CAPÍTULO I

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A veces entre más eternos queremos ser para alguien, más fugaces nos volvemos.

~Héctor Carranza A.~


Nueva York, Estados Unidos

25 de noviembre del 2017

Agnes Thalassinos

Las calles ya se iban iluminando de las luces navideñas, los árboles y todas las decoraciones; las tiendas iban transformándose en la próxima casa de Santa Claus. El mes de diciembre parecía el favorito de los neoyorkinos, excepto el mío. A un mes de Navidad y lo único que deseaba era que me parta un rayo si es que era posible.

Odiaba diciembre, odiaba la Navidad. ¿Por qué? Me iba a casar a un día de Navidad y un accidente me quitó al hombre que amaba.

Tal vez era por eso que empecé a odiar estas fechas, Nueva York me recordaba lo infeliz que fui. Los días siguientes a su pérdida fueron sombríos, era un alma en pena que apenas comía. Las sesiones con el terapeuta no mitigaban el vacío de mi corazón, no lo he superado y creo que jamás lo haría. Mi única fortaleza para seguir en pie era Rufus.

Acaricio su pelaje mientras sigo mirando el cuadro de nosotros.

Pudimos ser felices, tener un para siempre. Te extraño Will.

Las lágrimas caen, mojando mis mejillas; estoy quebrándome una vez más ¿cómo olvidarte cuando ni siquiera nos dieron la oportunidad de seguir?

Me levanto de la silla y dejo mi lápiz en mi escritorio, no quiero trabajar más en ese diseño. Me echo en la cama y cierro los ojos, imaginándome que está a mi lado.

¿Cómo puedo seguir cuando no sales de mi mente?



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Rufus Thalassinos

Y aquí vamos de nuevo, ya me tiene cansado buscar tantas ideas para animarla, vamos un año, ¡un año! Ni el gato del hermano le molesta tanto como a mí.

Salto a la cama para acurrucarme a su lado, lamo su cara y aúllo bajito. No me gusta verla llorar, mi humana tiene así dos años. Habrá que buscar al hermano que se cree perro. Pero primero una dormidita.


(...)


Tres horas después

Me despierto de un salto cuando escucho ruidos en la cocina, mi humana sigue durmiendo. Bajo de la cama y bajo apresurado al primer piso.

Hay alguien en la cocina, hay alguien en la cocina. Seguro nos están asaltando o peor es un fantasma.

En vez de ladrar, voy sigiloso a morderlo.

—¡Maldición! Mi culo Rufus.

—¡Ladrón!

—Perdón por no avisar —Se acerca acariciarme la cabeza. Vaya, ha mejorado—. ¿Cómo está?

—¡Peor que yo!

—¿Otra vez eh? —Sus ánimos están por el suelo. Pobre humano.

—¿Hablando con Rufus?

Giramos a verla.

—Mi adorable hermanita —él la abrazó—, ¿cómo estás?

A veces el humano era básico, ¿cómo se le ocurría preguntar eso? obvio que se siente mal, estúpido. Todas las luces de la casa estaban apagadas cuando antes no.

Caminan a la sala y se sienta en el sofá, me acomodo entre ellos escuchando su conversación.

Si estos dos me escucharán hablar ya estarían muertos de miedo o se sorprenderían. Los humanos nos creen tontos, pero somos más inteligentes que ellos, excepto cuando no percibimos su maldad.

Suerte de mí que me tocó un alma pura.

Will fue mi primer humano, fue una conexión inmediata. Me entrenó, me traía las mejores croquetas del mundo y me compraba muchos juguetes. Tampoco se molestaba cuando rompía sus horribles calcetines. Un año después me presentó a la humana, Agnes. Recuerdo ese día como si fuera ayer. Estaba más que enojado por compartirlo, yo era suficiente. Sin embargo, ella era otra alma pura que sabía rascarme, hacerme mimos y darme pollo debajo de la mesa.

La amaba, la amo y la amaré siempre.

Jamás creí que se prometerían amor eterno como en las películas que veían con mis humanos. Luego de la muerte de Will, me volví un perro delgado y gruñón, parecía un perro callejero y por primera vez sentí lo que ellos. Me escapé de casa y viví en las calles por un mes, luego el hermano de Agnes me encontró.

¿Quién decía que solo el humano entraba en depresión?

Sabía que en algún momento mi tiempo terminaría, mi misión era hacer feliz a un alma, y el alma pura de Agnes se había ensombrecido.

Ya pensaría en algo... tal vez le preguntaría al gato, era bueno dando ideas.



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