Las Escamas del Dragón

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El tiempo se había detenido cuando Zick volvió a respirar. No sabía por cuánto había contenido el aliento.

-¿Q-qué ha sido eso? –tartamudeó Kiur a sus espaldas.

-No lo sé…

-Oh vamos, ¿dónde está el dragón? –preguntó Kiur incorporándose y sacudiéndose el polvo de encima.

-Se ha ido.

Zick no lo veía, pero podía sentir los incrédulos ojos de Kiur clavándose en su nuca. Se dejó caer de rodillas sobre el pavimento de tierra, vencido por la tensión que había soportado en las últimas horas. Comenzaron a oírse pasos metálicos: la rezagada guardia de la ciudadela ya se dispersaba por las calles destrozadas. Poco después encontraron a la pareja, no dudaron en apuntarles con sus lanzas.

 ~***~

-¿Habéis sido vosotros los responsables de este caos?

La voz del caudillo de la ciudad era ronca y áspera, vestía una gruesa túnica granate, acorde con el color del estandarte de la ciudadela y su cara arrugada, tapizada por una tupida barba que complementaba su orondo cuerpo.

La resistente estructura del castillo lo había mantenido intacto durante el ataque por lo que aún se podía pasear por su interior con total libertad, o al menos, con la que los caballeros de la guardia les permitían a Zick y Kiur.

Zick, intimidado por el soberano de la ciudadela, se vio incapaz de responder; en su lugar, su compañero se adelantó a hablar.

-No señor –respondió Kiur ensanchando el pecho-, únicamente somos forasteros que estaban de paso y, para nuestra desgracia, nos encontrábamos en la ciudad cuando el dra… -Kiur paró al recordar que nadie sabía que los dragones existían, nadie excepto él y Zick. De todos modos, lo tomarían por loco si intentase explicarlo.

-¿Cuando qué? –insistió el caudillo.

-Cuando empezó a arder todo.

-¿Y tenéis alguna idea de quién o qué pudo provocar el fuego?

El caudillo se movía de un lado a otro en la pequeña sala del trono del castillo, Kiur se ponía nervioso con tan solo verlo caminar sin parar. Aquel interrogatorio se le estaba haciendo eterno y aún más cuando intentaba contenerse para no lanzarse a estrangular a aquel seboso líder. Estaba perdiendo la paciencia por momentos.

-No señor, como he dicho: acabamos de llegar. Desconocíamos esta ciudad hasta ahora, solo nos detuvimos aquí para descansar y comprar víveres.

-¿Cómo puedo creeros? Estabais en el epicentro de las últimas llamas que aparecieron cuando mis hombres os encontraron.

-Intentábamos encontrar el origen del fuego, aún desconocido. Además –añadió- el incendio comenzó en grandes llamaradas, todos los campesinos son testigos, por lo que no pudo ser provocado solo por dos personas.

El caudillo no parecía muy convencido pero se desplomó sobre su sencillo trono acolchado de pieles; parecía agotado, destrozado y abatido por la desgracia que había caído sobre su pequeño reino. Tardaría bastante tiempo en reconstruir la ciudad. Apoyó la cabeza en una mano sobre un reposabrazos ocultando su rostro; sollozó, quizás.

-Está bien. Dejad que se vayan –ordenó a los guardias sacudiendo una mano adornada de anillos de oro.

Los caballeros bajaron las armas, Kiur, aún irritado, apartó de un manotazo una lanza que lo estaba apuntando y salió de la sala del trono con Zick pisándole los talones.

Zick no pudo evitar acordarse de su aldea natal y de la semejanza de la destrucción en ambos lugares, miró hacia atrás, hacia el soberano de aquel desgraciado lugar y sintió lástima por él, hubiese querido decir “lo siento” pero no pudo. Volvió su vista hacia delante y se topó con la frialdad que despedía Kiur.

El Rey de los DragonesWhere stories live. Discover now