XII. Blessed

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Plañía tanto que estoy segura de que lo último que dije no se entendió, sin embargo lo había soltado todo. No sé en qué momento del relato las lágrimas se hicieron presentes otra vez esta mañana, tampoco tengo una idea clara de cuándo Cielo se acercó para abrazarme, para consolarme, de cuándo me aferré a su suavidad como si fuese un salva vidas. Sólo recuerdo la sensación de ansiedad cuando vino con un café para ambas, cuando dijo que lo bebiera mientras ella hacía el desayuno, algo me hizo impedir que volviese a la cocina, me hizo agarrar su mano y comenzar a hablarle de mis padres, de lo poco que recordaba, de que no entendía por qué me odiaban, de que me dejaron con mi abuela, la mujer que más bien me ha hecho en la vida y luego fui dejando que mi pasado se desgranara, que corriese como una cascada de frases que jamás dije, que sabía que necesitaba compartir y que dentro de mi tenía claro que hacerlo con ella era lo mejor que me podía suceder.

Agradecía que estuviese aún aquí, de pie a mi lado y me asombraba pues, sé que hablé por mucho tiempo, lapso en el que soy consciente de que no se movió. Respiré profundo antes de inclinarme para encararla y me encontré su rostro surcado también por gotas saladas. Entre lo sensible que estaba me enfurruñé por hacerla llorar lo que hizo que se me aguaran otra vez los ojos. Para intentar calmarnos le acuné la cara, la atraje y me atreví a dejar un beso en su mejilla rogando porque no me rechazara.

—Lo siento, lo siento tanto —mi voz estaba ronca, seguramente de tanto hablar. Su cabeza negando hizo que rozara los labios de nuevo en su piel lateral, decidió después voltear para dejar descansar su frente en la mía —. Te juro que yo no tenía idea de quien era tu ex esposo.

—Lo sé, ya me lo has dicho, te creo y no tienes que disculparte, Lu.

— ¿Cómo que no? Si pudiese lo borraba todo, haría las cosas diferentes solo que no puedo.

— ¿Por qué te hieres más, Luna? Eso es pasado, ya está.

— ¿Mas bien por qué lo tomas tan bien?

— ¿A qué te refieres? ¿Crees que iba a salir corriendo, que te insultaría y me marcharía?

—Sí, creí que me tendrías asco —la última palabra apenas se escuchó. Me costaba decir aquello, vaya que me era difícil poner en voz alta la sensación de terror que me producía el suponer que podría llegar a detestarme.

—No cariño, jamás te tendría asco —me dejó un casto beso en la frente.

— ¿Por qué estás llorando entonces?

—Por ti, tenías, tienes tanto dentro que no pude evitar llorar —la fragilidad de su voz me sacudió, pensé tantas veces que al escuchar esto se alejaría, me dejaría y aquí estaba, llorando por mí, sintiendo mí tristeza, uniendo mis pedazos. No sabía qué hacer, si seguir llorando pero por tener la bondad de su alma o saltar por el mismo motivo, porque ella, Cielo Arango, era un ángel de ojos azules que no deja de sorprenderme con su luz y creo que nunca lo hará. Me aferré a su torso, hundiendo la cara en el hueco de su cuello siendo consciente de cuán arraigado tenía ya ese proceder y cuánto lo había echado de menos.

—Te juro que no sabía quién era ni que estaba casado. Te juro que sí hubiese tenido un indício de que él fue un cliente mío no me habría acercado a ti.

—Luna, mírame, por favor —hice lo que me pidió con algo de recelo —. Te creo —remarcó cada palabra —. Y recuerda que fui yo quien se acercó a ti, fui yo quien comenzó a perseguirte de cierto modo. Sé que no tenías ni idea de que él era mi ex esposo. No tienes que joderte más con ello —creo que puedo quitarle el puesto a María Magdalena si me lo propongo y si sigo tan sensible, esa última oración me hizo volver a llorar.

—Te quiero, te quiero tanto —las palabras también salieron sin control —. Pero no tienes que tenerme lástima, ni quedarte por tu hermosa alma. Puedes irte si quieres, puedes...

Mil CielosWhere stories live. Discover now