Perro mojado

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CUARENTA Y OCHO

Todos entraron a la casa de Maximus. Si el exterior lucía como un completo desastre, el interior era un basurero. Había tantas cosas dispersas por todos lados que apenas había espacio para que los tres caminaran por los pasillos.

Aunque el lugar se veía como un basurero, en realidad todos los objetos estaban limpios e incluso los muebles no tenían ni una pisca de polvo. Tal vez el dueño de la casa tenía todas esas cosas justo en el lugar donde quería, pero al ser demasiadas el escenario general daba una imagen desagradable.

Había cosas muy curiosas que llamaban la atención nada más entrar: frascos con contenidos brillantes y viscosos, herramientas quirúrgicas con formas extrañas, bolsitas de tela desprendiendo olores agradables, botellas de licor rellenas de líquidos diferentes a su contenido original, recipientes hondos donde se molían hierbas, figuritas de madera con tallados curiosos, flores en jarrones de cristal, y pequeños platos de porcelana quemados por los mecheros colocados debajo de ellos. Realmente parecía el hogar de un taumaturgo que en cualquier momento sacaría centellas de debajo de las mangas amplias que vestía.

-Toma –dijo el 'taumaturgo' pasándole al príncipe una toalla con olor a jabón neutro. –En la primera habitación de la parte de arriba hay un closet con ropa, busca algo que te quede y cámbiate, no quiero tener a un noble enfermo.

-Pero esa habitación... -Aroyitt no pudo continuar, Maximus la interrumpió ignorando la posible advertencia.

-Apresúrate a cambiarte, tú y yo necesitamos hablar seriamente.

Alex no pudo discutirle eso, él también quería terminar rápidamente con ese asunto; si tenía que rogar, prefería que fuera una humillación rápida para así poder regresar al palacio (o a los barrios bajos) para continuar con sus investigaciones y no con una estúpida misión de novela fantástica donde en lugar de salvar a la chica bonita es salvado por ella y donde el mago, que vive en una cueva hechizada, le da las pociones de curación necesarias para salvar al rey.

La parte de arriba era mucho menos desastrosa que la primera planta. Un pasillo largo se extendía hasta el fondo con tres puertas misteriosas; Alex siguió las indicaciones del nigromante y entró a la primera.

Al entrar, un olor a alcohol llegó hasta el príncipe; sus ojos picaban e incluso podía jurar que el sabor de la cerveza se quedaba impregnado en sus labios. Además del olor a alcohol, había cierto aroma a fresias que armonizaba el ya embriagante ambiente.

Cuando por fin las fosas nasales del príncipe se acostumbraron al aroma, pudo examinar mejor el lugar. No era que le interesara o que fuera un chismoso, pero era la primera vez que estaba en el hogar de alguien "promedio". A diferencia de los hogares en los barrios bajos, esta habitación contaba con una cama decente, armarios y muebles de madera sin pintar, libros en el escritorio e incluso una lámpara de energía eléctrica. Si no fuera porque había mucha ropa y hojas regadas por todo el suelo, sería una habitación reconfortante.

La persona dueña de la habitación era mucho más alta que él, toda la ropa que Alex se probaba le quedaba exageradamente grande. No tuvo más opción que usar unos feos pantalones de algodón que tenían una cinta ajustable.

Mientras buscaba cualquier cosa para ponerse en la parte de arriba, un sonido de golpe se escuchó justo al lado de él. Era la segunda vez en el día que alguien lo asustaba, no pudo evitar dar un brinquito hacía atrás y retraer sus brazos contra su pecho.

Alex miró la ventana, el lugar desde donde entró el sujeto que estaba de espaldas a él y que intentaba quitarse la tierra de la ropa. Calculó mentalmente la altura y se sorprendió de que alguien con la capacidad de escalar sin ningún tipo de ayuda hasta ahí existiera.

Without a Crown KARMALAND AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora