Carretera

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—Uno...dos...tres...cuatro...

—Que cuentas hija? —dijo Mariela, su madre.

—Cinco...seis...

—Bueno, no importa. Cariño, tengo un poco de hambre —le dijo Mariela a Saúl, el esposo.

Se encontraban viajando por carretera rumbo a la nueva casa que recién habían comprado.

—Según el gps hay un restaurante a 400 metros, ahí me detendré. Pero antes, hija, quiero saber, ¿que cuentas? —dijo Saúl mirándola por el retrovisor.

La hija no respondía. Estaba absorta viendo por la ventana y contando sin parar.

—Veinticuatro, veinticinco...

Saúl —que había volteado a ver a su hija— dejó de ver el camino y comenzó a invadir el carril contrario por el que venía un camión cargado de troncos.

El grito de la esposa lo hizo reaccionar y giró el volante lo más rápido que pudo para reincorporarse a su carril. 

¡Mierda, eso estuvo cerca! —dijo Saúl.

Un poco recobrados del susto, decidieron detener el vehículo más adelante para tranquilizarse y estirar un poco las piernas.

Ya abajo, se tallaron el rostro y caminaron unos pasos alrededor intentando despejarse y relajarse para seguir su viaje.

La hija los señaló y contó: treinta y seis, treinta y siete. Se acercó a contemplar su reflejo en uno de los vidrios de la camioneta, se señaló a sí misma y dijo...y treinta y ocho.

Los padres voltearon y sumamente inquietos y volvieron a preguntar el motivo de contar números sin razón.

—No son sólo números —dijo ella. Son las personas que han muerto en la carretera desde que salimos hasta donde estamos.

Los padres se miraron entre ellos sumamente desconcertados.

—¿Cómo? ¿Qué estás diciendo? Hija, no digas esas cosas —dijo la madre.

—¿Y por qué nos cuentas a nosotros, hija? Nosotros estamos vivos —respingó el padre.

La hija bajó la mirada, dio unos cuantos pasos y señaló el camino que habían pasado donde por poco los impactaba aquel camión.

Metros atrás, estaba su camioneta totalmente destrozada y en llamas, mientras el chofer del camión bajaba y huía a toda prisa.

Habían muerto...y ahora eran parte de la cuenta.

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