69. MORGAN

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La sorpresa fue infinita y extensa en los próximos cinco minutos cuando Morgan se percató que su pequeño hermano señalaba al escritor quien fácilmente se veía, sentado en el diván, con su libreta en mano.

Una cálida sonrisa se deslizó por el rostro de Dorian, como quien ya conocía la historia, al punto de estarla escribiendo en cortas palabras para alcanzar ese deseado pero temido final.

—Hola, Scott.

— ¡Y sabe mi nombre! —exclamó el pequeño, sus profundos ojos abriéndose— ¡Mamá, Mor tiene a un extraño junto a ella que sabe mi nombre!

La risa de Morgan se hizo más fuerte, lo cual causó gracia en el escritor. Eso ella lo notó al instante, porque de esa forma... de esa forma se habían mirado la primera vez que se encontraron en la cafetería.

—Scott, él es el dueño del lugar donde compro las galletas.

Su hermano sostuvo el celular a medio camino de donde se encontraba su madre, frunció el ceño y tras unos segundos de recapacitar y una miradita disimulada, abrió la boca.

— ¡Mamá, y también hace galletas deliciosas! ¡Podría ser el próximo Willy Wonka de las galletas, ¿verdad?!

Un movimiento al otro lado de la cámara la hizo sentarse al lado de Dorian, porque ya sabía lo que venía, y sería imposible negar la presencia del escritor y las posibles preguntas de su madre.

—Ah, bueno, si sus galletas son tan deliciosas, podemos aceptar al desconocido. ¿No te parece, Scotty? —dijo su madre, en forma de saludo al ver al joven sentado al lado de su hija. Con un asentimiento, no tuvo más opción que callar cuando su pequeño saltó sobre ella.

— ¡Pero debe hacer unas con mantequilla de maní!

Dorian observó a la modelo por unos segundos, casi imaginando que era un escaparate. Así se sentía ella, admirada por alguien que inició siendo un completo desconocido y que, tras tardes amigables, ahora resultaba siendo el ser con quien más conectaba en el mundo.

—Estoy tomando nota, Scott—aseguró él, una vez se giró hacia la cámara—. ¿Tienes alguna otra recomendación? Me vendría bien un poco de ayuda.

— ¿No eres demasiado joven para tener una cafetería?—preguntó Scotty, frunciendo el ceño. Su madre le reprendió, pero con un simple ademán, Morgan respiró tranquila sabiendo que gracias al cielo no le incomodaba la pregunta del pequeño.

El escritor dejó a un lado su libreta y con una pequeña sonrisa, muy poco común en él, por lo que había estado notando Morgan, volvió a mirar a la pantalla del celular donde dos pares de ojos lo detallaban con atención.

—Verás, Scott... Mi padre murió cuando yo aún era muy joven. Era un buen hombre.

Él nunca lo había mencionado. Morgan había supuesto muchas cosas, excepto esa. Tomó su mano en un tranquilo silencio que de por sí solo, lo transmitió su madre con una de sus maternales y dulces caricias visuales, de esas que lo decían todo, donde te prometían charlas, consejos y luego abrazos largos, los cuales y sin duda alguna, extrañaba demasiado y con frecuencia.

Scott se giró hacia su madre, que solo asintió. Entonces, el pequeño conociendo las costumbres y ganándose toda la atención, pronunció, antes de que Dorian siguiera hablando:

—Lamento escuchar eso, Willy Cookie.

Dorian esbozó otra corta sonrisa.

— ¿Sabes qué me dijo, poco antes de morir?—le preguntó, sacándole otro ceño fruncido al niño—-. Me dijo que a veces las inversiones que ciertas personas veían con indiferencia, resultaban siendo las más amadas. Él trabajaba en algo similar, hacía muchísimas inversiones, así que me dejó varios negocios, incluyendo la cafetería.

—Uh, esa es mi favorita.

Morgan sintió cómo el escritor apretaba su mano... su herramienta para crear mundos, hablar con el corazón y contar historias donde princesas se enfrentaban a sus propios dragones hasta dominarlos... esas manos, a veces temblorosas por temer dar un final, y ansiosas por dar inicios.

El escritor le sonrió al pequeño.

— ¿Te cuento un secreto?

Scott hizo un movimiento "sellando sus labios".

—Prometo no contarlo, aunque mamá ya esté oyendo y sea muy habladora.

Las risas no opacaron el brillo que brotó, junto al calor que acobijó a los dos jovencitos en esa habitación de hotel cuando Dorian se giró a ver a la hermosa Morgan. Un cosquilleo la traspasó, en especial cuando sonriendo, sin poder detener la emoción que poseía, sus labios se movieron al decir: 

—La cafetería también es mi lugar favorito.


El último atardecer ✔Where stories live. Discover now