Maia
Intentaba frenar los sentimientos que avanzaban deprisa entre nosotros, pero cómo luchar contra lo que no podía ver, estaba incapacitada para detenerlo y muy en el fondo de mí, no quería hacerlo.
En cuanto pude me separé de Alejandro, la comisura de sus labios se elevó hacia un lado, sus ojos deslumbrantes, rebosaban alegría, no había frialdad, ni ese caparazón de sicario que siempre solía llevar encima; me jodía tener momentos como estos con él, momentos donde dejaba de ser un patán y demostraba que podía tener sentimientos, dándome esperanza para hacerme ideas erróneas en la cabeza.
Negué y acepté su mano, regresamos a sentarnos y el tiempo transcurrió de lo más tranquilo, me la estaba pasando de maravilla, hacía mucho que no salía a divertirme. Eduardo se la pasó haciendo bromas, Alejandro se encontraba tranquilo y despreocupado, me gustaba verlo así. No perdía un solo instante para besarme, poco le importaba que estuviésemos frente a tanta gente, después de todo si alguien quería opinar al respecto, no le iría nada bien.
—Voy al baño —susurró besándome fugazmente en los labios. Asentí.
Se puso de pie y le hizo una seña a Thomas, él también se incorporó; vi a Eduardo negar molesto, no entendía el porqué de su enfado.
Esperé paciente a que Alejandro volviera, entretanto, fijé mi atención en unos tipos a unos metros de distancia, se veían un poco sospechosos y mi instinto nunca me engañaba cuando algo me parecía extraño. Minutos después Thomas regresó, pero Alejandro no. Me preocupé y sin decir nada me incorporé para ir a buscarlo, sin embargo, Eduardo me detuvo.
—No vayas a buscarlo —susurró en mi oído mientras tomaba mi brazo.
—¿Por qué? —Cuestioné confundida.
—Porque no te va a gustar lo que vas a encontrar ahí, mejor siéntate y espéralo —aconsejó, me solté de su agarre.
—No —espeté. Soltó un bufido.
—No digas que no te lo advertí —dijo sentándose de nuevo.
Fui hacia a los baños de hombres, no había fila, todo lo contrario que en el de mujeres. Llegué a la puerta y sin pensarlo la abrí.
Ojalá no lo hubiera hecho.
Sentí que la sangre abandonó mi rostro.
La tipa rubia estaba sentada sobre el lavabo mientras Alejandro la penetraba violentamente, ambos a medio vestir, ella me miró y sonrió, Alejandro aún no lo hacía.
Lo escuché gemir y también a ella, las náuseas me apretaron la garganta; él despegó el rostro de su cuello, me observó con evidente sorpresa a la vez que se quitaba el preservativo y abrochaba sus pantalones. Yo no me podía mover, estaba paralizada, tenía ganas de vomitar.
La rubia acomodó su vestido, lo besó en la mejilla y salió de ahí no sin antes mirarme con burla. La ignoré.
—No puedo creer que hagas esto —dije. Mi voz sonó a la de una mujer dolida. Dios.
—A ti qué te importa lo que yo haga —exclamó brusco, acercándose a mí.
Cerré mis ojos un momento al ver los suyos, de nuevo estaba drogado.
—¿Por qué lo haces, Alejandro? ¿Por qué te metes esa cosa? No te hace ningún bien. —Él rio sin gracia alguna.
Si bien, era consciente de que no era buena idea discutir con él en ese estado, decidí seguir con mi letanía, ya no podía quedarme callada. Me preocupaba, así como él se preocupaba por mí.

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Peligrosa venganza
General Fiction-Hazlo -dijo ella con el arma apuntando a su corazón. Él tenía su dedo en el gatillo, pero dudaba, era algo que nunca había hecho; mataba sin ningún tipo de miramientos, pero esta vez era diferente. -No seas cobarde... acaba con mi vida de una buena...