? —Se detuvo—. Me dijiste que el engranaje era capaz de moldear la realidad, que con él podríamos salvar a mamá. —Giró un poco la cabeza y me miró de reojo—. ¿Por qué no lo has hecho? ¿En todos esos mundos no había engranajes? ¿Qué te impedía acabar con esta locura de una vez por todas?

Se mantuvo inmóvil unos segundos.

—Tú, tú me lo has impedido. —Apretó los puños—. El Bluquer santurrón. El Bluquer que reniega de su naturaleza. El Bluquer que pide perdón por lo que hizo. —Inspiró con fuerza, se dio la vuelta y me señaló—. Tu existencia me debilita. Eres una lacra, una que no puedo destruir.

Cuando muera el solWhere stories live. Discover now