84. DORIAN

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El tintineo de las cucharas golpeando cada taza colorida recién sacada por la temporada buscaba golpear entre las paredes color caramelo del fondo, incluso hasta tocando los suspiros perdidos en cada candelabro amarillento que reposaba sobre las cabezas de los clientes en la cafetería.

Algunos reían, concentrados en ocultar aquellas sonrisas tras un panecillo.

Algunos se negaban a demostrar tan solo una emoción, demasiado concentrados en sus libros, revistas o celulares.

Algunos seguían perdidos en palabras, en su propio mundo, unos escuchando, oros hablando... unos ignorando... otros atentos.

Y algunos... o bueno, alguien en particular, se dedicaba a observar hasta el más mínimo movimiento y gesto de los clientes. Al inicio le aterró la idea. Ya sabes, mirar demasiado a las personas a tu alrededor al punto que te sienten, se giran y se asustan de tus ojos curiosos. Sin embargo, con el tiempo se acostumbró a ser disimulado, a resguardar su seriedad tras los libros, en retocar cada expresión de los clientes detrás de su computadora, escuchando atento las conversaciones que hablaban sobre futuros, amores, corazones rotos, problemas cotidianos que terminaban plasmados en palabras varías que salían de él con tanta naturalidad así como llegaba el atardecer para avisarle que era hora de irse.

No lo entendía.

Bueno, la mayor parte del tiempo... No, no entendía a las personas. De cómo se ocultaban tras emociones que podían estar sosteniendo entre sus manos para demostrarlas a la persona frente a ellos. Tampoco llegaba a entender ciertas conversaciones, y no porque fuese como aquellos coreanos de los que no entendía ni un silbido. No. Sino esos momentos en los que la conversación perdía su sensibilidad, su sentido y su conexión.

¿Cómo era posible que esa persona a la cual le habías dedicado tanto tiempo, aprecio, amor... terminase siendo un completo desconocido tras unas palabras duras?

Veía las lágrimas.

Escuchaba las risas.

Sentía el anhelo.

Olía sus deseos ocultos en lo que pedían.

Probaba su futuro, a veces hasta inventándolo cuando no alcanzaba a enterarse de todo.

Y posiblemente todo hubiese seguido siendo así, un misterio de sentimientos que no comprendía. Un montón de sueños donde él le buscaba sentido hasta al más pequeño saludo, hasta que conoció a Morgan.

Empezó a quererlo.

Empezó a sentirlo.

Empezó a perderse en esa imagen futura donde él ahora era uno de los clientes que entraba a hablar, a tener una cita, con esperanza, contando los días para conocerse a través de miradas, para enamorarse por medio de roces, para sentir con los ojos abiertos.

¡Y era una puta locura! ¡Por todas las galletas que se estaba llevando Scott...! Morgan había puesto su mundo, su mente, de cabeza. Pasaron las horas y ella nunca contestó el mensaje. Y lo esperó. Pero poco después ni siquiera se conectó. ¿Y qué podía esperar? No tenían nada claro. No habían hablado aún de muchas cosas.

En parte, le emocionaba.

Sí, sí, puede que suene loco. Pero estaba esa incertidumbre depositada en los sueños, en el tiempo para descubrir qué serían, en qué se convertirían, cómo crecerían y cuántos días más verían y cuántos suspiros más capturaría el viento. Era... era emocionante. Y al tiempo aterrador, como todo en el mundo. Porque las dudas siempre serían pequeñas espinas incrustadas bajo su piel que, dado el momento, pronunciarían su dolor para recordarle que estaban ahí. 

Pero Dorian... Dorian siguió mirando su celular, sin parar de escribir. 

El último atardecer ✔حيث تعيش القصص. اكتشف الآن