Capítulo 32

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Maia

Alejandro alimentaba a Alexa.

Mi niña aún tomaba biberón y aunque era capaz de agarrarlo con sus manitas, su padre no le permitió hacerlo, le sonreía mientras ella vaciaba la leche, mi niña no parpadeaba, miraba a Alejandro como si fuera un Dios, y él la observaba de la misma forma. En estos momentos solo eran ellos dos, en su mundo, padre e hija juntos.

Llegué a creer que esta imagen solo podría verla en mi mente, a través de sueños que jamás se harían realidad. Pese a que, Alejandro se perdió muchos primeros momentos con nosotras, estos instantes compensaban su ausencia y sanaban las heridas que me dejó. Su regreso y el amor que nos brindaba, era como un enorme curita que colocó sobre mi corazón y me ayudó a lidiar con todo el rencor que acumulé por años.

Ya no quería mirar atrás, no quería reprocharle nada, no podía hacerlo cuando era consciente de lo efímera que es la vida y lo fácil que alguien podría arrebatárnosla. No tenía caso vivir peleando como enemigos cuando nos amábamos más de lo que nos llegamos a odiar un día.

—Es hermosa —llevaba repitiendo eso desde que la conoció—, la amo, Maia, la amo más que a mi vida, ¿cómo es posible?

—Es tu hija —simplifiqué. No había otra explicación.

—Habría dado todo por estar contigo cuando lo supiste —su mirada se ahogó en melancolía, un reflejo de la mía—, cuando ella llegó al mundo, cuando abrió sus ojos...

—No lo hagas, Alejandro —pedí, se me cortaba el habla—, no podemos cambiar el pasado, aunque duela.

Me miró un momento antes de aproximarse conmigo a la cama en la que llevaba tres días. La herida ya no me dolía mucho, los puntos en cambio, eran otro asunto. Él me cuidaba, encargándose de que nada me faltara para que pudiera recuperarme más pronto.

—Nunca quise dejarte, Maia —se sentó a mi lado, Alexa seguía comiendo—, cuando supe que habías tenido una hija, mi mundo se terminó de hacer pedazos, porque no sabía cuanto anhelaba ser padre, hasta que tú quedaste embarazada.

Se me llenaron los ojos de lágrimas. Estaba sensible, demasiado, a decir verdad. No lloré lo suficiente cuando él murió, Ernesto no me lo permitió, quizá por eso ahora derramaba tanto llanto.

—Él nos quitó esa oportunidad y me destrozó verlo con ustedes, con mi familia —la ira y el dolor se diferenciaban en su voz—, sentía mucho odio y una gran tristeza, porque yo deseaba con todas mis fuerzas que Alexa fuera mi hija.

—Ahora sabes que lo es. —Sonrió.

—Sí. Y no sabes lo que eso le ha hecho a mi alma —me tocó la mejilla—, tú y mi hija son lo más importante en mi vida, voy a protegerlas a costa de todo, ¿entiendes? Construiré un hogar seguro y haré hasta lo imposible para mantenerlas a salvo y hacerlas felices.

—Sé que lo harás, confío en ti —di un beso en la frente de Alexa—, ambos vamos a cuidarla.

—Del narco, de los peligros, de los hombres...

—Alejandro —reñí—, ni siquiera sabes si van a gustarle. —Encogió los hombros.

—Lo que sea, me niego a dejar a mi niña en los brazos de cualquier cabrón —bajó la mirada hacia su hija—, quiero que encuentre a alguien mejor que yo, alguien que la respete y la ame, que sea capaz de recibir una bala por ella.

—¿Entonces no estarás celoso?

—Por supuesto que sí, bonita —me observó de soslayo un instante antes de volver a Alexa—, mataré a cualquier pretendiente que se le acerque, seguro ella me odiará por mis decisiones, pero entenderá que una bala duele menos que un corazón roto.

Peligrosa venganzaWhere stories live. Discover now