El Chico que veía a los Dragones Alvinos

1.3K 23 8
  • Dedicado a Jorge Ramos Alcántara
                                    

Nell afilaba su navaja nueva a los pies del Roble de los Sueños, cuando alguien rompió el silencio que se respiraba en el bosque.

-¿Otra vez jugando a los zorros, Zick? -preguntó Nell al aire.

-¿Cómo consigues descubrirme siempre?

De repente, de entre los matorrales salió un chico esbelto, pelirrojo, con el pelo despeinado y ropas desgastadas de campesino. Siempre iba igual de desaliñado.

-Siempre haces mucho ruido, no controlas el paso de tus pies.

Nell se levantó entonces, agarró su navaja con los dedos corazón e índice la navaja y lanzó contra Zick. Este asustado se cubrió con los brazos, pero no era él el objetivo, la navaja se clavó el árbol que había tras de él.

-Si quieres llegar a ser un gran cazador -dijo Nell mientras se aproximaba a él- deberás de ser más sigiloso.

Y en un rápido movimiento sacó su navaja de las entrañas del árbol.

     Nell, a pesar de sus pobres vestiduras siempre iba aceptable, incluso podría decirse que llevaba con orgullo su ropa haciéndole más importante. De cabellos lacios castaños, facciones afiladas y ojos del color del agua.

-Ojala algún día llegue a ser tan fuerte como tú, Nell.

Tras una sonora carcajada, Nell respondió:

-Todos somos diferentes, únicos, Zick; pero estoy seguro de que llegarás a hacer grandes cosas.

     Acto seguido, con una sonrisa en los labios, Nell le revolvió cariñosamente el pelo a su amigo y ambos se alejaron de allí.

Cruzaron el bosque en silencio y se dirigieron a una explanada donde se encontraba su pequeña aldea.

A pesar de su humildad, la aldea rebosaba de vitalidad y energía. Pequeña y apartada del mundo, sus habitantes vivían en armonía. Nell y Zick habían compartido su infancia en esas tierras, con miles juegos, secretos y escondites de su niñez. Habían crecido juntos, inseparables amigos, desde siempre y por mucho más tiempo. Ahora rozaban la madurez, a punto de tomar caminos diferentes. Nell comenzaría a acompañar a los mayores a las cacerías y Zick... seguiría trabajando en el campo hasta que adquiriese la fuerza suficiente para ir de caza con los adultos. Nell era un poco más mayor de que Zick, solo que su impotente figura le aparentaba más años. A su lado, Zick parecía un muchacho escuálido y enclenque, suponía que por eso, las chicas de la aldea iban corriendo hacia Nell cuando llegaba, y a Zick no le hacían caso. Pero a él no le importaba, Nell siempre fue para él, el hermano mayor que nunca tuvo, incluso su única familia. Los padres de Zick, murieron al intentar salvar su pequeño huerto de una tormenta de nieve. Desde entonces, la familia de Nell le adoptó y se crió junto el que es ahora su mejor amigo.

Zick acompañaba a Nell a coger sus armas de caza e ir con él hasta las lindes del bosque desde donde le era permitido llegar. Admiraba a Nell, siempre quiso ser como él. Pero antes incluso de que pudiesen abandonar la aldea, un grito retumbó de entre los árboles. Una campesina llegó aterrorizada de las entrañas bosque.

 -¡El... el Roble! ¡El Roble de los Sueños está ardiendo! -chilló.

Los murmullos de incredulidad de los aldeanos reinaron en la explanada.

-¡Es verdad! ¡No estoy mintiendo! ¡Mirad! . -la campesina apuntó hacia las copas de los árboles del bosque, en algún punto concreto del cielo. Donde se extendía una mancha grisácea rozando la oscuridad completa. Una columna oscura se alzaba más allá de donde sus ojos podían alcanzar a ver. Humo. Humo negro.

Nell no dudó, desenvainó su espada y corriendo se dirigió hacia el roble en llamas, seguido por Zick a sus espaldas. Los aldeanos no tardaron en seguirles el paso. 

