Capítulo 3

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Scarlet chocó contra un puesto de periódicos, el hombre, que parecía haber estado ajeno a lo que pasaba a calles de distancia, preguntó si se encontraba bien, lo único que hizo ella fue vomitar encima de los periódicos. Notaba como sus piernas flaqueaban y el sabor de la bilis en el paladar.

De nuevo, el hombre del puesto preguntó por su estado, posó la mano en su hombro y en cuanto ella alzó el rostro, gritó horrorizado, saltó hasta chocar con la pared.

—¿Tú? ¡Eres una de ellos! ¡Monstruo!

Ella rodó los ojos mientras apretaba los dientes para no volver a vomitar.

—Cállate, viejo —los periódicos que había estado tocando salieron ardiendo y aprovechó para marcharse. Apretó aún más su estómago, creía que se le iban a salir las entrañas del dolor.

Su cuerpo cedió y cayó al suelo. Rodó por el suelo hasta quedar boca-arriba, las lágrimas amenazaban por salir de sus ojos, ella pensó que no podía caer más bajo; clavó sus garras en el pavimento del suelo, no; ella no se rendía tan fácilmente, volvió a ponerse en pie, a pesar de que su vista acababa de nublarse. Tal era su estado que comenzó a imaginarse cosas, era imposible que Oriel, si Oriel estuviese a su lado, era técnicamente imposible. Gruñó.

—No. Tú no estás aquí, ninguno de vosotros —al ver más personajes a su alrededor, agitó su cabeza y comenzó a correr de nuevo, solo para caer de bruces y volver a levantarse.

Ya no sabía que era real o no.

Torció en una esquina, solo para chocar contra alguien, maldijo por lo bajo y alzó la mirada, quedó paralizada en el sitio; era pelirrojo, el mismo color del atardecer, no demasiado bronceado, pero con abundantes pecas, unos ojos verdes apagados y una barba de varios días. Scarlet lo reconoció y quiso llorar en el sitio, descendió aún más la mirada y se horrorizó, era el desconocido del tatuaje.

Aquel hombre la agarró por los hombros, había lágrimas en sus ojos, ella lo apartó de un empujón y siguió su camino más rápido que antes, tenía que coger sus cosas y largarse de allí cuanto antes. Lo sabía, había sido un error volver a aquella ciudad, estaría perfectamente en cualquier otra parte, en un viaje constate, se insultaba por siquiera pensar que tenía volver, tantos recuerdos, su posible muerte a manos de un idiota con manos de mantequilla y aquellos dos; al parecer el destino no sabía que Scarlet quería huir de su pasado, y lo que conllevaba sus lazos, hasta la eternidad.

***

Era imposible. Ella no era Angélica, demasiado joven, aunque el parecido resultaba asombroso a tal modo que sus lágrimas habían saltado. Intentó seguirla, pero con un simple pestañeo había desaparecido, aunque no se había dado cuenta del rastro de sangre que dejaba. Por un momento se asustó de su apariencia, cierto que era clavada a Angélica, pero esos ojos, las escamas rojas y los colmillos, resultaban algo aterradores, pero seguía siendo un clon de aquella mujer.

En cuestión de segundos un hombre rubio, lo pasó corriendo, lo reconoció.

—¡Guil! —este se detuvo y volteó, sonrió y retornó sobre sus pasos hasta situarse al lado del hombre.

—¿Qué haces aquí, Paul? Todos los demás ya han regresado. Algunos te estaban buscando como locos.

—Lo sé, pero tenía que asegurarme de que los civiles implicados estuviesen bien ¡Pero eso ahora no! Acabo de ver a una niña, es...no, se parecía mucho a An...—aunque no pudo acabar su frase, ya que Guil lo interrumpió.

—Es la viva imagen de Angélica. La vi en las celdas, ya sabes. Hace un rato casi la matan —miró al suelo y formó una mueca al ver toda la sangre—, aunque por lo visto está por conseguirlo sola.

Crónicas Elementales 1: Fuego Escarlata © [ACTUALMENTE REEDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora