Capítulo 27

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Maia

Alexa nació un seis de mayo.

Logré llegar hasta el séptimo mes de embarazo, después tuve que ser intervenida, mi cuerpo no pudo retener por más tiempo a mi hija, milagrosamente todo salió bien y adjudiqué ese hecho a Alejandro, pese a que, haya sido un demonio, se convirtió en el ángel que nosotras necesitábamos. Ella fue la niña más hermosa de toda la clínica, aunque haya sido prematura, eso no le quitaba la belleza que desprendía.

Estuvo en incubadora por meses, meses que pasé a su lado y que sirvieron como un escape de Ernesto. Podría agradecerle que haya facilitado todo para que mi hija y yo estuviéramos juntas, pero era rencorosa y no olvidaba tan fácil. Si a Alejandro me costó perdonarlo cuando lo amaba, por Ernesto que no sentía nada sería imposible otorgarle ese perdón.

Un día, cuando me armara de valor, iba a matarlo.

Lo prometí y lo iba a cumplir. Solo necesitaba tiempo.

—Ven, Alexa —incité a mi bebé a venir a mis brazos—, anda, puedes hacerlo.

Sonrió y se agarró del sofá antes de dar un paso tambaleante, seguido de otro y otro más. Rio y su cuerpo se osciló hacia los lados para al final alcanzar mis brazos. Reí con alegría, sintiéndome más feliz que nunca. Tener su cuerpecito contra mi pecho era la sensación más bonita del mundo. Ella se convirtió en mi fortaleza, en la viva imagen de su padre, en todo lo que yo amaba.

Vivía y mataba por mi hija.

—Ya has dado tus primeros pasos, mi niña —la miré y la llené de besos—, papá estaría muy feliz por verlo.

Pa —balbuceó. Mi corazón se hizo chiquito y tragué el nudo en mi garganta.

Odiaba el hecho de que Ernesto ocupara un lugar que no era suyo, que exigiera ponerle a Alexa su apellido, que se hiciera pasar frente a mi hija como alguien que no era y peor, que me obligara a callar el nombre de su verdadero padre.

Me levanté del suelo con ella en brazos. Acababa de cumplir un año hacia dos meses atrás, la muerte de su padre aún se sentía reciente, aunque haya pasado tanto tiempo. Había noches donde me despertaba llorando con la sensación de su cuerpo inerte sobre mis manos, mientras su sangre se volvía pesada a través de mis dedos. Siempre lo veía muerto, siempre se repetía la misma pesadilla, pero era aún peor despertar y ver a los ojos al hombre que me lo quitó y saber que compartíamos la misma cama, el mismo techo. Puta madre.

Si Alejandro pudiera verme, seguro me mataría, lo conocí lo suficiente para saberlo y asegurarlo. Él nunca me hubiera perdonado que me enredara con Ernesto y que no luchara, sin embargo, como lo repetí, un día lo haría.

—Buenas tardes —sentí escalofríos al oírlo—, ¿llevarás a nuestra hija con su abuelo?

Le di la cara a Ernesto, acomodaba las gafas oscuras en sus ojos. Se acercó y besó la frente de Alexa. Puedo decir que nunca ha mirado mal a mi hija y le ha dado todo y más de lo que puede necesitar. Incluso así, lo odiaba.

—Sí —fingí una sonrisa que llevaba mucho tiempo practicando—, quiere verla, si por él fuera, me la quitaría.

Rio, pero detrás de esa sonrisa una sombra oscura apareció.

—No lo permitiría —rozó su mejilla y odié que tuviera sus manos sobre ella—, tanto Alexa como tú, me pertenecen, lo sabes, ¿no?

—Sí, claro que sí, lo mencionas siempre.

—Ahora sé una buena esposa y llévala, si quieres puede quedarse a dormir, quiero salir contigo esta noche —me miró—, hace tiempo que no cogemos.

Peligrosa venganzaWhere stories live. Discover now