Calvario

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SETENTA Y TRES 

Fue sorprendente la cantidad de personas reunidas en la plaza central de la ciudad para la hora que era y para la limitada difusión que se le dio al asunto. Pero, después de todo, era el castigo impuesto a un príncipe, algo que no resultaba común ver. Desde el carruaje, Alex pudo observar como todos sus hermanos ya se encontraban presentes, también estaban Jesuss y Rubius. Fue el peliblanco quien se acercó a abrirle la puerta del carruaje y a ayudarlo a bajar.

Los "susurros" del pueblo no podían definirse completamente como susurros. Palabras desagradables llegaban hasta Alexby para recordarle que, a pesar de someterse al castigo, el pueblo de Karmaland no olvidaría lo escoria que era por intentar asesinar a Fargan.

"Merece la muerte", "desde un principio sabía que era el peor de los príncipes", "es una persona repugnante", "¿persona? Se comporta como una bestia", "setenta latigazos no son nada, mínimo deben ser cien".

-Aún estás a tiempo de arrepentirte -susurró Rubius mientras ambos subían las escaleras hasta la explanada donde ya lo esperaba la persona que se encargaría del castigo.

-¿Por qué lo haría? Soy el culpable, merezco esto -se detuvieron en el último escalón. Los dos se miraron a los ojos.

Alex supo que Rubius, y seguramente todos sus hermanos, eran conscientes de que él no era el traidor. El peliblanco trataba de descifrar en qué exactamente estaba pensando Alexby, pero todo lo que podía ver en los ojos del menor era una determinación abrasadora que jamás había presenciado en alguno de los otros príncipes.

-Alexby, ninguna pista que pudieras obtener es comparable con setenta latigazos.

-Mientras mi inocencia sea evidente para Jesuss, mis hermanos y tú, es suficiente para mí.

Después de un debate con la mirada, en el que Rubius resultó derrotado, el peliblanco no pudo persuadirlo más. Resignado, suspiró cansado de la situación.

Una voz jadeante se escuchó detrás de él. Los ojos sorprendidos del príncipe incitaron a que se volviera para enfocar a un pequeño conejillo cansado por subir las escaleras a una velocidad récord.

-Alexby -Jesuss llamó con urgencia.

El príncipe no sabía qué contestar, se sentía incómodo con la presencia del duque ahí. Como si lo hubiese dicho en voz alta, un Rubius confundido dejó a los dos jóvenes solos.

-¿Qué haces aquí arriba?

-Vine a hacerte recapacitar, baja ahora mismo y explícales a todos que es un malentendido.

-Jesuss, estás siendo absurdo. No arruines mis planes.

-Si tus planes involucran que tú solo salgas lastimado, voy a arruinar todos y cada uno de ellos -de una sola bocanada de aire Jesuss había vocalizado esas palabras. Sus ojos oscuros brillaban intensamente, la expresión seria y confiada; volvía a ser el joven fuerte e inquebrantable, Alex casi fue persuadido.

Saliendo del trance causado por la fortaleza de Jesuss, dijo por lo bajo: -No hagas esto más complicado, solo confía en mí una vez.

-Confío en ti, siempre confío en ti, pero solo por hoy, NO.

-EEYY, ¿QUÉ PASA ALLÁ ARRIBA?

-¿POR QUÉ NO COMIENZA EL CASTIGO?

-¿ES ESTO UNA BROMA?

-TENDREMOS QUE SER NOSOTROS QUIENES NOS ENCARGUEMOS DEL CASTIGO.

Los gritos de la gente impaciente agregaban más presión en Alexby. Quería terminar con ese asunto lo más rápido posible.

-Escucha, si realmente quieres ayudarme, haz esto...

***

En la plataforma, por encima del pueblo de Karmaland, como si de un sacrificio a los dioses se tratase, solo quedaron dos personas.

-Debo molestarlo con que se quite la camisa -ordenó el sayón. No había ni un ápice de respeto en las palabras. -Arrodíllese.

Alex siguió las indicaciones; desde donde estaba, podía ver a la gran cantidad de personas reunidas con el único propósito de presenciar su castigo.

Trató de buscar con la mirada a sus hermanos para encontrar un poco de consuelo, pero por más que recorría a la multitud, no logró encontrarlos.

Y sin tiempo para prepararse mentalmente, comenzó el castigo.

Alex pensó que todo el daño emocional que había sentido durante los últimos meses sería más doloroso que el castigo físico, de alguna forma tenía razón, pero el dolor físico seguía siendo algo que pocos soportaban y que se sentía más. El dolor emocional era una tortura prolongada que a veces dolía para siempre, los golpes que recibía se sentían al momento, perforando la piel de su espalda, abriendo tajos profundos que ardían cada vez más.

Mierda mierda mierda. Pensó mientras se mordía los labios tratando de ahogar los sollozos que amenazaban escaparse de su boca. Pensó que sería buena idea cerrar los ojos para evitar que las lágrimas salieran de sus ojos, sin embargo, al cerrarlos la sensación de los golpes se sentía con más fuerza. Dolía, dolía de una manera inhumana, como si cientos de navajas cortaran pequeños pedazos de su piel, lentamente, pero sin detenerse. Se sentía mareado, con ganas de vomitar y con ganas de desmayarse, pero el dolor era tan intenso que no se lo permitía; era como si su propio cuerpo le estuviese recordando que él decidió ese camino.

Al abrir los ojos no fue muy diferente de mantenerlos cerrados, las lágrimas acumuladas nublaban su vista, no podía distinguir a nadie, todos lucían como siluetas de luz que no lo alcanzaban, que habían construido una muralla transparente para verlo sufrir, para poder verlo humillado y al borde de la locura debido al tormento. Sintió como un líquido descendía por su rostro casi al mismo tiempo que notaba su espalda húmeda debido a la sangre de las heridas.

Y no sabía si su cuerpo se encontraba frío o caliente, solo sabía que cuando recibía un golpe "despertaba". La tortura lo estaba matando psicológicamente, presentía que los látigos llegaban hasta sus huesos, perforándolos súbitamente.

No podía comparar ese dolor con nada, pero si su mente le hubiera dado la capacidad para hacerlo, seguramente pensaría que así debía sentirse el infierno.

Cuando pensó que le martirio no terminaba, los azotes cesaron. No fue mejor que cuando aún continuaban.

El clima frío por el comienzo de la época invernal solo intensificó la sensación de los cortes.

Había aguantado arrodillado todo el tiempo que duró el castigo. Pero ahora estaba casi completamente tirado en el pavimento. Sus brazos temblaban por intentar aguantar su propio peso, partes de su cuerpo que no habían sido maltratadas ardían de igual forma.

Quiero morir, quiero morir, maldita sea, no puedo aguantar más. La angustia por no poder deshacerse del dolor le causaba aflicción. 

Sus ojos se cerraban lentamente, indicios de un desmayo.

Pero debía seguir aguantando un poco más, al menos hasta llegar con las personas en las que más confiaba. 

Without a Crown KARMALAND AUWhere stories live. Discover now