Capítulo Tres.

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Perdí la cabeza
¿Dónde está mi mente?


— Deja de decir estupideces. 

— No son estupideces... —Mordió su labio inferior, empujando el cuerpo del chico de ojos azules contra la pared, quien además en ese momento torpemente tropezó y cayó hacia atrás, observando expectante al de cabello platinado.

Se terminó por sentar sobre la cama, su dolor de cabeza había disminuido notablemente y lo quedó mirando conservando el semblante serio, se sentía enormemente dolido. Su corazón ya no aguantaría mucho más con esa mezcla de emociones que le invadía.

 — ¿Por qué volviste?

No obtuvo respuesta por parte del menor.

— ¿¡Volviste para burlarte de mí!? ¿Para demostrarme que tu vida es mucho mejor que la mía y que te vas a casar...? ¡Respóndeme, maldición! —Se agachó hasta quedar a su altura, tomando con una de sus manos la prenda superior de su ropa entre sus dedos, como si quisiera levantarlo del suelo. El pelinegro solo tembló. De hecho, pudo percibir los ligeros escalofríos de su cuerpo bajo su tacto, su mirada no era desafiante, era más bien temeraria y como no, si el temible líder de una de las peores pandillas del país lo tenía casi agarrado del cuello contra una pared.

Levantó su puño en su dirección, estampando el mismo a una alta velocidad contra su mejilla recibiendo como respuesta un jadeo de dolor por parte del ojiazul. Entonces lo golpeó otra vez con fuerza, rompiendo el labio del contrario quien además, no hacía nada para defenderse... Solo se dejó golpear. 

Y de nuevo.

Y otra vez.

De su boca escurría un espeso hilo de sangre que ensuciaba la camiseta que llevaba puesta, mientras que los nudillos del peliblanco también se encontraba manchados.

— Perdóname... —Susurró desde su delgados labios el atacante, dándose cuenta recién de lo que estaba haciendo con el hombre que tanto tiempo había anhelado ver. Su vista se nubló, estaba siendo interrumpida por lágrimas que descendieron sin siquiera darle tiempo para detenerlas, se odiaba tanto. No sabía por qué hacía lo que hacía, no tenía control de sí mismo por completo.

Mikey necesitaba ayuda urgente.

— Por favor...

— Solo necesito que me digas una vez que te salve. —Habló Takemichi observando las orbes oscuras y sin vida que lo veían atentamente.

— Vete de aquí, es lo mejor para ambos. —Musitó separándose, dejando en libertad su cuerpo para que se fuera. Él tenía una vida que continuar, tenía una prometida que cuidar, tenía amigos que conservar y... ¿Por qué no se podía quedar?

— Solo dímelo.

— No quería que volvieras, ¿sabes? 

— ¿Hasta cuándo pretendes seguir engañándote? —Preguntó secando la sangre de su labio con su camiseta, haciendo un gesto de dolor desviando su mirada.

— Hasta la muerte.

Silencio por parte de ambos.

Como si los dos tuvieran tanto que decirse en ese momento, Takemichi conocía perfectamente a Mikey y es que simplemente no se podía dar por vencido de esa manera. Tenía su vida hecha, todo estaba perfecto pero no podía ignorar el hecho de que Mikey no formaba parte de su realidad, es como si se lo hubiera tragado la tierra. Y honestamente, estaba dispuesto a luchar por él aunque fuera lo último que hiciera.

— N-No quisiste decir eso...

— ¡Soy malo! Soy malo para todos, para ti también. ¿Por qué no puedes entender, Takemicchi?

— ¡Dímelo solo una vez! —Vociferó acercándose otra vez al peliblanco, apoyando su mano sobre su mejilla como si no corriera riesgo al hacerlo, como si Mikey hace unos segundos no le hubiera molido la cara a golpes. 

En realidad, Manjiro nunca había considerado la vaga idea de estar junto a ese chico por diversos factores, sobretodo porque dentro de la marginalidad en la que vivían una pareja del mismo sexo significaba peligro para muchos y libertad para otros. Pero era innegable que lo seguía queriendo, lo quería no de una forma "familiar" como quizás muchos pensaron alguna vez, lo quería para quedarse haciéndole compañía toda la vida porque en el fondo, nadie más sabía lidiar con alguien como su persona y porque era sencillamente valiente, leal y atractivo. Takemichi hacía que pudiera ver las cosas de diferente manera, le brindaba la suficiente estabilidad que necesitaba.

Y dudó, lo llevaba dudando toda la vida hasta ese momento: No deseaba encadenarlo a él.

O tal vez sí.

— Sálvame.

B A D • Mikey x Takemichi.Where stories live. Discover now