Prólogo: Añicos

230 18 13
                                    

Ataxia espinocerebelosa.

Era un término demasiado complejo para lo que significaba.

Él prefería llamarla "estorbo". Después de todo, eso era lo que significaba a fin de cuentas.

Wilson Bones, diecisiete años, con una vida relativamente normal hasta que le diagnosticaron esa enfermedad, casi por accidente: según los especialistas a los que los padres de Wilson consultaron, era una total negligencia que ningún otro doctor se hubiese dado cuenta en tanto tiempo.

Después de todo, pudo haberle ido peor, supuso.

Su esperanza de vida era una mierda: antes de los cuarenta ya estaría en la recta final, si bien le iba. Los doctores intentaban no ser demasiado esperanzadores, pero decirle a un adolescente que morirá mucho más joven de lo normal por lo general es devastador. No había otra manera de decirlo.

Al inicio, todo el mundo acudió a verlo en el hospital, durante el breve pero eterno periodo en el que le hicieron estudios y lo saturaron de medicamentos, casi como si los doctores estuviesen intentando adivinar cuáles funcionaban y cuáles no.

Poco a poco, dejaron de venir: primero unos, luego otros y al final, tan sólo Astrid siguió viniendo a verlo hasta que al final, incluso ella dejó de venir. Para ser justos, ni siquiera era necesario que viniera. Astrid y él apenas hablaban antes, pero el hecho de que el día en el que ella lo rechazó, fue el mismo en el que se hizo patente su enfermedad quizá le pesó demasiado en la consciencia, pero eso ya ni siquiera importaba. Tan sólo dejó de venir y cuando eso ocurrió, Wilson ni siquiera supo si se sentía aliviado o aún más deprimido, sumando el abandono de Astrid a la lista de cosas por las que autocompadecerse.

Empezó a leer cuando le dieron ciertas libertades en el hospital, como ir y venir de su habitación al recinto común, donde había una televisión y algunos libros. Pudo aficionarse a leer, pero tampoco hizo eso. Era casi como si hubiese perdido la voluntad para vivir, en pie por simple inercia.

Sin embargo, se sintió secretamente aliviado cuando empezó la fisioterapia: lo hacían caminar con supervisión y, entre otras cosas, practicar ejercicios de motricidad. Quizá necesitaría un bastón para caminar en su día a día, pero fuera de eso, quizá su aflicción fue menos problemática de lo que en un inicio esperaba.

Pero aun así, los doctores se las arreglaron para diagnosticarle depresión: no es como que Wilson se hubiese esmerado en ocultarla después de todo, ¿no? Sus padres ni siquiera estaban presentes mucho tiempo, desventaja de ser directivos de una empresa. No eran asquerosamente millonarios, pero sí tenían dinero suficiente como para mantenerlo internado ahí, con toda la vigilancia del mundo... Y sin pasar a verlo tan seguido como a él le gustaría.

Sin embargo, podía entenderlo: si ellos no trabajasen tanto, él no estaría siendo tratado y su esperanza de vida sería todavía menor que antes.

Un día de tantos otros, semanas después de haber concluido el periodo escolar, su doctor de cabecera le hizo una visita y sorprendentemente, sus padres venían con él.

— ¿Cómo estás, Wilson? - Preguntó amablemente el doctor, con ese tono impasible y falsamente dulcificado que empleaban todos los doctores al tratar con sus pacientes. Casi rozando con la condescendencia. Wilson había aprendido a odiar ese tono, pero se esforzó por no demostrarlo demasiado.

— Bien.

No era más que una pregunta de rutina, se dijo Wilson. Sin embargo, si esa fuese una visita de rutina, ¿Por qué sus padres se habían molestado en venir? ¿Acaso había llegado la hora de conocer a su Avenger favorito o algo por el estilo? Antes de seguir dándole vueltas al asunto, el doctor cortó ese hilo de pensamientos de golpe, continuando con aquella conversación.

— Desde tu ingreso, has demostrado una mejoría. Lenta, pero constante. Sí. El caso es que, hablando con tus padres, hemos encontrado una alternativa más... amigable contigo, sí. Quizá volver a socializar con gente de tu edad sea de ayuda para superar tu... ejem, cuadro depresivo, sí.

Wilson estaba odiando cada palabra que salía de la boca del doctor, sí.

— Uno de mis sobrinos es egresado de esta escuela - Se apresuró a añadir el doctor, como si eso fuese un certificado de autenticidad. ¿Por qué se esforzaba tanto en venderle esa idea? Si sus padres estaban ahí, entonces la decisión ya debería estar tomada. Esto era una mera formalidad.

Sin embargo, no podría ser más agobiante e insufrible que las paredes del hospital. Aun así, Wilson no pudo evitar notar que el doctor había mencionado una nueva escuela. ¿Qué tenía de malo seguir en la misma de siempre? El doctor pareció notar ese vacío en su argumento, así que rápidamente intentó explicarlo, como si no le hubiese hablado de cada pequeño detalle de ese tipo a sus padres.

— Es recomendable que ingreses en una escuela más... especializada, ¿sabes? Me refiero a que... bueno, el internado Hellen Keller podría no solo impulsar tus estudios, sino darte atención médica de ser necesaria. La enorme mayoría de los estudiantes padecen de alguna discapacidad, sí. No sólo físicas, sí - Añadió el doctor, como si eso fuese mejor por alguna razón - Podría ser bastante cómodo para ti. Le dan bastante autonomía a sus estudiantes, sí.

— Entiendo, sí - Interrumpió Wilson, remedando la muletilla de su doctor, aunque si éste se dio cuenta, decidió no demostrarlo - ¿Cuándo lo decidieron?

— En realidad, queríamos consultarlo contigo - Se apresuró a decir su padre, como si eso amortiguase el hecho de que prácticamente ya habían tomado una decisión - Los doctores creen que podría ser contraproducente que sigas asistiendo a la misma escuela que antes y pensamos que el Hellen Keller sería perfecto para ti.

"Perfecto para ti". Desde que escuchó el nombre del internado, Wilson supo el tipo de escuela que sería: el internado llevaba el nombre de una especie de mujer discapacitada de la que habían leído alguna vez en la escuela. Wilson sólo la recordaba porque la mujer esa no veía ni escuchaba una mierda.

Y aun así, se las arregló para no lucir demasiado contrariado.

— ¿Cuándo me llevarán? - Preguntó finalmente, rindiéndose.

— Las clases empezaron hace unos días, pero no creo que sea impedimento alguno - Explicó su madre - Por lo visto, en el Hellen Keller siempre están felices de recibir personas nuevas.

Entonces sí que lo habían decidido tiempo atrás, teniendo en cuenta que sus padres ya tenían una opinión tan cimentada y experta acerca de la casa de lisiados esa.

— Te llevaremos mañana en la mañana - Añadió su padre - Estarás a tiempo para la primera clase del lunes. Será divertido Will.

Hacía mucho que sus padres no lo llamaban Will. Parecían querer darle el estímulo necesario para que aceptase ese hecho con una mejor cara. Wilson no sabía si quería darles el gusto, pero razonó de inmediato que, quisiera o no, eso era ya un hecho. Iría al internado de trastornados para gente hecha pedazos. Sin duda iba a ser un último año de clases muy divertido.

Las flores de cristalWhere stories live. Discover now