Capítulo 3: La crisis de las galletas rancias

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El timbre sonó por toda la escuela, anunciando el final de las clases del día. Antes de que Wilson pudiese pensar en lo que haría después, Akira ya estaba junto a él, preguntándole si tenía planes para después de la escuela. Sin embargo Shawn, el representante de grupo, la abordó a toda prisa para entregarle una carpeta con papeles dentro, como pidiéndole que hiciera algo con ellos. Resignada, volvió su mirada hacia Wilson, quien aparentaba no haber visto nada.

— Entonces... eso arruina tus planes de acompañarme hoy, ¿no?

La chica le hizo un puchero, pero a continuación explicó que en realidad, sí podría acompañarlo hacia los dormitorios, pues tenía que ir a entregarle algo a una chica que faltó a clases ese día. Secretamente aliviado por no tener que buscar la entrada por su cuenta, Wilson aceptó la compañía de la chica, preguntándose si acaso todas eran tan extrovertidas e invasivamente agradables como ella.

Ambos siguieron el camino que tomaron durante la pausa para el almuerzo horas antes, tomando el elevador junto con otras tres o cuatro personas más; para ese momento, ya eran pasadas las dos de la tarde y el sol todavía estaba algo fuerte, pero no fue impedimento para el mar de estudiantes que se dirigía a los dormitorios, aunque Wilson pudo observar que un número significativo se dirigía también a los salones especiales o al edificio deportivo: con la cancha techada de baloncesto y la pista de atletismo, entre otros. Todos parecían tener algo que hacer, pues en la rotonda que antecedía al edificio de los dormitorios también había ya un considerable número de estudiantes.

Entonces Wilson cayó en la cuenta de que Akira iría más rápido de no ser por él, obligado a andar despacio por su condición, apoyado en ese maldito bastón para no caerse al suelo tras avanzar dos pasos. El recordatorio de su condición no había estado presente durante las últimas horas de clases, pero apenas tenía dos minutos de tiempo libre, volvía a acosarlo. Wilson habría seguido pensando al respecto, pero se dio cuenta de que había dejado de caminar y Akira también se detuvo pocos pasos frente a él, preguntándose si se encontraba bien o debería llamar a un enfermero.

— ¿Will? ¿Te encuentras bien? - Preguntó ella, arqueando las cejas, como intentando detectar la más mínima expresión que indicase dolor en su rostro. Wilson se dio cuenta de que probablemente la había preocupado de más, así que decidió hacer lo que el enfermero le había recomendado en primer lugar: hablar de su condición.

— Aún no te he dicho lo que tengo, ¿verdad? - Suspiró Wilson, sin muchas ganas de tener esa conversación mientras reanudaba el paso, ahora con Akira caminando mucho más lento, prestando atención a cada palabra que decía él - Se llama ataxia... algo. No recuerdo bien el nombre ahora. En resumen, no tengo equilibrio y poco a poco pierdo el control de mis movimientos. Tardará bastante en complicarme la vida de verdad, pero aun así... es bastante molesto.

Claro, omitió la parte en la que los doctores le habían dicho que ni de broma viviría más de cuarenta años y que si pasaba de los treinta sin quedar en silla de ruedas permanentemente, podría considerarse todo un logro. Es decir, de seguro no era el único con una esperanza de vida de mierda en el Hellen Keller: probablemente habría uno o dos enfermos de cáncer por ahí, pero eso no quitaba el hecho de que él no podría envejecer y probablemente tampoco tener hijos (si es que quisiera tenerlos en primer lugar). Era agobiante.

Lo que esperaba a continuación era una mirada lastimera, como si Sato se compadeciese de él: sin embargo, lo primero que recibió de ella fue sentir la mano de aquella sonriente chica sobre su hombro, como diciendo "sé que es horrible, pero estoy contigo". Era difícil de explicar, pero sin duda eso era cien veces más reconfortante que el clásico "lo siento mucho" que solía decirse a algún enfermo como él.

Sin darse cuenta, ya habían llegado a la entrada de los dormitorios, donde el edificio de chicos y el de chicas se bifurcaban: Akira se despidió de él con un ademán de mano, pues la otra estaba ocupada con el sobre que Shawn le había dado. Wilson caminó hacia la entrada de su propio edificio y, viendo al guardia sentado en su escritorio detrás de la entrada, decidió preguntarle si sabía cuál era su cuarto. Sin embargo, antes de poder abrir la boca, el guardia alzó la mirada.

Las flores de cristalWhere stories live. Discover now