Capítulo 8

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Scarlet palpó sus heridas, era de esperar, habían cicatrizado, era extraño, en esta ocasión habían tardado más de lo normal en sanar y ella sabía la razón: el zafiro. Al igual que todos los psychos era débil a un elemento terrenal, aún se desconocía la razón, pero dependía el factor del tipo que se era; dentro de la raza Cambiante, estaban los licántropos y eran débiles contra la plata, o la estirpe vampírica —aunque ya estuvieran casi extintos— eran débiles contra la luz solar. Scarlet aún desconocía la totalidad de su origen, todavía no había encontrado nadie como ella, con su habilidad, pero por casualidad, de niña descubrió la debilidad ante el zafiro, algo en su composición debilitaba la parte bestia, menguaba su poder.

Cuando lo descubrió solo hubo otras dos personas presentes, y una de ellas actualmente estaba muerto.

—Terra...

Lo sabía. Esa persona la odiaba, y con razón ¿Quién no la odiaría? Pero el haber contado uno de sus secretos mejor guardados: dolía y añoró esa época en la que podían estar en una misma habitación sin matarse el uno al otro.

Condujo su mano hasta el inicio de la clavícula, justo por encima de su corazón, ahí, yacía una fea cicatriz, cinco hundimientos en la piel, como si de unas uñas afiladas hubiesen sido hincadas en su pecho. Al igual que las otras repartidas por todo su cuerpo, aquella indicaba una lucha más, la que marcaba la amistad finalizada con Terra.

Se puso en guardia al oír de nuevo pasos en su dirección, ya sabía de quién trataba, había tardado demasiado en volver a ella, una vez más Guil estaba en el cuarto.

—Sorprendente, volviste —señaló ella mientras acomodaba su trenza.

Entre sus manos, Guil traía lo que podría ser una lata en conserva y la extendió.

—No te fías de nuestra comida, pues aquí tienes, la lata la compramos hace unos días, nadie la ha abierto. Ahora por favor, come.

Scarlet no pudo evitar formar una sonrisa con sus labios y aceptó la lata. Después de día sin comer, aquel pollo en escabeche le sentó genial y no podía evitar dejar de sonreír ante la comida.

—Increíble, eres capaz de sonreír. Tú debilidad es la comida ¿eh?

Si tú supieras...

Un dato que te regalo, aquella persona que no sea feliz o no le guste la comida, es mala señal.

Guil la examinó de arriba abajo y no pudo evitar formar una mueca.

—Doc... ¡Quiero decir!... Nuestro médico, me ha dicho que estás desnutrida ¿Con qué regularidad sueles comer?

Ella bajó la mirada, no podía negarlo, era cierto, no recordaba cuándo fue la última vez que probó una buena comida con todos sus platos, en su mundo aquello escaseaba.

—Como cuando la ocasión y el dinero me lo permite, aunque eso no suele ser a menudo —soltó una risa seca que casi era muda en sus labios.

Él pensó que, aunque fuese una gran asesina como todos decían en el fondo solo era una niña, con una vida difícil y un carácter inaguantable, pero seguía siendo una niña y estaba sola; en cierta media le recordaba a él mismo.

Pero había cosas que no terminaban de cuadrar para Guil, para alguien que era tan buscado como Scarlet no tendría problemas para comer, ya que entre los crímenes que había escritos en la La lista de Asesinos también marcaba diferentes robos, algo de dinero debería tener.

Para sorpresa de Scarlet, Guil sacó un segundo bote, de piña en almíbar.

—No sé si te gusta la piña, pero es mi fruta favorita, ten, es de mi propia despensa.

Crónicas Elementales 1: Fuego Escarlata © [ACTUALMENTE REEDITANDO]Where stories live. Discover now