La Verdadera Identidad de Kiur

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-Más recto, hombros atrás, los pies separados…

Kiur daba vueltas alrededor de Zick observándole e indicándole las posiciones, ambos sostenían sendas ramas a modo de espada; Zick la sujetaba con fuerza en vertical, atento y en guardia. Kiur cogía la suya, despreocupado, con una sola mano y la arrastraba por el suelo mientras rodeaba a Zick una y otra vez, evaluándolo.

Se situó delante de él; Zick, tenso, esperaba con la respiración acelerada cualquier movimiento de su oponente.

Kiur sonrió, aún con los brazos relajados y en una lenta pero hábil maniobra chocó su rama contra la de Zick y la tiró al suelo sin el mínimo esfuerzo. Zick tardó unos momentos en reaccionar. Parpadeó varias veces, perplejo.

-Estás demasiado rígido, pareces una estatua y las estatuas no saben defenderse. Recuerda: un espadachín vale lo que vale su arma, así que, no la vuelvas a perder; recógela.

Zick cogió la rama y adoptó su postura de nuevo.

-Venga, ¡atácame! –ordenó Kiur.

Zick avanzó vacilante hacia él con pasos tambaleantes y alzó la rama contra Kiur. Antes de bajar la vara en una estocada, Kiur se apartó hacia la derecha y la rama cortó el aire. Encorvado aún, Zick recibió un ramalazo por parte de su combatiente en la espalda.

-¡Ay!

-¡Otra vez!

Zick se volvió hacia él y movió su rama en horizontal, Kiur se apartó hacia atrás, dio una vuelta y arremetió con fuerza contra costado de Zick.

Zick apretó los dientes, conteniendo el dolor de los golpes, siguió atacando contra Kiur con movimientos torpes y éste siempre los esquivaba con gran destreza y gracia mientras contraatacaba con energía.

Llegado a un punto muerto, los dos pararon y se miraron, Kiur se mantenía en pie con elegancia; Zick, agachado, apoyando las manos en sus rodillas y extremadamente cansado.

-¿Eso es todo lo que sabes hacer? –preguntó Kiur- Patético.

Zick miró hacia arriba, jadeante. La sangre le hervía de odio, soltó un grito de impotencia  y se lanzó contra su adversario descargando toda su ira. Kiur esperó hasta que llegó a su altura y bloqueó el ataque con facilidad. Las dos varas chocaron, Kiur cogió impulso y se quitó a Zick de encima de un solo empujón, tirándolo al suelo.

-Recuerda -repitió Kiur-: nunca ataques con rabia.

Desde el suelo, Zick empezó a llorar sin apartar la mirada de su compañero, lleno de dolor y de odio.

-No llores –dijo Kiur con desprecio-. Sé un hombre y acepta la derrota.

Zick escupió un poco de sangre e, indignado, se levantó alejándose de Kiur y de la vergüenza que le producía mirarlo.

-Aún no hemos acabado.

-¡Me da igual!

-¿Tan pronto te rindes?

-¡Déjame!

-Sabía que no aguantarías, he perdido el tiempo contigo –bufó Kiur.

Zick temblaba de ira con las mejillas empapadas de lágrimas, no soportaba más la humillación que le producía las burlas de su compañero. Se dio la vuelta sin pensar en lo que iba a decir. La rabia habló por él:

-También debiste perder el tiempo mientras tu madre agonizaba y seguro que ahora no estaría muerta.

Zick estaba lejos de Kiur como para poder apreciar su semblante. Éste se fue acercando hacia él y antes de que Zick le pudiese ver los ojos, su vista se oscureció a la vez que sentía un dolor agudo en el cráneo, luego en el pecho, en la cadera, en las manos, en la cara…

El Rey de los DragonesWhere stories live. Discover now