XXXIII: Pervertidos hay en todas partes y les falta una daga en el estómago

20 6 2
                                    

—Esto es ridículo —bufó Blanche, ajustando las plumas en su cabello.

—Siento hacerte pasar por esto —murmuró Matthew—. Si quieres, podemos volver a casa...

—No, por favor. Es una cortesía que debemos prestar. No me hagas caso, me gusta quejarme.

El carruaje se detuvo en Gloryland —el nombre un tanto estúpido de la residencia de los Carlyle— con un temblor. Un paje abrió la puerta para recibir a Matthew y a Blanche. La gente entraba y salía de la casa como hormigas ocupadas. El señor Whitby ofreció su mano a su futura esposa para entrar. La nieve comenzaba a caer en aquella noche de diciembre, y los largos abrigos se habían adueñado de los cuerpos de las señoritas jóvenes.

—Entremos y terminemos con esto —masculló la señorita Whitby.

Los criados les dieron la bienvenida con una reverencia, los detalles dorados de sus trajes del siglo pasado brillando a la luz de las velas. La estancia era mucho más cálida que el exterior, gracias a Dios. Las mesas estaban atiborradas de comida, desde carne envuelta en espárragos hasta sopa caliente para los bailarines cansados. Al menos supuso Blanche que esa era la intención, porque nadie bailaba. Incluso la orquesta parecía aburrida.

—El señor Matthew Whitby y su esposa —anunció alguien.

Lady Carlyle se acercó a ellos con su tonto rostro más feliz que nunca. Maldita sea, pensó Blanche, ¿por qué esto no fue un baile de máscaras o algo así?

—¡Qué bien que hayáis podido asistir! —exclamó ella, gozosa—. En unos momentos comenzará la danza. Ya sabéis, las amas de casa como yo somos las encargadas de comenzar los bailes. ¿No les parece gracioso? Me encanta que haya traído sus modas de Londres, señora Whitby —comentó—. Le da un toque... exótico a nuestro pequeño baile escocés. Todos esos capitalinos que miran en menos los bailes fuera de su ciudad... ¡Ya veréis que la sociedad invitada a este baile es igual de buena!

La mujer, distraída con la conversación con otra dama —o quizá solo quería presumir la belleza de su casa con otra persona—, los dejó solos al fin. Blanche bufó.

—¿Ahora comprendes por qué hablo de ella como la persona más vacía que he conocido? —dijo Blanche por lo bajo a su compañero.

—No sé si lo que había en su voz era genuino desprecio o solo que es una tonta. No suelo hablar así de la gente, perdóname.

—Te lo mereces después de una buena vida de ser un hombre correcto —sonrió ella—. Sabes, el chisme que los caballeros dicen que recorre los círculos de mujeres en realidad es solo hablar mal de la gente. No nos alimentamos de historias estúpidas.

—Ni por un segundo pensé que te alimentarías de historias estúpidas, Blanche. Eres más inteligente que eso.

—Tampoco creo que las damas que lo hacen sean tontas como esa lady Carlyle, en todo caso, así que cierra el hocico. Es solo que no me interesa y ya.

—Diablos, señorita —replicó Matthew, enrojeciendo—. No pensé que serías tan bruta.

—Si vamos a fingir estar casados aquí, más vale que me conozcas, esposo mío. ¿No quieres bailar?

—Te reservo la primera pie...

Lady Carlyle —maldita bruja— les interrumpió con un carraspeo. Llevaba de la mano a una pareja que miraba a la ama de casa confundida. El hombre debía de tener unos cuarenta años. Su rubia esposa, por otro lado, con suerte debía tener la edad de Louise Kelsey.

—Les presento al señor Roger Benwick y a su esposa Midge. Vamos, vamos, todos a bailar.

—Un placer —murmuró Benwick, un tanto confundido.

Mercenaria de bodas [SS #1]Where stories live. Discover now