En Territorio de Dragones

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Aquella noche Zick no pudo dormir. Es más, ni siquiera movió un solo músculo hasta el amanecer.
Rezaba deseando que todo aquello que había sucedido esa noche fuese un mal sueño. Incluso llegó a preferir estar con un chico que lo pegara antes que con una mujer. Batallas con dragones, palizas inolvidables, heridas que dejaban cicatrices para la posteridad; cualquier cosa antes que congeniar con una mujer.
Oyó a Kiur moverse y poco después levantarse. Zick no dijo nada, se encogió sobre sí mismo aún más asustado. Kiur abandonó el sauce por unos minutos y después volvió emitiendo ligeros quejidos.
Sin previo aviso, le propinó una patada a Zick que le hizo sobresaltarse.
-Despierta, imbécil.
-S-sí -tartamudeó Zick y se levantó con tanto ímpetu que casi perdió el equilibrio.
Kiur enarcó una ceja, observando sorprendido a Zick.
-Si tienes aprecio por tu vida más te vale que hoy encontremos algo interesante. Hace tiempo que se agotó mi paciencia.
Por extraño que pareciese, Zick ya no se sentía tan ofendido por sus palabras y sus insultos. Ya no, si pensaba que provenían de una mujer. Una parte de él, por pequeña que fuese, se alegraba que una chica le hablase con tanta "naturalidad".
-Sí -respondió nervioso recogiendo sus cosas.
Kiur lo miró de soslayo, cada vez más extrañado.
-¿Eres idiota?
-S-sí ¡Quiero decir...! -Se incorporó temblando y varias cosas que llevaba en brazos se le cayeron- ¡Lo siento!
-Pero, ¿qué demonios te...?
Kiur no pudo terminar la frase: un dolor punzante le atravesó el estomago y se llevó las manos al vientre, apretando los dientes.
-¡Kiur! ¿Estás bien?
Zick se inclinó para socorrerle de inmediato pero Kiur lo apartó de un manotazo.
-¡Aléjate, estúpido! Déjame en paz.
Zick se echó hacia atrás unos pasos, mordiéndose el labio inferior, sintiéndose impotente por no ayudarle, ayudarla.
-Vámonos -dijo cuando se recompuso.
Y se pusieron en camino con el sol a sus espaldas. Cada paso que daban, se volvía más pesado a medida que la temperatura aumentaba. Había vapor en el ambiente y la humedad encharcaba los pulmones de ambos; se axfisiaban. Zick caminaba detrás de Kiur más preocupado por él, ella, que por sí mismo.
Tras unas cuantas horas, los manantiales de aguas humeantes se fueron transformando en lodazales con fango hirviendo; cada pisada en el suelo se convertía en una posible trampa mortal.
Las botas de Kiur y los pantalones de Zick se llenaron de barro caliente; la sensación era muy desagradable.
Finalmente, acabaron caminando sobre tierra árida, polvorienta y muerta. Los árboles desaparecieron y ahora era polvo lo que respiraban.
No había vegetación en muchas millas a la redonda, el sol abrasador quemaba la piel alvina de Zick y las ropas negras de Kiur que incluso llegó a quitarse el pañuelo de la cara para poder respirar.
Tardaron en caer en la cuenta de que andaban por un lago drenado, con la tierra seca levantada y escamada por el sol.
Sin el alivio de una pequeña sombra, Kiur y Zick se adentraban cada vez más en un infierno ardiente.
-No puedo más... - Se detuvo Kiur.
Era la primera vez que Zick le oía quejarse y sobre todo, detenerse.
Kiur cayó de rodillas abrazando su abdomen y dibujando una mueca de dolor.
-¡Kiur!
-¡No me toques!
Haciendo caso omiso, Zick se inclinó al lado de su compañero, compañera, y le puso una mano en el hombro.
-Kiur... -Se le hacía raro pronunciar ese nombre para dirigirse a una chica- ¿No tendrás por casualidad la menstruación?
En ese momento, el cuerpo de Kiur se tensó y levantó la cabeza empapada de sudor para lanzar a Zick una mirada llena de angustia y de odio.
-¿Qué has dicho? -gritó.
Zick retrocedió unos pasos, atemorizado.
-¿Qué demonios estás insinuando?
-Ha-había mujeres en mi aldea... -Zick ni siquiera sabía lo que estaba diciendo, solo explicaba lo primero que se le venía a la cabeza- que no podían trabajar en el campo durante una semana algunos meses... ¿Es eso?
Kiur no daba crédito a lo que oía pero en su cara se comenzaba a reflejar algo que nunca antes Zick había visto: miedo. Estaba asustada.
-Pero serás... ¿Qué te crees que...?
