El Descenso hacia las Tierras Inferiores

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Después de que los dragones alzasen el vuelo; Zick y Kiur se pusieron en marcha rodeados de su nueva escolta y siguiendo al anciano elfo que se hacía llamar Ürwen.
En todo el trayecto por aquel desierto muerto, nadie cruzó palabra con nadie. Los elfos eran más altos que la pareja; su piel era tan clara que rozaba la blancura y sus orejas puntiagudas eran el doble de alargadas que las de ellos. Todos tenían ojos rasgados, de diferentes colores y todos claros.
Los arqueros, al igual que el viejo sabio, llevaban recogido su largo cabello en una media cola rematada en finas trenzas enlazadas entre sí y adornadas con alhajas doradas. Sus ropajes de componían de una capa azulada con capucha y remates plateados que ocultaban un jubón inmaculado cosido con hilos brillantes y pantalones de tela fina. Todos ellos caminaban con botas de piel oscura, reluciente.
Kiur no dejaba de observarlos con desconfianza, a ellos y a los dragones que volaban en las alturas sobre ellos, vigilándolos, dando vueltas en círculos en el aires como buitres esperando descender para devorar a sus presas moribundas.
Zick seguía andando sin dejar de mirar al elfo de cabellos blancos.
¿Qué ocultaba? ¿Hacia dónde iban?
Pero no se atrevió a decir una palabra. De vez en cuando lanzaba una mirada a Kiur y él, ella, le respondía mirándole con odio y despecho. ¿Estaría enfadado, enfadada, por haber descubierto su secreto? ¿Quizás porque había dejado que los "guiasen" bajo coacción y no había hecho nada por impedirlo? No lo sabía. Ya no sabía nada, puede que fuese todo a la vez o algún otro asunto que se le escapa a su entendimiento. ¿Qué más daba? Las cosas no podrían ir a peor.
Zick hundió los hombros, derrotado y siguió mirando al suelo.
Por fin, el sol comenzó a declinar y su luz era más tenue. El atardecer hacía que las sombras de todas las figuras andantes se alargasen hasta el horizonte oscurecido.
A pesar de ello, el calor apenas había disminuido.
Zick caminaba, exhausto por el calor y el cansancio. Cerraba los ojos sintiendo cómo las gotas de sudor resbalan por su frente hasta la barbilla y caían al vacío. Era incapaz de comprender cómo los guardias que los escoltaban podían mantenerse erguidos e inmutables sin dejar que el calor los doblegara.
De pronto, tropezó sin darse cuenta contra algo duro y fijo en el suelo que casi le hizo perder el equilibrio y caer.
Sorprendido, miró hacia atrás y vio que con lo que se había topado su pie era una piedra rocosa incrustada en la tierra. Algo que le extrañó pues en aquel lugar solo había polvo, arena y tierra seca. Miró hacia delante y a su alrededor y vio que el número y el tamaño de las rocas iba aumentando a medida que avanzaban.
Pero, como siempre, prefirió no preguntar.
Cuando la noche los abrazó por completo, Zick no podía ver más allá de dos palmos de él. Hacía tiempo que habían dejado de divisar a los dragones, lo que ponía a Kiur más nervioso, nerviosa no podía verlos pero por alguna razón los sentía, los olía... Y además tenía a Zick para confirmarlo.
No había luna. Las estrellas eran las únicas que brillaban esa noche.
-Aquí es -dijo de repente Ürwen.
Zick y Kiur se pararon en seco. Los elfos ya lo habían hecho segundos antes.
La pareja alzó la mirada y descubrieron que ante ellos se levantaba una gran montaña rocosa. Más que una montaña, parecía una gigantesca piedra arañada con profundos surcos y que, debido a la oscuridad, no se podía ver la cima.
-Esto antes había sido una cascada -continuó Ürwen-, la más grande y magnífica que jamás hubieran visto vuestros ojos.
El tono de voz del anciano sabio denotaba un cierto ápice de nostalgia, apenas perceptible.
Las grietas que rasgaban de arriba a bajo la gran piedra habían sido huella de las potentes aguas que habían caído de ella, erosionando y arrancando su superficie, estrellándose contra las rocas del suelo y rompiéndolas en mil pedazos hace años.
Ürwen se giró hacia ellos y juntó las manos.
-Entraremos por aquí.
-¿Entraremos? -preguntó Kiur- ¿A dónde?
Ürwen sonrío.
-Ya lo verás -dijo volviéndose hacia la pared rocosa.
-¿Y los dragones? -insistió Kiur.
-Ellos tienen su propia entrada. No te preocupes. Ya han cumplido su función con nosotros.
El anciano de orejas puntiagudas extendió los brazos y posó sus palmas en la piedra negra. Cerró los ojos y susurró algo incomprensible para Zick y Kiur.
Inclinó la cabeza en señal de reverencia y la gran roca comenzó a temblar.
Zick y Kiur se echaron hacia atrás, alarmados; al contrario que los arqueros que permanecieron inmóviles. Kiur hizo un amago de llevarse la mano al cinto pero recordó que antes les habían invitado amablemente a entregar sus armas.
Gruñó para sus adentros.
La tierra seguía vibrando bajo sus pies y algunas rocas empezaron a caer de las alturas dejando un hilo de polvo a su paso. La capa más superficial de la roca de la cascada se derrumbó dejando al descubierto un fondo aún más negro que la noche.
Ürwen bajó los brazos y suspiró, algo cansado.
Y el terremoto cesó.
Kiur tardó en darse cuenta de que tenía la boca abierta.
Aquel anciano había abierto un pasadizo en el interior de la cascada, ¡sin ningún esfuerzo!
-Me niego a pasar por ahí -espetó Kiur.
-Claro -Ürwen miró a Kiur-, puedes elegir entre la infinidad de opciones que tienes -dijo señalado al desierto de su alrededor-, teniendo en cuenta que los seres humanos no pueden vivir en estas condiciones por mucho tiempo.
Kiur se mordió la lengua, indignado, indignada, por las palabras de aquel elfo. Debía arriesgarse, no tenía lugar al que regresar y a fin de cuentas había llegado hasta allí en busca de los dragones, ahora no podía echarse atrás.
Miró a Zick. No dijo nada, estaba dispuesto a seguirlos. El miedo y la inseguridad le movían a obedecer todo lo que dictasen.
Patético.
Ürwen no dijo nada más, con expresión tranquila comenzó a andar hacia la oscuridad. Después lo siguieron dos elfos, los demás esperaron a Zick y Kiur.
Sin más remedio, ambos se adentraron hacia las entrañas de la tierra.

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⏰ Last updated: Oct 05, 2015 ⏰

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