Capítulo 20

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Alejandro

Sentía mucha ira.

El faltar a mi palabra era algo que me jodía como nada en el mundo. Lo que yo prometía, lo cumplía y esta vez fallé en lo mas importante: cuidar a mi familia. Porque ese bebé y Maia eran mi familia, aunque mi hijo ya no existiera y ella estuviese alejándose de mí, interponiendo una barrera para evitar que yo continuara en su vida, lo cual no iba a pasar. Ella me pertenecía. Sin embargo, le daría el tiempo que necesitara para sanar sus heridas, tanto las recientes como las que yo causé.

La ayudé a bajar de la camioneta y la llevé hasta su habitación, dejándome guiar por los gestos y las monosílabas que emitía su boca; nos hallábamos en la hacienda de Humberto, por ahora la dejaría volver aquí, pero de mí no se libraría nunca.

—¿Necesitas algo? —Pregunté. Mis heridas también dolían, mas esto no era algo a lo que le prestara mayor atención.

—No.

Me senté a su lado, su semblante se mantuvo exánime durante unos segundos, luego, los ojos se le llenaron de lagrimas mientras ella se forzaba para retenerlas.

—Desahógate —aconsejé—, llorar no te hace débil.

Su mandíbula tembló y el agua salada se desplazó silenciosa por sus mejillas pálidas. Una tras otra lagrima bañó su cara, después fue un llanto incontrolable lo que se desbordó por sus ojos. Sin saber que más hacer, la estreché en mis brazos sin recibir un rechazo de su parte, por el contrario, asió los dedos a mi camisa y lloró con rabia, importándole poco el dolor físico, permitió mostrar el que la estaba matando por dentro.

—¡Lo voy a matar! —Siseó decidida.

—Lo harás, vas a cortar su cabeza y yo mismo pondré el cuchillo en tus manos.

La sostuve con firmeza, por primera vez se refugiaba en mí, la sentí más cerca que nunca. Ambos compartíamos el mismo sentir, a los dos nos habían quitado una parte de nosotros y las cosas no se quedarían así. La cacería que había por la cabeza de Ernesto, se incrementaría, lo destruiría parte por parte y al final permitiría que fuera Maia quien acabara con su vida. Ella haría los honores, su muerte solo le correspondía a mi bonita.

—Te odio —sollozó—, pero en esto estamos juntos, Alejandro.

—En esto y en todo, Maia, tú eres mi bonita, no serás la de nadie más, te lo prometo.

No se debatió entre mis brazos, no replicó y calló, nos quedamos en silencio hasta que se cansó de llorar y el cansancio la agotó. Se quedó dormida y en contra de lo que quería, desprendí mis manos de su cuerpo, dejándola descansar. La cubrí con la manta y la besé en la frente antes de abandonar su habitación que, debo mencionar, era tan austera y fría como la mía. Nada de tonos alegres o femeninos, nada que me hiciera saber que aquí dormía una mujer.

Cerré la puerta detrás de mí al abandonar la habitación y a paso decidido me adelanté hacia el despacho de mi tío. Al entrar, él se encontraba en compañía de Roberto, él no me miraba nada amable y realmente me importaba un coño si me odiaba, yo era el hombre de su hermana y sus miradas de reproche no cambiarían nada.

—Ya que esto es tu culpa, ¿cuándo chingados piensas solucionarlo? —Increpó Roberto— ¡¿Cuándo vas a matar a ese cabrón?! Mi hermana casi se muere y tú, escoria, no conforme con habértela llevado, ¡la embarazaste!

—Modera tu tono, Roberto, no me hagas callarte a golpes —aseveré—, ahorita mismo no estoy para tus reproches.

—Deténganse los dos —ordenó Humberto—, tenemos que comenzar a planear lo que haremos. Ernesto gobierna parte de Tamaulipas y el cartel de Juárez tiene tratos con él.

Peligrosa venganzaTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang