Prefacio

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Estaba temblando demasiado, en contra de aquello no salía de la regadera que continuaba con lo suyo: empapándome el cuerpo de más frigidez con cada gota helada. El temblor de mi carne aumentaba, al igual que los sollozos que intentaba callar a pesar de vivir sola, a pesar también de que la música que inundaba el espacio hacía difícil que este otro sonido trascendiera de las cuatro paredes, mas tengo esa manía de querer controlar algunas cosas o pretender que lo hago, eso acalla una parte recelosa de mi ser. Aunque en noches así, donde la soledad se mezclaba con melancolía, entraba en un bucle de lástima tortuosa hacia cada aspecto de mi vida, pese a que no todo fuese malo, quedaba ciega, en la negrura.

Estaba cansada, agotada de intentar obviar este malestar, de pretender camuflar esta incomodidad ya adherida a mi piel luego de cada maldito encuentro.

Estaba adolorida física y mentalmente.

Estaba asqueada del hedor psíquico con el que siempre creía que terminaba, no bastaba limpiar, restregar, seguía ahí de forma patente, pese a que sabía que en realidad no había tal cosa. Esta vez, esta noche, la presión e incomodidad se presentaron con más fuerza, como si en la lejanía se hubiese fragmentado algo, como un efecto envolvente de quién sabe qué aleteo de mariposa.

Vaya que se podía ser estúpida y delirar de la nada, presa del vacío.

El agua fría seguía cayendo. Las gotas salobres acompañaban a las primeras en el camino impuesto por la gravedad, cambiando del calor con el que salían de mis ojos a la temperatura del agua con la que insistía en castigarme.

Una, dos gotas, ¿por qué? por caer fácil. Tres, cuatro, por no tener la fuerza para un empleo más. Cinco, seis, siete gotas, ¿por qué? Por sentirme un pedazo de carne barata cada que me llaman Ámber, ¿por qué? Por hacer que mis padres me odiasen sin entender del todo cómo ¿Por qué? Porque justamente, ahora suena esta hermosa melodía que me envuelve, que le canta a las redes ambiguas del amor, del dolor, del desamor, uno que aunque hiera no creo merecer o poder enfocarme en él. No si sigo de esta forma. No si tengo que continuar con esta mierda. No si me corren de alguno de mis otros dos empleos, si soy una fracasada, o dejo de pagar la universidad.

Cerré los ojos, haciendo también tarde lo que decía la canción: pidiendo perdón a mi abuela, al igual que a mí, dejando que el agua siguiese corriendo, deseando además, poder fundirme por el desagüe como esta.

Noviembre 15 del 2022

Caminaba, más de cinco años después, radiante, con la frente en alto; casi a la misma elevación que la coleta que llevaba la cual sentía golpeando contra el cuello del uniforme blanco impoluto. Podía casi levitar de lo orgullosa que estaba de estar pisando los alrededores del lugar, de sentir que pronto haría parte de este, haciendo lo que deseaba, lo que llevaba anhelando por largo tiempo.

No era para menos, merecía este respiro. La palabra fácil no me había tomado cariño (de otro modo, por supuesto y quien conociese mi antigua faceta se reiría de lo lindo al escucharme decir esto último.)
Rectifico, mi vida no ha sido sencilla. No fue sólo graduarme del colegio y asistir a la universidad gracias a mis buenas notas que me valieron para una beca, o mi gran conocimiento llevándome —de tener cuerpo— con una mano en un hombro, dándome palmaditas de ánimo a pasar un examen de admisión. Tampoco pude contar con el apoyo de mis padres, pues no existían, eran ya cenizas y estas no tienen la capacidad de pagar facturas o acceder a créditos para la educación superior, lástima, de algo me habrían valido por lo menos.
Por ello mi emoción es más visceral, más latente.

Aquí es donde diría que estoy nerviosa por mi entrevista, a punto de vomitar, pero estas dos cosas serían una total falacia. La emoción sí está floreciendo en mí, aunque no de esa forma ansiosa, no tengo ni una pizca de nervios. Sé cuánto conozco de enfermería a pesar de ser recién egresada, además cuento con la experiencia y recomendaciones del sitio donde realicé mi servicio de pasantías. He estudiado como una condenada, me dediqué por completo a ello ya que era lo único que me podía sacar del hueco en el que estaba. Era lo único que podía evitar que tuviese que pelear con uñas y piel para llegar a fin de mes. Era lo único que evitaría que, además de lavar platos y limpiar oficinas, tuviese que recurrir a acostarme con algunos tipos o acompañarlos a fiestas (de las que al salir de ellas pasaba lo primero) para pagar la matrícula, la factura de la luz, o el alquiler. No me sentía orgullosa de ello, el tuviese de la frase pasada no iba acá, sabía que podía optar por otro empleo, no obstante, moriría con tres trabajos más la carrera.

Podía sonar a excusa, podía serlo de hecho, pero ya los dados fueron lanzados, escogí las cartas con las que iba a jugar esa mano. Ya había pasado por todo aquello, decidí, para bien o para mal. Era hora de dejar ese pasado escabroso atrás: las deudas, las noches con tipos que ni conocía, el hambre, la frustración, el miedo al siguiente mes, a que tocasen la puerta para echarme del lugar.

Me sacudí un hilillo de polvo imaginario de los hombros al tiempo que respiraba profundo para volver a centrarme en lo importante: el ahora, el presente y el futuro que escribiría.
Haría esta entrevista, sería la mejor, obtendría el trabajo y me comería al mundo, lo envolvería en mi red.

Quizá lo último no, el mundo podría traerme una gran sorpresa tras las puertas cristalinas de este gran hospital, y quien podría salir enredada en una telaraña podría ser yo, aunque quizá también, no me molestase mucho, menos aún al ver los preciosos ojos de mi captora.

Mil CielosWhere stories live. Discover now