La ira de Kiur aumentaba por momentos.
-Anoche te vi -soltó sin más-. En el manantial. Lo siento, no fue mi intención -dijo suplicando al borde de la desesperación.
Tras esas palabras el rostro de Kiur se crispó por la ira mostrando una cara desnuda y preñada de dolor, odio y temor.
Había descubierto su secreto y se mostraba indefensa, vulnerable.
-Tú... -dijo temblando de ira- ¡¡¡Maldito bastardo!!!
Cegado, cegada, por su odio, Kiur se llevó la mano al cinto para desenvainar su espada y descargarla sobre Zick que se había cubierto la cara con los brazos para protegerse. Pero antes de poder tan siquiera sacarla, una sombra se abalanzó sobre ellos desde el aire seguida de un potente sonido gutural.
Zick y Kiur miraron a unísono hacia las alturas. Kiur no veía nada lo que la alteraba aún más pero Zick observó atónito cómo tres bestias negras descendían desde el cielo. Todas ellas aterrizaron a la vez, rodeando a la pareja. Kiur sacó la espada y se puso en posición, alerta.
-¿Cuántos hay? -escupió.
-Tres.
-No te muevas. Yo me encargaré de ellos.
-¿Qué? ¡Estás loca!
Kiur le lanzó una mirada asesina.
-Y luego me ocuparé de ti -sentenció.
Aunque Kiur no pudiese, Zick veía cómo los tres dragones, semejantes al que vio en la ciudadela, los observaban con atención.
¿Qué podían hacer?
La tierra temblaba cuando se movían algunas de sus garras, y la sola presencia de aquellas criaturas aumentaba la temperatura de forma considerable.
Los seis ojos rubíes que los miraban refulgían con un brillo ardiente. Eran de depredadores triunfantes que habían encontrado a sus presas.
El humo que emanaba de sus fosas nasales era cada vez más espeso y el edor a azufre les impedía respirar con normalidad.
La tensión era tal en el ambiente que se podía cortar con un cuchillo.
Había demasiada... quietud.
-Se acabó... -musitó Kiur temblando de odio.
-Kiur, no lo hagas.
Pero Kiur hizo caso omiso a la advertencia de Zick. Alzó su espada al aire y con un grito desgarrador se dispuso a abalanzarse contra los dragones que no veía. Sin embargo una voz lo detuvo.
-No tengáis miedo.
Los músculos de Kiur quedaron paralizados, aquella no era la voz de Zick. Se giró hacia él y vio que tenía la misma cara de asombro que ella.
Miraron a su alrededor. Los dragones continuaban en su posición, era imposible que haya sido alguno de ellos el que había hablado.
-Estoy aquí, no temáis.
Guiados por la procedencia de la voz, Zick y Kiur miraron hacia un dragón. Entre sus patas delanteras se removía una figura inquieta.
Era esbelta y caminaba sobre dos piernas. Iba ataviada con una túnica inmaculada al igual que sus cabellos blanquecinos lo que daba muestra de una avanzada edad.
¿Era un ser humano? No, era algo más que eso. Sus puntiagudas orejas lo delataban.
De detrás de una de las gruesas patas del dragón salió un elfo anciano pero que conservaba su belleza de la que gozó bastantes años atrás.
-Disculpad esta brusquedad. No era nuestra intención asustaros.
Para Kiur aquella aparición fue más traumatica pues vio a aquel ser surgir de la nada gracias a la invisibilidad que le proporcionaba el dragón.
-¿Quién... sois? -se atrevió a preguntar Zick.
-Permitid que me presente -dijo el elfo llevándose una mano al pecho e inclinándose en una reverencia-. Mi nombre es Ürwen, sabio y mensajero del lugar de donde provengo: las Tierras Inferiores.
A medida que iba hablando aquel individuo, de detrás de los dragones iban apareciendo más seres como él; con la única diferencia de que eran elfos jóvenes e iban armados con flechas y arcos ya tensos. Todos miraban con cautela a la pareja forastera.
-Sed bienvenidos -continuó abriendo los abrazos-, por fin habéis traspasado las lindes del Oeste. Estáis en territorio de dragones.
-Menuda bienvenida -susurró Kiur mirando con recelo a los elfos arqueros.
-Mi misión para con vosotros -dijo Ürwen con voz serena- es guiaros y escoltaros a partir de aquí. Os invito que venir con nosotros.
Zick iba a preguntar cuando Kiur se le adelantó.
-¿Acaso tenemos opción? -preguntó enfadada.
-Dadas las circunstancias...-sonrió Ürwen mirando a su alrededor- Me temo que no.

El Rey de los DragonesWhere stories live. Discover now