El panorama era desolador. Las llamas se alzaban hasta las alturas envolviendo en su interior el gran tronco del roble en una espiral de fuego. Nadie entendía aquel espectáculo, ¿de dónde había surgido el fuego? ¿Por qué ardía solo el Roble de los Sueños y no se había propagado a los demás árboles? Todo era muy extraño, la gente incluido Nell, se quedó atónita, paralizada, sin saber qué hacer. El roble ardía pero no se consumía.

Entre las miradas incrédulas de los aldeanos, una se mostraba horrorizada, estremecida, delirante. Zick temblaba ante lo que le mostraban sus ojos, algo totalmente diferente a lo que veían los demás.

De escamas plateadas blanquecinas, ojos almendrados esmeralda, blancas alas membranosas, cuernos de marfil, garras ágiles, patas traseras fuertes y aliento de fuego que despedía de su boca llena de afilados dientes.

-Un...un dragón...- deliró Zick.

-¿Qué? -preguntó Nell.

-¡Un dragón! ¡Es un dragón! ¡Lo que está quemado el Roble es un dragón!

-Pero, ¿qué estás diciendo Zick? ¡Los dragones no existen!

Zick no respondió, temblaba ante el imponente dragón blanco que destrozaba el roble con sus llamaradas. Enroscado al tronco con su cola, con las alas replegadas, las garras sujetas a las ramas del árbol, su largo cuello inclinado hacia la copa del roble, sin dejar de vomitar las potentes llamas de su boca. El dragón alvino, se percató su observación. Hacía caso omiso a los aldeanos, pero alzó su cabeza y fijó sus ojos esmeralda en Zick. Un destello de ira brilló en ellos. Soltó un grito agudo que ensordeció los oídos de todos. Al parecer sí podían oírlo. El dragón, se desprendió del árbol, alzó el vuelo y se abalanzó contra Zick. No llegó a envestirle, pero la fuerza del aire producida por sus alas le hizo perder el equilibrio y caer de espaldas.

-¡Zick! ¿Estás bien? ¿Qué pasa? - preguntó Nell mientras intentaba ayudarle a levantarse.

Pero el dragón retomó el equilibro en el aire, y volvió a precipitarse contra los dos amigos.

-¡¡¡Cuidado, Nell!!!

Pero antes de que Zick pudiese evitar que su amigo saliese mal parado de la inminente envestida del dragón, Nell fue atrapado entre las garras del voluminoso dragón y llevado hasta las alturas. 

-¡¡¡¡NELL!!!

Nell, aterrorizado, se hallaba suspendido en el aire, flotando a velocidad de vértigo sin rumbo fijo. Una fuerza invisible lo llevaba lejos de su aldea, lo alejaba de su amigo. Gritaba su nombre, pero Zick no podía oírle.

El dragón voló, alejándose de allí, satisfecho con su presa. Zick lo seguía corriendo desde tierra, pero no podría alcanzarle. Corrió, sin descanso, hasta que entró, casi sin darse cuenta en su aldea. La explanada llena de vida que había sido su casa, ahora se encontraba arrasada por las llamas. El fuego lo consumía todo. En el cielo, miles de dragones blancos, volaban en círculos, escupiendo fuego hacia las casas, granjas, huertos, cultivos.... todo ardía sin compasión.

Zick no daba crédito a lo que veía, se encontraba sumergido en una pesadilla. Todo cuanto amaba, se consumía ante sus ojos. Los gritos de las mujeres, los llantos de los niños, los gemidos de los animales... reinaban en aquel caos; ya nada podían hacer por salvar sus vidas. Zick petrificado, temblaba, deliraba. Cayó arrodillado, sin fuerzas, sin aliento. El cielo se oscureció, plagado de dragones que chillaban ante el gozo de la destrucción. Perdió de vista a Nell. Perdió su hogar. Acaba de perder a su amigo.

Dos lágrimas resbalaron por sendas mejillas, sus ojos delirantes se cerraron, apagando así la última chispa de esperanza de su corazón. Zick, esperó paciente, su final.

El Rey de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora