El Secreto del Roble de los Sueños

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Un desagradable olor a azufre le hizo arrugar la nariz. Parpadeó varias veces antes de despertar del todo. Zick se encontraba mareado, con náuseas, estaba desorientado. Todo cuanto veía daba vueltas, el paisaje se difuminaba en un ambiente grisáceo, en una espiral de cenizas y en un cielo ennegrecido sin vida. Zick estaba entre los restos de un cementerio carbonizado. A medida que iba tomando conciencia, se iba dando cuenta de dónde estaba realmente.

Las casas y granjas habían quedado reducidas a escombros, la resplandeciente hierba que forraba el suelo se había convertido en una alfombra de cenizas negras, los habitantes y animales de la aldea sólo hacían acto de presencia con sus cadáveres carbonizados. Únicamente quedaban unas cuantas ascuas que se alimentaban de los pocos cimientos que quedaban en pie, mientras una llovizna de partículas de ceniza se posaba en aquel paisaje desolador.

Zick creía que estaba muerto. Pero, desgraciadamente para él, no lo estaba, pero era lo que más deseaba en ese momento. Solamente era un muerto viviente en ese infierno. Tenía quemaduras y magulladuras por todo el cuerpo, sus ropas estaban hechas guijarros, su pelo más despeinado de lo normal y cubierto de ceniza. Le costaba respirar, pensar y sobre todo moverse. No entendía nada y menos por qué había sobrevivido al incendio, ni por qué podía ver a unos dragones que la gente no podía ver. ¿Por qué él? Le costó levantarse de un suelo mullido y cubierto de hierba. Espera. ¿Hierba? Cuando consiguió levantarse del todo, vio a sus pies una pequeña franja de vida. Hierba fresca. Que cubría el espacio de suelo que había sido su lecho. ¿Cómo podía ser? Las llamas no habían llegado hasta él.

En medio de esa confusión gris, más allá de los árboles de las lindes del bosque, Zick vislumbró un destello de color, un destello de vida en aquel páramo negro.

Balaceándose de un lado a otro y vacilante en sus pasos, Zick se dirigió hacia el corazón del bosque, guiado por aquella tímida luz multicolor. Tuvo que apoyarse en unos árboles a descansar, le faltaba el aliento por el humo que se respiraba en el ambiente. Tosió varias veces. Tropezaba entre los escombros, le escocían los ojos, apenas podía ver con claridad. Se sentía más débil que nunca, sentía el peso de su cuerpo en cada paso de sus pies. Finalmente, Zick llegó, a duras penas, a la fuente de aquella misteriosa luz. Y vio que esa luz no era sino, el Roble de los Sueños brillando. Más espléndido que nunca, no se había consumido a pesar del ataque del dragón blanco. El único reducto de vida que quedaba en aquel lugar arrasado por las llamas. Los árboles de su alrededor ahora no eran más que troncos secos grisáceos de formas retorcidas y ramas  raquíticas. Sin embargo el Roble de los Sueños se alzaba ante ellos como un rayo de esperanza en la oscuridad. Imponente, de tronco grueso y copa rebosante de hojas verdes; ahora un halo brillante lo envolvía, palpitante. La tenue luz dorada del roble era lo único que alumbraba aquel sombrío lugar. Zick, creía que iba a volverse loco. Los dragones, el incendio, el roble brillando. No podía ser real, debía de estar soñando, pero el fuerte dolor que le producían las magulladuras lo devolvían a la realidad, una realidad muy dolorosa. Sin embargo, el Roble de los Sueños no le horrorizaba tanto como la masacre de su aldea por los dragones, más aún, le parecía… mágico.

No pudo evitar avanzar unos pasos. Levantó la mano hacía el roble. A medida que iba mejorando su vista, vio como minúsculas partículas dorabas flotaban alrededor del gran roble. Era un espectáculo sensacional, en comparación con lo que Zick había visto en las últimas horas. Al fin algo bonito. Pensó. Seguro que si Nell estuviese aquí, se fascinaría. Nell… Le parecía tan increíble lo que le había ocurrido que aún le costaba creérselo. ¡Un dragón se lo había llevado volando! Demasiado increíble para ser cierto. Pero, lo peor aún, era que, de la manera en que haya sido, la cuestión era que su amigo ya no estaba, y no regresaría, incluso, tal vez… ya estaría muerto. Zick, sintió en ese instante cómo si una garra de hielo le desgarrase el estómago. Se horrorizó ante la idea de que su amigo estuviese muerto. No, no podía dejar que el miedo de ese pensamiento se apoderase de él. Debía de conservar la esperanza. Pero, era tan poco probable de volver a verle con vida…

El Rey de los DragonesWhere stories live. Discover now