We can't love each other for free

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Parte siete:

Entelequia

...

Muchas cosas pasaron en breve tiempo.

Renunció a su trabajo apenas firmó contrato en la nueva radio.

Y vaya que fue ilimitada al hacerlo, ni se contuvo en darle voz a sus pensamientos retenidos desde hace días. Ni siquiera esperó respuesta, sino que salió corriendo como si por primera vez conoce la libertad, y de hecho, hacía tiempo que no la sentía, por eso la sensación de extrañeza. Una bienvenida a una vieja amiga que está para quedarse. Que se le propone y ella, con la felicidad del mundo, acepta.

Y en una avenida desconocida, mirando hacia ambos lados, medio perdida, medio extasiada, recuerda una cabellera rubia y su sonrisa se ensancha el doble que sus mejillas duelen dilatadas de felicidad. De emoción. De calidez en el vientre. Y saca el teléfono, localizando el número nuevo para llamarla.

Nadie contesta.

Ni a la primera, ni a la segunda y la tercera no fue la vencida. Pero vamos, ella ya sabía que la rubia es una mujer sumamente ocupada. A lo mejor, cuando esté en su descanso, se da cuenta de las llamadas perdidas y la llama de vuelta.

Eso tampoco pasó.

Quinto día de trabajo, dejó de esperar por una respuesta o alguna señal de vida y es ella quien vuelve a marcar haciendo otro intento. Pero al igual que sus antecesores, Adele no contesta y se va preguntando el por qué, creando dudas de si hizo algo mal la última vez, puede ser que la haya asustado o si Adele definitivamente se cansó de rodeos y prefirió acabar hasta con la amistad. No le reprocha nada. Tenerla de amiga o de lo que sea es complicado. Chris es complicada de querer, se lo repetía su madre apenas terminó la adolescencia y años después, la abandona por otros peces. De todas formas, las dudas seguían instaladas en algún espacio remoto en la infinidad de su mente y una la inseguridad va viendo luz del día como a lo antaño.

Por eso, al séptimo día, se rinde de verdad. Adele no quiere saber nada de ella.

Aunque ya es tarde. Su imagen desnuda no abandona su hipocampo y así sea en la hora menos oportuna, allí va el repertorio de gemidos, el cuadro que enmarca senos agitados, erizados, un dorso encorvado por sus labios que resbalaban fácilmente lubricados y termina con la misma incógnita: ¿no supo leer las señales? ¿No supo entenderla? ¿Tuvo que preguntarle si era correcto besara, tocarla? Parecía disfrutarlo, ella lo disfrutó... Mierda, tuvo que haber preguntado. Tuvo que haberlo hecho. ¿Por qué desapareció ahora que podían contactarse con facilidad? No sabe nada de ella. Lo ha estropeado. Es su culpa, siempre es culpa.

Lo que pasó después fue lo más complicado.

El trabajo iba bien, muy bien de hecho. Su jefe la tuteaba y la trataba de colega. Decía que es él quien tiene mucho por aprender de la experiencia de la pelinegra. Además, le contó todo el proceso personal y laboral que tuvo que seguir para poder abrir la radio como amigos y feliz estaba de que había oyentes. No dejaba a un lado la publicidad gratis de sus conocidos con los cuales compartía una tarde libre o unos tragos fuertes. Nunca mencionó nada de Adele y por fuera parecía que no le hacía ninguna importancia, que hablar de famosos ya le era un tema trivial, que aunque su puesto haya sido una recomendación, para Christian era otro pormenor de la vida. Por dentro, sus órganos temblaban. Decía que estaba muy agradecido y por eso ha decidido hacer una fiesta de mesniversario de la radio, así lo llamó y así estaba escrito en las invitaciones. Todo tembló más fuerte, esta vez hasta los corpúsculos más diminutos de su ser. Algo tipo gala, afirmó, con los trabajadores y amigos, con la gente que estuvo involucrada de alguna forma, todos estarían felizmente invitados.

all the good songs were about youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora