Capítulo 13

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Unos chirridos punzantes penetraron con fuerza a través de los receptores. Los desactivé un par de segundos antes de sentir cómo algo sólido frenaba mi caída y notar que el impacto me hacía rebotar. Cuando la inercia acabó, percibí mi cuerpo mucho más pesado. Me costó incluso parpadear y llenar los pulmones. Moví el brazo con gran esfuerzo, arrastré la mano por la superficie polvorienta en la que estaba tumbado boca abajo y lo llevé al casco. Me tuve que esforzar, los dedos me dolían, pero fui capaz de liberar las reservas de energía y modificar la perturbación gravitacional en el traje de combate.

—¿Dónde demonios estoy...? —hablé entre dientes, después de permitirme un par de minutos de descanso y analizar los datos de los escáneres que me mostraban los visores del casco.

Flexioné los brazos, inspiré con fuerza y me arrodillé. Lo que me rodeaba era parte de un increíble espectáculo: cientos de fragmentos de edificios y construcciones de diferentes épocas, junto con otros que no pertenecían a ninguna arquitectura de mi mundo, flotaban y daban forma a un ancho y largo cinturón que gravitaba alrededor del punto donde me encontraba.

—¿Qué es este lugar? —pronuncié en voz baja, cautivado por la visión.

Mucho más allá de los escombros más lejanos, las luces anaranjadas se filtraban a través de la nebulosa de gases azulados que se vislumbraba en el horizonte. Los tonos amarillos descendían de los límites de la parte alta de las nubes de gas y los rojizos ascendían de la zona más baja. Los colores se entremezclaban a medida que el cinturón giraba y arrastraba los restos de infinidad de construcciones. El baile gravitacional era acompañado por centenares de diminutas explosiones violetas en la nebulosa. Ese lugar no solo era un misterio que irradiaba energía, también estaba repleto de las ruinas de la existencia.

Me levanté y caminé hasta el borde del terreno de piedras pulidas cubiertas por una densa capa de polvo mezclado con esquirlas de metal rojizo.

—La ciudad me necesita. —Me agaché y observé la espiral que giraba a gran velocidad a miles de metros debajo de donde estaba—. Tengo que encontrar una salida. —Cogí una esfera de uno de los bolsillos del chaleco, la presioné, activé el custodio y extendí la mano para que se elevara—. Tengo que volver.

Conecté los visores con las cámaras y escáneres del custodio y dirigí su vuelo. Aquel lugar, visto por encima del cinturón de ruinas, se asemejaba a una inmensa isla flotante con muchas elevaciones. Como si fuera un descomunal iceberg, la base, que apuntaba al ojo de la espiral, era mucho mayor que la parte en la que me encontraba.

Activé el piloto automático del custodio, me levanté y caminé unos pasos por el borde mientras observaba los gigantescos relámpagos dorados que se generaban en la espiral.

Antes de darme la vuelta e ir a explorar la extraña isla flotante, observé un gran fragmento de lo que parecía ser una nave espacial. Su nombre, no sé por qué, me llamó demasiado la atención.

—Ethopskos —pronuncié en voz baja mientras me olvidaba del pedazo de cascarón vacío que orbitaba la isla junto con los restos de construcciones de distintas épocas y mundos.

Una ligera brisa acarició el terreno pulido de la isla y millares de partículas rojizas se elevaron y crearon una lluvia estática de tenues brillos. Alcé la mano, pasé las yemas enfundadas por los puntos de luz y se originaron unos destellos que cegaron los visores y me obligaron a girar la cabeza.

Mientras un cálido cosquilleo me recorría el brazo, voces familiares consiguieron que la nostalgia se adueñara de mí.

—No puede ser... —susurré un pensamiento, antes de que los visores recobraran sus funciones y volviera a mirar a la lluvia estática.

Cuando muera el solWhere stories live. Discover now