Today is the first day that I feel lonely

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Parte tres:

Saudade

...

Desde esa tarde, las emisoras no le dan un descanso. A los pocos días volvió con las maletas en mano a la casa de su padre. Una casa muy solitaria y muy grande para los dos. Su padre no la recibe, y a pesar de que no quiere, tampoco puede hacerlo y ella prefiere inclinarse a lo segundo.

Su libertad la estaba cambiando por su antiguo techo, por su antigua cama. La independencia por la que había luchado ahora se le esfuma de las manos y le dice que nunca la tuvo en realidad, fue una ilusión para hacerle creer el juego de adulto.

Toca, nadie responde. Acaricia el manijo y algunos recuerdos la invaden. Al abrir la puerta, lo primero que ve es un cuerpo inerte, enchufado a un suero que lentamente va haciendo efecto en el organismo del veterano. Entra, sin hacer el menor ruido y se pone a lado de él. Quiere tocarle la mano para que sepa que ya ha llegado sana y salva, y que en unos minutos prepararía la cena. Le gustaría saber qué se le apetece, pero el hombre parece no querer despertar del sueño y lo deja ser.

Vuelve a su habitación, las maletas aún cerradas como diciéndole que vuelva a su hogar. Que este desde hace mucho ya no lo es.

Y estar en casa la lleva a recordar esa calidez que cada noche se transforma lejana, esa armonía de escuchar la lluvia grosera golpear los vidrios del carro, ese silencio ensordecedor que le decía que está en pacimornía, hasta que su voz la hace despertar y atrapa su perfil, con su mirada fija en las calles, con las manos aferradas al volante mientras hablaba sinsentidos de las tiendas de ropa y cómo ha subido el precio el último año.

Se escucha a sí misma burlarse. "Eres millonaria, no pretendas que también te afectan los problemas de los mortales".

La rubia no había dejado de reír desde entonces. Ella, al verse evidenciada, al escucharse tacharla de alguna diosa, siente enrojecer sus mejillas. Y el mirar hacia las calles ayuda a camuflarse.

Abre los ojos ahora sí, ante el sonido del horno. Baja corriendo a la cocina.

Se sirve una copa de vino que había comprado antes de venir, casi echa a perder el estofado. Las botellas que su padre aficionado colecciona eran prohibidas para ella y al verse limitada ante un absurdo, se hizo media alcohólica, culpando a su padre. Ahora bebe ante el recuerdo de su niñez al ser regañada un par de veces por rondar en las tarimas que mostraban todo tipo y forma de botellas. Hay un silencio abismal en la sala que no logra acallar, sino agrandar sus propios demonios, y se pregunta cómo su padre ha podido sobrevivir todo este tiempo solo con las voces de sus pensamientos. Se pregunta si estas, como las suyas, son insoportables. Ella no podría.

Abre una botella, ¿qué más da?

Extraña el bullicio de la ciudad.

Se conecta a una plataforma y escribe el nombre de la rubia. Le salen los cinco discos, en orden cronológico. Reproduce el primero.

19.

Tampoco se limita a escuchar una voz rasposa, entonada y joven, sino que busca en internet y no reconoce a la chica que le sonríe a las cámaras. Es un gesto inocente, tímido. Sin duda, esa chica no fue la que conoció. La rubia que le discriminaba todo era una mujer completa, sin miedos, sin arrepentimientos y sabia. Sabia más que nada. Como que ya experimentó la vida y en vez de rechazar el dolor, lo acepta como invitado y le advierte que algún día tendrá que irse. El dolor y ella parecen ser viejos amigos.

Esa rubia no es la misma que está en la pantalla de su celular. Aparte, la de diecinueve años es castaña.

Esta a su vez, es una de las primeras versiones, lo sabe, aun así no se lo termina de creer. No se imagina a una Adele insegura e incierta de la vida.

all the good songs were about youWhere stories live. Discover now