Capítulo 28

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Maia

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Maia

Había bebido, mas no lo suficiente para olvidar donde me hallaba parada.

Las luces del antro me aturdían mientras iluminaban mi cara de colores, la música sonaba fuerte, las personas bailaban, se divertían, y yo me sentía en un agujero del que no podía escapar. A mi lado, Ernesto bebía sin apartar la mirada de la pista, con su mano adherida a mi pierna desnuda. No quiero estar aquí.

Hace años visité este mismo antro con Alejandro.

Años.

Repetir el tiempo que pasó desde que murió, dolía.

Di un trago largo al whisky, quemó mi garganta y supo mal en mi boca, pero no importaba su sabor, necesitaba ese alcohol quemándome por dentro, cubriendo las heridas abiertas que no paraban de sangrar. Necesitaba aplacar ese dolor al menos por unos minutos, ya no quería sentirme miserable, quería ser feliz cuando Alexa no estuviera conmigo. Pero dependía de ella para sonreír. Cuando se iba, mi luz se apagaba, regresaba a las sombras, bajo el frío de la muerte, entre sus brazos.

—Ten, me adelanté a pedirte otro trago mientras traen la botella —dijo Ernesto. Tomé el vaso.

—Estoy cansada —susurré. Pensé que no me escucharía, pero lo hizo. Posó su boca en mi oído, me estremecí del asco.

—Nada de cansada, te dije que esta noche era para nosotros. Inhala un poco de cocaína y ya.

Lo miré sin poder creer lo que decía.

—¿Ahora quieres convertirme en una adicta? —Rio y estiró los brazos por encima del sillón de cuero.

—Eres lo suficientemente fuerte para no convertirte en una, Maia.

Negué ante su comentario, bebí el trago de golpe y me puse de pie. Me dirigí a la pista sin que nadie me detuviera, los escoltas se mantenían cerca, observando, evitaban que cualquier hombre se acercara a mí, no porque quisieran mantenerme con vida, era solo para calmar los celos de su jefe.

Me moví entre las personas, la música parecía haber subido de tono, era eléctrica y contagiosa. Cerré los ojos y alcé los brazos, perdiéndome en el ritmo, sentía el corazón acelerado, la piel caliente, el sudor resbalando por mi espina dorsal mientras las caras se difuminaban y una pesadez me aplastaba los hombros.

Me detuve, pero es como si no lo hubiera hecho. El movimiento de las personas parecía ser el mío. Me miraban, reía, me rozaban el cuerpo de tanto en tanto, sus aromas, su calor, el sudor, comenzó a ponerme mareada.

Entonces, entre el gentío, mis ojos lo vieron.

A unos metros de distancia, inmóvil, vestido de negro como la misma muerte, con una mueca de desprecio y frialdad.

El aire frío de su mirada apagó el calor que estrujaba mis venas. El aliento me faltó, fui incapaz de moverme por temor a que su figura desapareciera. Me quedé quieta, detallando su cara, luchando contra la oscuridad a la que se ceñía su presencia. El pecho me dolió y un tumulto de emociones se acumularon en mis ojos, convirtiéndose en lágrimas.

Peligrosa venganzaWhere stories live. Discover now