14. Nada para Cinco Hargreeves

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Capítulo catorce: Nada para Cinco Hargreeves.

Ella lo había invitado cortésmente a cruzar la puerta de entrada, dirigiéndolo a lo que sería una acogedora sala de estar, pero a pesar de lo que observaba Cinco, estaba pasando por un incómodo ambiente helado.

—Me heriste—inicia llamando la atención tras aquel silencio sepulcral de tan solo unos segundos.

«Que directa», piensa él. Sabía que no merecía el mejor de los tratos, pero ni agua había brindado, casi sintió atragantarse con sus propia saliva de la sorpresa.

—Jo, yo...

—Déjame terminar—frunciendo el ceño le regala una mirada de advertencia. Cinco claramente intimidado acata la orden, hundiéndose en aquel sillón.

—Me heriste—repite descansando ambas manos sobre su regazo, lucía bastante cansada—, y aun así te esperé, durante muchos años te había estado esperando.

El muchacho sentía miedo por el hecho de que ella revelara tal cosa como si nada, pero sabía que no tenía derecho a opinar ni a emitir sonido alguno, así que en silencio aguardó hasta que continuara.

Jo, en cambio, podía sentir el picor en sus ojos, pero no lloraría, no más.

—Casi detuve mi vida por ti, casi dejo pasar esta segunda oportunidad por un hombre egoísta que únicamente les dio prioridad a sus necesidades. Y llegó un momento donde me juré nunca jamás volver a buscarte o pensar en ti, porque yo no era nada para Cinco Hargreeves.

—Me casé, tengo una familia preciosa por la cual estoy agradecida, ellos Número Cinco, son personas que realmente me quieren—mantuvo su mirada fija en aquel muchacho y por un segundo se sorprendió al visualizar a su versión adulta, sin embargo, nada más había sido una alucinación.

—Pero henos aquí, dos mil diecinueve el año donde inició todo—bufa abrumada y gira la cabeza a un lado para que este no llegara a ver las lágrimas rebeldes que amenazaban con deslizarse por su cara.

Aquel rostro era un verdadero poema.

Normalmente, los dos únicos sentimientos en los cuales Cinco era bueno expresándose con notoriedad eran el de superioridad y disgusto. Lo interesante es que esta vez no era ninguno de los dos.

—Te odié como no tienes idea. Jugaste bien tu juego.

Él estaba a punto de llorar.

—Nunca fuiste un juego—negó espantado en un susurro.

Ella lo ignora.

—Pero ya te perdoné—y para finalizar forzó una pequeña sonrisa, invitándolo ahora sí a responder.

El sonido de las manecillas del reloj era lo único que se escuchaba en aquel tenso ambiente.

—¿Qué pasa Cinco?, ¿Te comió la lengua el gato?—pregunta con expresión ingenua.

El cabello desaliñado sobre su frente fue removido y peinado con delicadeza en su cabeza. Los envejecidos dedos de Jo dejaron un rastro de piel de gallina sobre el rostro de Cinco, luego un olor agradable inundó sus fosas nasales.

—Oh, el café está listo—y tan rápido como se había dirigido hacia él, toma rumbo a lo que supuso que era la cocina.

Trajo consigo una bandeja en la cual descansaban dos tazas cargadas de aquel líquido oscuro. Naranjas, llamativas como antes lo era el cabello de Jo, ahora opacado por canas.

—¿Estaría bien darle café a un niño?—sujeta desconfiada la taza de su invitado y duda en entregarla, pero termina cediendo—, ¿Sabes? Aún no entiendo cómo es que tú tienes cuerpo de puberto, como sea no me importa—añade tomando asiento nuevamente frente a él.

BonitaWhere stories live. Discover now