III. Asco, compasión y... ¿Ámber?

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Primero daba pasos largos, percibiendo poco, buscando avanzar. Terminé corriendo, con las hebras de pelo a veces tapándome la cara, a veces por completo impulsadas hacia atrás por el viento frío de la noche, de una sin luna; en compás con mi premuroso andar. No tenía idea de qué huía, no tenía mayor sensación que una necesidad absurda de alejarme de algo, de alguien, de todo en realidad y mientras me dejaba llevar por esto, mientras mis pies se movían sobre lo que suponía era grama por el sonido que llegaba a mis oídos, a pesar de no sentir las cosquillas del impacto en las plantas de los pies sin protección, llegué a una especie de abismo. Distinguía poco, mas, sabía que el camino moría allí. Moví los ojos hacia abajo, en busca de otro sonido que me atraía: el del agua corriendo desenfrenada, sólo encontré infinita negrura, absorbente, estática, serena. Cerré los ojos a pesar de no ser necesario y sin pensarlo dejé caer el cuerpo rumbo al vacío.

Llevaba el cabello en todas direcciones, pero no por la misma razón de aquel sueño, el elemento aéreo sí me estaba dejando despeinada a más no poder, gracias a la fuerza con la que entraba por el asiento del copiloto del auto negro de Arango. Estaba sumida en el recuerdo de la ensoñación al mismo tiempo que una extraña fuerza me hizo comentárselo a la conductora víctima también del ventarrón que entraba por las ventanas. En las tres semanas que hemos compartido viajando juntas descubrí cuánto le gustaba hacer el trayecto con los vidrios abajo, hábito que, compartía.

— ¿Te quedaste viendo en el celular algún programa de asesinatos o desapariciones antes de dormir?

—Ayer caí como muerta al llegar a casa. Ni me desvestí antes de acostarme —vi como su rostro se deformaba en una mueca que expresaba que me entendía a la perfección, que le sucedió igual.

—Es un sueño interesante. No fue una pesadilla, según cuentas te sentiste más bien tranquila al llegar a ese lugar, además decidiste saltar. No sé, ¿vas a escoger el lado oscuro?

— ¿Quién te dice que no lo he escogido aún? —quise dotar mi voz de profundidad, pero sólo expresaba cansancio. Cielo se burló un tanto.

—Si te refieres al lado oscuro de tu casa, te creo. A duras penas sales a trabajar, Luna, no es que en el hospital tengas muy malas influencias para escoger, dejando de lado que todos estamos medio muertos y es triste, tienes veinticuatro y se puede decir que los disfrutas poco.

Por un ínfimo momento me cuestioné sobre cómo sabía ella mi edad, sin embargo esa duda fue sublevada por mi deseo de aclararle una pequeña cosa

—Veinticinco.

— ¿Qué?

—Tengo veinticinco —vi su expresión ausente—, los cumplí hace un par de días.

— ¿Cómo?, pero si en el equipo normalmente nos compartimos las fechas… Yo no sabía nada —–se veía un tanto… ¿Enojada?

—Ese día fuiste en la noche. Sólo hubo un poco de torta, ya sabes, lo normal. Para ser sincera no lo celebro, lo mencioné y todos entendieron, luego el trabajo nos absorbió —hace un par de semanas en las que parecía que la divinidad se empeñó en darnos la espalda complicando cada turno que teníamos. Solucionábamos los inconvenientes, a pesar de ello nos quedaba el estrés, el agotamiento.
Me estiré, relajando los músculos agarrotados, quejándome un poco en el proceso.

— ¿Estás muy cansada? —observé a mi interlocutora, pude notar que estaba pensando en algo.

— ¿Por qué? ¿quieres robar allí? —aproveché la oportunidad de hacerla sonreír, de aliviar la tensión, pues estábamos justo esperando a que un semáforo cambiase frente a un banco. Lo logré, no ameritaba mucho, ella era de risa fácil.

Mil CielosWhere stories live. Discover now