Put the pieces of me back together

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Parte seis:

Ramé

...

Evidentemente necesitaba ayuda para subir las escaleras luego de las dos botellas que vaciaron. Aunque entre risas trataba de ocultar lo efectivo, contaba, de todas formas, las miles de veces que pasó por la misma situación en su juventud y orgullosa afirmaba que llegaba a salvo a la cama. Es más, contó detalles que la otra prefirió no escuchar. Fue cuando Chris apoyó sus manos en las caderas de la rubia que esta, agitada, volteó y le dijo que la soltara.

—No necesito ayuda, no soy tu padre —dijo y al instante, con el alcohol en las venas, se arrepintió. No debió haberlo dicho, no debe dejar que el alcohol hable por ella.

La pelinegra halló algo parecido a la susceptibilidad, donde la ojiverde tomaba el mínimo acto como algo personal. No lo entendió, tampoco entendió la comparación.

Chris no respondió, se mordió la lengua, es por gusto discutir con su versión borracha de todas formas. De hecho, se sorprende así misma que haya actuado como lo hizo, porque hasta incluso ella ve a dos rostros y dos cuerpos tambaleando. La rubia no se disculpa, sino que vuelve a lo suyo y la próxima vez que escucha la voz rasposa es justo cuando desorientada no sabe cuál puerta abrir. Le da el paso a Chris quien abre una de las puertas finales del pasillo y le señala con el dedo que no haga tanto ruido. Le ofrece prendas para dormir y la deja sola, en el silencio de una habitación que parece de algún adolescente, en esa etapa rebelde que tanto le costó salir, pero que pasó excelente conociendo a su mejor amiga. El sonido de la puerta del baño la trae de vuelta y borra la sonrisa tonta de su rostro. Es absurdo, pero verse así misa sola en un lugar extraño no le produce lo que debería, al contrario, las sábanas, el ambiente, el piso, todo se mantiene limpio y oloroso. Tal vez fue el sueño lo que de verdad la motivó a cumplir con lo ordenado airosamente: cambiarse de ropa, acostarse, dormir.

Comienza con las joyas que trae puesto. Los aretes, las pulseras, los cuantos anillos, deja todo encima de la mesita de noche que también descansa un vaso con agua tapado. Se saca los botines de mala gana, desabrocha los botones de su pantalón y el espejo de en frente le recuerda que tenía otros planes para esta noche, pero las vueltas de la vida a veces son necesarias. Deja su interior puesto y viste los cortos pantalones negros que combinan con la blusa de pequeñas mangas. Solo alcanza a sacarse la blusa cuando Christian sale del baño, cambiada, apartando la mirada, avergonzada de verla expuesta. Adele le sonríe y no se apura en vestirse, especialmente cuando siente la mirada traviesa de Chris en su torso, haciendo el juego de alejarse y acercarse, de no ser detectada en el intento.

Un cosquilleo mezquino le despierta partes de su cuerpo que estaban invernando.

—¿Ves algo que te gusta? —pregunta con un coqueteo imprudente que pone colorada a la otra, de pies a cabeza, y su tartamudeo se lo confirma—. No son como aparenta ser —confiesa, dándose un vistazo a su escote. Dos gemelas blancas sobresaliendo de los tirantes del sujetador. Chris persigue su mirada y también cae en la maravillosa escena. Sus labios quedan secos—. A mi edad ya nada está en su puesto. En cambio, tú... ¿Cuántos años tienes?

—¿Qué importa? —contesta a su manera, un poco afectada por el reciente pinchazo. Más colorada todavía al ver que Adele ha vuelto a mirarla a la cara y no aparta la mirada de su pecho que nada cubre por debajo. No era buen momento para que el frío haga su jugada maligna y le erize la piel.

Adele... Adele tiene la piel tan blanca y pecosa, y parece suave, como si llegase a pasar sus dedos por encima, estos se fundieran haciéndose uno solo. Como si llegase a pasar sus labios, estos se resbalarían y la mojaran con exactitud.

all the good songs were about youWhere stories live. Discover now