Capitulo 11.

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—¿En serio debemos estar aquí? Hace calor —se quejó Damian. Si hubiese sido por él no habrían aterrizado en dicha ciudad, desde que era pequeño siempre había preferido los lugares fríos o en los que había abundante agua. Uno de sus odios principales eran los desiertos, hacía calor en ellos y solía escasear el agua.

Además nada más pisar el suelo de la ciudad comenzó a sudar como un animal, y tan solo habían transcurrido un par de minutos, sentía como toda el agua que se acumulaba en su cuerpo iba desapareciendo.

No entendía el porque de parar a repostar en aquella ciudad.

—Vamos Damian, deja de quejarte —contestó Guil—, y camina.

A regañadientes comenzó a caminar.

Porque claro, había que reponer el suministro de comida; él estaba acompañado de Guil, por desgracia para él, y junto a Elie, la pobre todavía seguía algo atemorizada a causa de Scarlet. Incluso después de que habían transcurrido varias semanas. Demasiados días desde que se tiró por la borda de la nave, muchos la creían ya por muerta, incluso el mismo Damian, pero Guil por alguna razón seguía teniendo esperanzas de que ella estuviera aún viva. Técnicamente era imposible que hubiese sobrevivido a aquella caída. Desde el día que la vió por última vez no dejo de pensar en ella, aquella chica era extraña, de tal forma que le hacía enfurecer, le repudia pensar en esa chica.

Sin duda nunca aprobaría y confiaría en alguien que estuviera en La Lista de los Asesinos.

Su atención fue captada al ver como actualizaban dichas listas en las paredes. Los hologramas de la lista se repartían por el imperio se habían multiplicado notoriamente, Damian en algunos vió la imagen digital de Scarlet. Al parecer habían tomado varias fotografías de ella, incluso en algunas parecía que ella había posado, era absurdo.

Menuda pretenciosa.

En aquellos días la gente la seguía buscando. Aunque ya era difícil porque desde ese día nadie había vuelto a tener noticias de ella, literalmente había desaparecido de la faz de la tierra. Damian dejó de pensar en Scarlet, era algo estúpido hablar o pensar de una muerta.

Se detuvo al igual que Guil, estaba comprando en una verdulería, por extraño que pareciese las verduras estaba en perfecto estado, incluso con el calor, las nuevas tecnologías de ahora ayudaban bastante en cultivar hortalizas y verduras en mitad del desierto. Damian dejó de prestar atención cuando Guil empezó a hablar la verdulera. No era muy joven ni tampoco muy mayor, pero si tenía una horrorosa verruga con pelos en la barbilla.

—Qué hombre más encantador es usted –dijo la mujer con un tono un ligero seseo.

—Gracias bella señorita –dijo Guil poniendo una de sus caras "seductoras".

Damian rodó los ojos, esa parte de Guil, sinceramente la odiaba, como alguien como él era capaz de ligar con tantas mujeres. Años atrás Damian casi habría vomitado, y actualmente casi que también, no veía tal necesidad ante el género femenino.

—Que pícaro, he visto que lleva mucha comida consigo.

—Has visto bien dulzura.

—Supongo que formarás parte de alguna banda rebelde –dijo ella en voz baja inclinándose hacia Guil.

—¿Cómo lo ha...? –dijo Guil en el mismo tono de voz.

La mujer sonrió ampliamente, se podía ver que le faltaban dos dientes delanteros, la belleza se había esfumado. Damian arrugó la nariz con un claro disgusto.

—Encanto, llevo aquí mucho tiempo para saber que la mayoría de los rebeldes paran aquí, aunque solo sea una vez en su vida, por favor, Víllea es el sitio más grande del imperio para el contrabando y venta de armas para rebeldes.

Crónicas Elementales 1: Fuego Escarlata © [ACTUALMENTE REEDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora