13.Bienvenido a mi vida

10 3 1
                                    


Capitulo : XIII

PETER MÜLLER.

Algunas veces sentía que no podía más, era esa sensación de estarme rompiendo poco a poco, en otras ocasiones me sentía fuera de lugar.

Cómo sí no perteneciera al momento en donde me encontraba y no hubiera alguien que hablará mi lengua. Cada día quería salir corriendo, encerrarme en mi habitación para pensar en qué hacer, para no ahogarme en mi mismo. Muchas más veces de lo que quería admitir, me encontraba como un cigarro cayendo en cenizas cada vez que intentaba no asfixiarme.

Estar herido y perdido eran una pésima combinación, ya que, era como ser olvidado en medio de las tinieblas, sin ver alguna luz de esperanza. Estaba al filo de romperme y no había nada que pudiera salvarme, lo poco que tenía el tiempo se había encargado de arrebatármelo.

Me sentía enfermo de tener tanta miseria todos los días. Me enfermaba salir a la vida con mis estúpidas mentiras, porque, eran lo que me detenía para no desangrarme rápidamente.

Cada jodida noche me despertaba a altas horas de la madrugada, bañado en sudor y con mi corazón al borde del colapso. Despertar de golpe era algo horrible y confuso, llegaba a ser bastante agotador con el paso de los años.

La sensación de desesperación, no se me quitaba con nada, esta demás decir que ya había hecho todo lo que me habían dicho los terapeutas. Lo único que mermaba esa sensación era el cigarro.

¿Cuándo fue la última vez que dormiste bien? Esa pregunta no dejaba de rondar en mi cabeza.

Ya había perdido la noción del tiempo. Mi día regularmente comenzaba desde las tres de la mañana o en ocasiones a las cuatro, por muy tarde. Lo peor es que si quería seguir durmiendo, mi mente me traicionaba. Me mostraba pequeños fragmentos de aquella mañana, en donde mi vida cambió por completo, parecía ser un radio descompuesto que sin cesar repetía mi pesadilla.

Repudiaba estar en casa solo o con mi padre, era demasiado grande y no traía buenos recuerdos. Todo lo bueno ya se había esfumado con el paso del tiempo. En esos momentos el departamento con Alex no era una opción viable, ya que sí me quedaba a pasar la noche ahí, lo poco que dormía se iba al carajo, gracias a las visitas constantes de Farah.

Dicen que el desayuno es la comida más importante del día, yo la aprovechaba al máximo con mi mejor compañía.

Es aquella de la cual no te puedes desprender con tanta facilidad, porque, antes de que te des cuenta ella ya te consumió, sin ningún previo aviso.

Gracias a mi adicción por algunas sustancias y el cigarro, mi figura desmerecía, con ello se aumentaban los rumores en los pasillos de la escuela acerca de mi vida. Tanto los alumnos como la plantilla docente estaban al tanto de todo, no me molestaba ocultar lo que yo era, un maldito drogadicto.

La escuela ganó mucho con ello, ya que, amenazaron con expulsarme, por mí era mejor que me mandaran a la mierda. Ya no tenía nada que perder.

En cambio, mi familia no permitió que ocurriera eso, como forma de gratitud les dieron una donación, nada tonto el director recibió una gran suma de dinero por parte de mis padres, permitiéndome cursar mi último año en esa preparatoria de mierda.

Todos tenemos un precio y mi familia había sabido llegar al de ellos.

La clase de Bioquímica se estaba tornando un tanto aburrida. Lo único que me mantenía animado, era ver como a la chica de ojos verdes se le caían sus útiles escolares. Era uno tras otro. Una carcajada se escapó de mis labios.

- ¿Qué te causa risa? - preguntó irritada, mientras metía de mala gana sus cosas en la mochila.

-De tu torpeza- se dibujó una sonrisa en mi cara. Ella me miraba sin diversión alguna.

-Que gracioso, Peter- Farfulló antes de darme la espalda.

