XIII: Las averiguaciones comienzan a hacerse tenebrosas

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—¿Puede decirme algo sobre él, doctor?

—Bueno, señora Kean, no hay mucho que decir —dijo Alexander Swinburn encogiéndose de hombros—. Este hombre ha sido asesinado y lleva muerto cerca de una semana.

—¡Ah, por todos los reyes de Inglaterra! —exclamó para sí—. Estoy segura de que ha sido esa rata de su ahijada. Óigame bien, doctor Swinburn: los Pearson son de mala calaña.

—Lo anotaré, señora Kean —confirmó tratando de calmarla, pues no tenía ni la menor idea de quiénes eran los dichosos Pearson—. Por ahora debe preocuparse de todos los asuntos legales. Lamento su pérdida.

—Ya sé quién es la asesina, doctor, se lo digo. Es Pauline Pearson. ¡Esa ladrona siempre se ha querido aprovechar de mi Angus!

Las alocadas acusaciones de la señora Kean carecían de sentido. Sin embargo, Alexander podía notar que algo se le hacía familiar sobre todo el escenario.

—Señora, ¿ha leído el periódico estas últimas semanas?

—Claro que no. Eso es para mujeres ociosas, doctor, y yo estoy demasiado ocupada en educar a mis hijos y nutrirme de la información más importante de nuestras vidas.

Posó la mano en una mesilla donde se encontraba un ejemplar de la Santa Biblia y tomó el folletín de chismes que estaba sobre ella para abanicarse.

—Ya veo —dijo con cierta incomodidad—. Solo lo decía porque ha habido una serie de asesinatos que se le atribuyen a un solo perpetrador y... la muerte de su marido se parece asombrosamente al resto de los casos.

—Ah, entonces no es ella. La tonta de Polly Pearson solo me haría sufrir a mí. No es tan generosa como para dar un suplicio como ese a los demás.

—Adiós, señora.

No tenía ganas de quedarse más tiempo allí. Esa mujer tenía una visión muy peculiar sobre el comportamiento humano, y a tales horas de la mañana Alexander no tenía tanta paciencia como para soportarla.

Sabía a quién le interesaría esta información. Solo tomó unos minutos llegar a Ashton House, donde el señor Gull, el mayordomo de la casa, abrió con una expresión extrañada.

—Buenos días, doctor Swinburn. ¿Qué lo trae por aquí a estas horas? Su Señoría aún no se ha vestido...

—Eso no importa. Es algo de carácter urgente. ¿Podría decirle que baje un segundo? Le interesará.

—Oh, no hace falta, doctor. Lord Ashton ya no duerme en su habitación. Se encuentra en el estudio. Mi única advertencia es que, como ya he dicho, no está vestido.

—Gracias, señor Gull.

Alex reflexionó sobre las breves palabras del hombre en su pequeño viaje al estudio. Ya no duerme con ella... ¿Qué habría ocurrido bajo ese techo? ¿Era culpa de ella? No, no lo creía. La personalidad de Jack Ashton era demasiado difícil para una mujer como Emma. Difícil para cualquiera, en realidad. Si hubiese tenido que adivinar, habría dicho que la causa fue que Emma se cansó de él o que lord Ashton salió de allí por su orgullo.

Tocó la puerta del estudio una, dos, tres veces. Una figura con el cabello desgreñado y a medio vestir le abrió a toda prisa.

—Ah, eres tú —dijo con voz somnolienta—. ¿Qué quieres? Es demasiado temprano para escuchar tonterías.

—Gull me dijo que estabas durmiendo aquí. ¿Me dejas pasar?

Jack se apartó, dejando a la vista su trasero desnudo, y Alexander bajó castamente los ojos. No tenía ganas de ver el cuerpo de un vizconde tal como Dios lo había traído al mundo.

Mercenaria de bodas [SS #1]Where stories live. Discover now