Saltemos sin paracaídas.

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Xiao abrió la puerta de la habitación de invitados y lo hizo pasar adentro. Después sacó un camisón del armario y se lo tendió encima de la cama.

-Quítate ese abrigo y ponte esta ropa, estarás más cómodo. Y ahí tienes un baño en el que podrás asearte -le indicó, señalando con la cabeza la otra puerta que había en la habitación.

Yibo se acercó a la cama y observó el enorme camisón de raso blanco.

-Vaya, veo que tu amante estaba algo rollizo -comentó con celosa maldad.

-Ese camisón es de mi padre. Se queda aquí cuando viene a la ciudad.

-¡Lo siento! -exclamó avergonzado-. No pretendía...

-Olvídalo, siempre fuiste un bocazas -manifestó irritado.

El castaño se quedó boquiabierto mientras lo veía salir de la habitación. ¿Por qué siempre le hablaba como si lo conociera de toda la vida? Decidió no darle más vueltas y corrió al baño para darse una ducha. Luego salió de la habitación con el cabello húmedo y el camisón que le llegaba a la mitad de los muslos. Caminó descalzo hasta el fondo del pasillo, donde se encontraba el dormitorio del pelinegro. Abrió la puerta con suavidad y asomó la cabeza con timidez. Él estaba acostado sobre la cama, con la camisa del pijama entreabierta y el mando del televisor en la mano. Al parecer también se acababa de duchar.

-Hola -lo saludó con una sonrisa cohibida.

Xiao había dejado de hacer zapping en la tele y lo observaba detenidamente.

-¿Qué haces aquí? -le preguntó sorprendido.

-En el coche dijiste que querías más -contestó con una sonrisilla entre travieso y ruborizado.

-No hablaba en serio -replicó en un tono mustio.

-Pues yo te creí.

Se miraron por unos segundos sin decir nada. Ambos tenían la sensación de que estaban a punto de atravesar una barrera muy grande. Una barrera que al ceder, iba a dejarlos expuestos el uno ante el otro.

Yibo fue el primero en dar el paso y cruzó el umbral de la habitación. Ahí estaba la parte más intima de la casa. La parte más privada de Xiao. Donde casi nadie más había tenido acceso. Y ahora él era uno de esos pocos privilegiados.

Apreció que su dormitorio también estaba decorado con buen gusto, pero con la misma frialdad del resto de la casa. La colcha de la cama sobre la que yacía el pelinegro era de raso negro, los cojines negros y el canapé blanco. La mesilla y el cabecero también eran blancos y negros. Incluso la lámpara y el reloj que había encima de una mesita eran blancos y negros. Las paredes estaban pintadas de un gris perla. Sobre los pies de la cama había un paño verde pistacho que daba un punto alegre al entorno, y encima del cabecero de la cama había un cuadro gigante del Guernica de Picasso.

Yibo se acercó a la gran cristalera del fondo de la habitación y contempló los picos de los edificios de Seúl. Estaba claro que al pelinegro le gustaba tener todo bajo control. Xiao se quedó donde estaba, sin dejar de mirarlo. Lo había observado internándose despacio en su cuarto como una gacela curiosa en la guarida de un león. Y aunque por un momento tuvo el impulso de vetarle la entrada, finalmente lo dejó acceder a su pequeña parcela privada. Por extraño que pareciera su compañía le reconfortaba.

Se levantó de la cama y se acercó sigilosamente hasta él, atraído por la belleza que emanaba su figura bajo la luz rojiza del amanecer. Yibo dio un respingo al notar su aliento en el cuello y sus manos grandes posadas en su cintura. Zhan le dio la vuelta con delicadeza y sus ojos se encontraron.

-Tengo la sensación de que estamos a punto de caer por un desfiladero -confesó convulso el castaño.

-Ya somos dos -susurró.

-¿Y qué hacemos?

El pelinegro se encogió de hombros.

-Fingir que sabemos volar hasta que nos estrellemos contra el suelo.

-Suena arriesgado. Me gusta -repuso Yibo con una sonrisa.

El pelinegro se la devolvió.

-¿Entonces a qué esperamos? Saltemos sin paracaídas.

El mayor deslizó una mano por su nuca, lo atrajo hacia su cuerpo y engulló su boca. Rompieron el beso por un momento para desnudarse mutuamente. Entonces Yibo recordó que nunca lo había visto sin nada de ropa y retrocedió para contemplarlo. Su mirada se perdió por ese torso fuerte y perfectamente formado. Maravillado con lo que veía, deslizó un dedo por sus abdominales y sus bíceps marcados. Era evidente que le gustaba machacarse en el gimnasio. Después se puso de puntillas y le besó.

Xiao aguardó inmóvil a la vez que sentía su lengua introduciéndose con timidez en su boca. Tenía un sabor tan dulce... No pudo aguantar más y devoró su cuello. Yibo echó la cabeza hacia atrás cuando la boca del pelinegro buscó sus pezones. Luego lo empujó con su cuerpo hacia la cama y cayeron entrelazados. El castaño enterró los dedos en su cabellera pelinegra mientras sus lenguas se saboreaban con denuedo. Hasta que de repente decidió apartarlo.

-No, Zhan, no quiero esto -expresó sofocado.

El pelinegro se alejó desconcertado y Yibl le sonrió con dulzura, cogió su cara con ambas manos y le besó en la herida de la ceja.

-Me refiero a que no hace falta que follemos como dos salvajes. Eso ya lo hacemos siempre. Yo quiero algo más tierno.

Zhan parpadeó asombrado.

¿Algo más tierno? Él estaba a mil e Yibo quería algo más tierno. ¿En serio?

-Haré lo que pueda -gruñó al final.

El menor se inclinó hacia delante y se besaron de forma dulce y pausada. Zhan deslizó sus dedos por su cabellera castaña, su rostro angelical, sus pezones... En serio amaba esos lindos pezones. El pelinegro rompió el beso para atrapar uno entre sus dientes y lo recorrió con su lengua, pero contrario a las demás veces, esta vez lo hizo suave, depositando castos besitos en la zona levemente rojiza por los mordiscos. Bajó las manos hasta su trasero, apretándolo fuerte y sin poder evitarlo lo azotó. Yibo soltó un chillido y lo empujó.

-¡Animal! -exclamó enfurecido-. ¡No tienes ni un toque de delicadeza, maldición!

-Ya, perdón. Es que recordé las susias manos de ese hombre recorriendo tu cuerpo y me devoró la rabia.

El castaño lo miró incrédulo.

-Eres mío Yibo - completó y volvió a besar sus labios con hambre y pasión.


𝙻𝚘𝚟𝚎 𝙳𝚎𝚋𝚒𝚝 [𝙰𝚍𝚊𝚙𝚝𝚊𝚌𝚒ó𝚗 𝚉𝚑𝚊𝚗𝚈𝚒]Место, где живут истории. Откройте их для себя