La Ciudadela en Llamas

292 10 6
                                    

Zick y Kiur perdieron la cuenta de los días que habían viajado por las extensas praderas y los densos bosques. Zick andaba hacia al Oeste, sin tomar ningún camino en especial mientras que Kiur lo seguía en absoluto silencio. Más de una vez, Zick se había sentido intimidado por la presencia de Kiur, temiendo que en cualquier momento le pudiese rebanar el cuello. Un día, a media mañana, divisaron a lo lejos una población de casas y edificios más altos que las aldeas y granjas que habían visto a lo largo de su viaje. Zick rogaba hacia sus adentros para que parasen en aquella ciudadela, a pesar de que el único dinero que poseían estaba en manos de Kiur, por lo que Zick solo podía subsistir con lo que éste le cedía.

Afortunadamente, Kiur no puso ninguna objeción cuando se introdujeron en el camino hacia la ciudadela. Zick tenía escalofríos, aquel viajero silencioso era como un espectro ambulante.

La ciudadela estaba bordeada por altas murallas alvinas, coronadas con banderas rojas con el estandarte de la ciudad, en el centro se alzaba un castillo de paredes similares y tejados teñidos del azul del cielo. En la plaza de la ciudadela, bullía un animado mercado plagado mercaderes y todo tipo de puestos; más alejado de allí, se asentaban las viviendas, las casas y pequeños corrales de los que vivían las familias más humildes.

Zick y Kiur se adentraron en las entrañas de la ciudad, Kiur se ajustó más el pañuelo de  la cara tapándose el rostro a conciencia y aferrándose más su espada. Él llevaba consigo el dinero y siempre iba con más precaución. Por otro lado, Zick se quedaba ensimismado con los puestos y los artilugios que se vendían; toda una vida viviendo en una sencilla aldea le había alejado de ver cosas tan hermosas como aquellas. Mientras se distraía observando un puesto de bellas y lujosas espadas, desvió la mirada hacia Kiur para no perderlo de vista; por alguna extraña razón, a pesar de transmitirle temor, de alguna forma también le transmitía protección. Se sorprendió al verlo mirando un puesto de objetos femeninos, desde sostenes hasta perfumes y bisutería adornada de joyas preciosas. Sin embargo, en los glaucos ojos de Kiur, Zick creyó divisar un destello de melancolía; entonces comprendió aquel gesto de nostalgia.

-¿Buscándole un regalo a alguna dama especial, Kiur? ¿Un amor del pasado que espera tu regreso? –preguntó Zick, al lado de Kiur, observando curioso algunos sostenes.

Pero Kiur, no respondió a la pregunta, solo fulminó a Zick con una mirada de odio y se alejó de allí. Zick, confuso, se preguntó si habría tocado algún tema delicado para su compañero, quizás el amor le había sido esquivo con alguna amada, o puede que perdiese a un ser querido como a una madre o a una hermana; se quedaría con la duda. Con todo ello, Zick cayó en la cuenta de que nunca había estado realmente enamorado, Nell le había hablado mucho sobre mujeres pero Zick  apenas se había atrevido hablar con unas pocas chicas de su aldea; era cobarde hasta para eso, pensó. Observó por última vez el puesto de artilugios para damas y buscó con la mirada a Kiur pero el vaivén los diferentes individuos del mercado le impedían ver más allá de las personas que tenía delante. Desanimado, salió del centro comerciante pues no serviría de nada estar allí si no tenía dinero para pagar nada. Acabó por apoyarse en una de las vallas que delimitaban los corrales, miró hacia abajo y vio a un grupo de cerdos rosados revolcándose en el lodo, parecían felices chapoteando en el barro.

—Sinceramente –masculló Zick hacia los puercos-, no me importaría cambiarme por vosotros ahora mismo.

Uno de los animales levantó su cabeza cubierta de lodo intentando olfatear a Zick con un movimiento de morros como respuesta. Éste le devolvió una media sonrisa, sin embargo, a Zick le bastó con mirar el puesto al otro lado del charco de lodo para cambiar de idea: un carnicero descuartizaba y asaba a los cerdos que criaba, siendo los de su lado los siguientes.

-Pensándolo mejor… que cada uno viva su propia vida –se retractó Zick compadeciendo a los puercos.

Y con un suspiro, se separó de la valla y reanudó su paseo por la ciudadela, con suerte, encontraría a Kiur pronto.

El Rey de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora