Capítulo 1

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La historia se sitúa en México, en lugares que yo conozco. Así que el vocabulario será como en mi país, tal vez encuentren palabras que se leen raro, pero es así como hablamos. Contiene escenas para adultos, temas de DROGAS, SEXO, MACHISMO Y VIOLENCIA. Si eres sensible te sugiero dar la vuelta y no leer.

(La novela anteriormente se llamaba Amor enfermo)

—Señorita, el cargamento esta listo —oi la voz de mi empleado

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—Señorita, el cargamento esta listo —oi la voz de mi empleado. Di la vuelta para mirarlo.

—Bien, Rubén, ahora vamos —le hice saber. Asintió desapareciendo de mi vista.

Me dirigía a la casa a buscar a Roberto, teníamos que hacer esa entrega y teníamos el tiempo en contra. No me era agradable llegar tarde.

—¿Por qué tiene que ir conmigo? —Escuché la voz molesta de mi hermano en cuanto entré a la casa. Reí.

—Porque tu hermana es buena en lo que hace y sabe cuidarse sola —respondió mi padre, dispuesto a no ceder ante los berrinches de mi hermano.

—Deja de quejarte como una niñita —espeté burlona. Ambos me miraron; mi padre sonrió y Roberto me dedicó una mirada envenenada.

—El cargamento está listo, es hora de irnos —hablé con calma. Eso lo irritaba más.

—Demonios, Maia, tú deberías estar jugando a las muñecas —cuchicheó molesto. Solté una risa carente de gracia.

—Idiota machista —mascullé—. Vamos, que al imbécil de Medina no le gusta esperar —añadí.

—Vayan con cuidado —dijo mi padre a nuestras espaldas.

—No te preocupes papá, cuidaré a tu hijo —murmuré bromeando.

Aunque ciertamente lo haría si las cosas llegaran a ponerse mal; ambos íbamos a dejar un cargamento de droga a uno de los socios de mi padre. Aunque más que eso, tenían algo que yo no entendía; mi padre le daba la droga sin recibir un peso a cambio, cuando le preguntábamos por qué hacía eso, él simplemente decía que era una deuda pendiente, sin dar más detalles y nosotros no insistamos, sólo seguíamos sus ordenes.

Salimos de la casa y subimos a una de las camionetas, los demás escoltas iban frente y detrás de nosotros, cuidándonos.

Me coloqué el chaleco antibalas y cargué mis armas.

—No entiendo por qué haces eso —dijo Roberto a mi lado—. Sólo haremos la entrega, nunca ha salido algo mal con la gente de Medina.

—Uno nunca sabe hermanito —musité, guardando mi glock en la pechera—. Y es mejor estar preparados.

Atravesamos el boulevard directo a una de las tantas brechas que hay en Gomez Farías, Tamaulipas, teníamos despejado el camino del ejército y los azules, así que todo se hallaba tranquilo. No obstante, mientras nos acercábamos al lugar un mal presentimiento me arribó, de esos presentimientos que solían darme antes de que algo malo de verdad ocurriera. No confiaba en Medina en lo absoluto; apreté las manos y estuve tentada de llevar el arma en la mano, me daría un gusto enorme meter una bala en la frente de ese idiota si es que esta vez se dignaba a dar la cara.

Peligrosa venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora