III: Mantener las apariencias y guardar los cuchillos bajo la manga

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La condesa Louise Élisabeth Kelsey de Worsten puso dos terrones de azúcar en su té antes de lanzarle una cuchara a Emma Ashton.

—Eres una idiota —le espetó—. ¿Cómo diablos va a ser que esto es una estafa y en realidad los secuestraron? Baja de las nubes, Emma.

Blanche tomó un sorbo de su tacita de té. Era extraño verla con ropa de luto, pues ni siquiera eran su padre y hermano reales los que habían muerto. La verdad era que Lou no entendía mucho por qué llorar por él... aunque no era como si su amiga hubiese derramado lágrimas por Charles Whitby.

—Gracias por intentar consolarme, Em, pero no te preocupes. No estoy triste, es solo que estoy un tanto desanimada. Mi madre y Lavinia son las realmente afectadas. A mí lo que me preocupa es el futuro de nuestra familia.

—¿Por qué, Blanchie? —preguntó Emma—. Eres adorable, preciosa e inteligente. Ningún hombre sensato dudaría en cortejar a alguien como tú.

—Deberías sacar la cabeza de los libros de la señorita Austen y los folletines de chismes. Los hombres buscan herederas ricas para casarse y poseer su fortuna. Tú tuviste suerte.

—Sí... pero Jack no es muy agradable. ¡Es tan frío! Y a veces me da miedo. El sábado, en la fiesta, apenas hizo caso de mí y solo estuvo con sus amigos hablando de que no iba a haber luna de miel. Es totalmente distinto de cuando nos conocimos y comenzó a cortejar. No sé si debo hacer algo o no, y de noche... —Se estremeció.— ¿Es esto normal, Lou-Lou? Tú eres la única de nosotras que ha estado casada.

—Mi matrimonio no fue precisamente ejemplar, a no ser que creas que todos los hombres quieren usar a sus mujeres para golpearlas y maltratarlas. Si no es el caso, entonces búscate a alguien que sea feliz, no a mí.

Lady Ashton había enmudecido. Maldición. Lou nunca hacía demasiado escándalo sobre sus problemas, por lo que el número de personas que los conocían no era muy elevado. Por desgracia, había olvidado que Emma no tenía ni la menor idea de que, para Lou, casi todos los días en compañía de su marido habían sido un suplicio. Blanche le había salvado la vida al asesinarlo.

—Es broma, Emma. Estoy segura de que no estás haciendo nada mal. Dale tiempo al tiempo y ya verás que todo se arregla. Se casó contigo porque te ama. Quizá ahora se sienta inseguro porque acaban de establecer una relación que está hecha para durar hasta que la muerte os separe, pero es completamente normal. No te preocupes por esas cosas.

Emma no respondió. Solo se había quedado mirando hacia el horizonte, procesando las palabras de la condesa. Oh, no. Había metido la pata. Sabía que a Em le afectaban demasiado los problemas de la gente que amaba, y por eso Louise se los escondía en primer lugar. Ahora no había remedio.

—Voy a refrescarme —anunció, y salió de la sala con ojos llorosos.

Frente a Lou, Blanche se reclinó en el sillón de damasco gris y blanco. Su rostro había cambiado la leve tristeza que reflejaba por fría seriedad.

—Emma es demasiado sensible para su propio bien —comentó.

—Expresiva, diría yo. Pero ha sido mi culpa. Yo he sido la que lo ha mencionado. ¿De verdad estás preocupada por tu matrimonio?

—¿Qué? No. Eso han sido suposiciones de Emma. Me importa el futuro de Lavinia. El próximo año será presentada en la Corte y no tendrá ni siquiera una dote decente más que lo que heredamos de la fortuna de mi padrastro. Todo pasará a manos de algún primo lejano. De verdad, la cuestión del mayorazgo se pone cada vez más creativa con el tiempo. Lo que yo he reunido con los asesinatos no basta para que alguien se interese en ella.

Mercenaria de bodas [SS #1]Where stories live. Discover now