-Da lo mismo - Admití a la misma vez que dejaba caer mi cabeza en la mochila, la cual se encontraba arriba de mi mesa. Me gustaba obsérvala de reojo y en ese momento hizo unos pucheros que acrecentaron mi necesidad de burlarme.

Antes de que pudiera decir algo, se abrió la puerta del salón de clase. La señorita Brandon salió y entró al poco tiempo.

-Peter- Alzó la voz - En dirección te buscan. Toma tus cosas y ve.

Llegué a la sala que se encontraba al frente del escritorio de la secretaria del director. Ella y yo, nos conocíamos de sobra, para mi mal gusto.

- ¿Ya puedo entrar? - No se había percatado de mi presencia hasta ,que hablé.

- El director no se encuentra, cariño- Contestó algo confundida, pero no sorprendida por mi visita. - ¿Necesitas hablar con él o te pidió que vinieras? - Levantó su ceja derecha.

La puerta de uno de los pequeños cubículos, que se encontraba cerca de nosotros se abrió. Una mujer joven, de un aspecto un tanto raro caminaba hacia nosotros tropezándose con sus propios pies.

-Gina, me puedes avisar cuando llegue el Joven Müller - Habló, mientras se recargaba en el escritorio. - Por favor.

Al instante que terminó la frase, se dio la vuelta en dirección a mí. No tenía ni un carajo de idea de quién era, pero pude notar que no le importaba en lo más mínimo su aspecto, ya que, estaba completamente fachosa. Se percató de que la miraba directamente y redirigió su mirada al ventanal ocultando sus pequeños ojos.

La secretaria se acercó a ella, para comunicarle en voz baja que era yo a quien esperaba, sonrojada y avergonzada se dispuso a hablar. a mi oficina - Me indicó.

Caminé despacio detrás de ella en silencio tomando una distancia considerable, ya que no quería volver al aula. El lugar estaba repleto de cajas polvorientas y algunos adornos acomodados en forma ascendente. De una manera sutil me dijo que tomara asiento, pero decidí quedarme de pie.

-Hola Peter, es un placer poderte conocer, soy la Psicóloga Gina Ross. Por lo que puedes ver soy nueva y me he puesto al tanto de los estudiantes que tienen antecedentes en esta área.

Tenía que ser una estúpida broma.

-Espero que podamos crear una relación de confianza y que pueda ser una guía para ti.

Se desplazó por la habitación, hasta que llegó a un rincón, en el cual, había amontonadas unas cajas que estaban organizadas por años. Torpemente cargo una y la llevó a la mesa.

Tomó su tiempo, para sacar un expediente el cual yo conocía al derecho y al revés, al frente de la carpeta contenía mi nombre.

La emboscada que había tenido, se llevó más tiempo de lo necesario. No culpaba a la psicóloga de sus buenas intenciones, pero yo tenía un trato el cual se debía de respetar a como diera lugar. Para ese punto ya habían finalizado las clases y los pasillos de la escuela se encontraban medio vacíos.

Como si la estuviera buscando, mi mirada se cruzó rápidamente con la de Zia, quien parecía estar buscando a alguien. Comenzó a cortar la distancia que nos separaba mientras yo rebuscaba en mi mochila un porro.

- ¿Qué fue todo eso? ¿Qué te dijeron? - preguntó confundida - Todos empezaron a murmurar cosas acerca de ti.

- ¿Acaso tiene importancia? -Dije exasperado- El mundo debe de dejar de importarle lo que le pasa a los demás.

Tomé una calada y guardé el humo, durante unos segundos permaneció en mis pulmones para después ir expulsándolo de poco a poco.

-Guarda eso, no quiero ir a detención - se quejó.

-Por una maldita vez, deja de pensar en ti, -repetí mi acción - la vida se trata de tomar diferentes decisiones ,porque, la monotonía tarde o temprano te cansa.

Blanco Y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora