P. 10.

1 0 0
                                    

Cuando he podido escuchar en el salmo: ¡Te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación!

¡Ay Señor pobre de mí!

¿Quien soy yo Señor para tan grande favor?

¡Porque me has escuchado!

¡Porque me has salvado!

Y yo no puedo comprender tantas gracias como me has dado. Todo Señor se me vuelve gracia. Todo Señor ha sido un camino en mi vida donde tú venias conmigo. Cuando esta mañana, podía escuchar el silencio, a pesar de los ruidos del ambiente y de mi cuerpo. Me admiraba, porque cuando me invitabas a entrar por el camino del silencio, lo primero que tuve que hacer, fue silenciar mi cuerpo, porque el cuerpo es el envoltorio del alma, y sin el silencio del cuerpo no podía encontrar el silencio del alma, el silencio del cuerpo era para poder oír tu voz, porque tú voz es silencio, tú hablas en el silencio, nosotros, estamos acostumbrados al ruido, y en ti la vida es silencio.

Me he podido dar cuenta por qué echaste a los vendedores del templo, porque el templo, la más mínima distracción nos desvía del silencio que conduce a la oración. Y en la oración. Para poder hablar y escuchar a Dios hay que hacerlo en silencio, al momento que uno deja de guardar silencio y se distrae, ya se le pasó el momento del encuentro y de la escucha. No puede haber encuentro y dialogo sin silencio, y por eso me enseñaste a silenciar mi cuerpo, por el silencio del cuerpo, se entra en el silencio del corazón, y es en ese silencio donde se puede escuchar la voz del Señor.

Y me daba cuenta, que el ruido externo ya no me afecta, como tampoco me afecta el ruido que hace mi cuerpo, porque el Silencio de Dios es distinto, es mas hondo, es mas libre.

Y ya podía ver moverse el cielo a través del velo de luz que lo cubría. Porque lo que veía era respirar la vida, la vida tiene un corazón como el nuestro, y yo veía su respiración, como latía su corazón.

Me callo y me hace gracia cuando al no comprenderme, dicen que siempre estoy inquieta dándole vueltas a las cosas.

Y es por no comprenderme ni conocerme, porque no saben que mi cuerpo es silencio, que yo conozco su voz, que mi mente es silenciosa, porque tú Señor le pusiste un centinela que me avisa cuando alguien quiere entrar en ella sin llamar siquiera, y recurro a la oración silenciosa del corazón para poder controlarla.

El silencio en mi era tal, que se me fue el santo al cielo como se suele decir, y por poco llego tarde a misa.

Pero ya es lo mismo, cuando se abre el corazón y se libera el Espíritu que sale de su prisión, ya todo es voz, ya todo me va hablando en la vida, ya puedo oír la voz de Dios, acostada levantada y orando.

¿Por qué Señor me pasa esto a mí la más pobre de tus criaturas?

Eso no lo puedo comprender, es algo que escapa a mi entendimiento.

¿Qué mi Dios y mi Señor se digne contestar a mi oración?

Es algo inaudito, inenarrable.

"El Señor me abrió el oído para que escuche como los iniciados."

¿A mi?

¿Quién soy yo Señor para eso?

Y ya el Señor me recordó quien era, lo que era y lo que había sido. Me dijo que igual que dijo a la Samaritana, ya había llegado la hora de que los verdaderos adoradores adorarían al Padre en espíritu y verdad. Y para poderlo hacer, lo primero es el amor que te hace pedir buscar y llamar, y para encontrar el camino del silencio que te hace orar en espíritu y verdad. Hay que silenciar el cuerpo, hay que quitarle la voz, ir bajando el volumen poco a poco, quitarle voz a sus gustos y apetitos, deseos he ilusiones, es una manera de ir muriendo, de ir acallando esas voces que te hablan en el cuerpo, para vivir la vida nueva del espíritu a través del silenció.

LA LIBERTAD SALIO DE SU PRISIÓNDove le storie prendono vita. Scoprilo ora