Cinco: Terrón de azúcar

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— Maestro Mü

El llamado provocó que alzara el rostro de los viejos libros y pergaminos, regados sobre la enorme mesa de reuniones. Miró al recién llegado y se acercó para - sin importar mucho los protocolos - darle un abrazo fraternal.

— Shiryu

El abrazo fue correspondido, lo justo para decirse todo sin decir nada. Tomó al menor por los hombros y le miró de arriba a abajo. Más arriba que abajo, dado su reciente cambio.

— Has crecido – dejo libre al chico para caminar hasta la pequeña cocina, invitando en silencio al recién llegado – ¿Cómo está Shunrei?

El moreno detuvo su caminar y quedó en silencio un instante. En el escaso tiempo que llevaba en el mando, había aprendido muchas cosas y el echo de que en China percibiera – en escasos pero decisivos momentos – un rastro no reconocido de cosmo, había sido más que suficiente, para atar cabos y conocer la situación.

Al percibir el movimento del moreno, se detuvo y volteó para buscar su mirada. Lo que vio fue un manojo de nervios  inestables. Negó para sí. Esa misma sensación fue la que sintió él cuando se vio sólo en Jamir a sus escasos diez años y con un bebé en brazos. Sin embargo, la situación era distinta.

— Vamos hombre – trató de relajar al joven adulto – Lo harán bien. – se acercó, lo tomó por los hombros y casi lo arrastró a la cocina. Así les había criado Dokho, a ambos. – ¿Ya viste a Kiki?

Shiryu, tomó asiento una vez estuvieron en la estancia susodicha y asintió a sus palabras.

— Fue extraño verlo con la armadura – sonrió y se cruzó de brazos a la altura del pecho – Me dio un abrazo tan fuerte que casi me clava un cuerno.

Mü negó, tapando su rostro con la mano derecha.

— Aún es demasiado impulsivo.

— Maestro, es Kiki.

Asintió y el silencio les acompañó mientras se preparaba el té. Después, el muchacho nipón, retomó la conversación. Eso sí, después de introducir un terrón de azúcar en el té.

— Creo que... – quedó ahí pues Mü le interrumpió.

— Shiryu, el viejo maestro no lo aprobaría – el criarse como hermanos había llevado al par a ese punto de confianza – ni mi maestro ni la misma Atenea, sí se me permite tal osadía.

Shiryu buscó el contenido de su taza con la mirada.

— Tengo miedo.

— Cualidad que te hace humano – dio un sorbo y quedaron de nuevo, un instante, en silencio. Retomó la palabra, después – ¿Ya tiene nombre?

— No sabemos si es niño o niña aún – asintió el mayor y el menor continuó – Ryuho nos gusta para niño. Para niña, aún no decidimos.

«Ryuho de dragón» se dijo para sí. Ahora las lecturas de las noches pasadas, en las estrellas, cobraban sentido.

— Para los Dioses – comenzó a hablar el lemuriano, con la serenidad que siempre le acompañaba –, nuestra vida dura un pestañeo – quizá así consiguiera calmar el miedo racional del menor –. Acaban de firmar un acuerdo por la paz, como bien sabes – buscó su mirada y la encontró –, así que, cálculo que disponemos de los años suficientes como para que alcance la edad adulta. Eso es una ventaja, ¿no crees?

Shiryu movió el té y quedó en silencio. Era cierto. La misma Saori había hablado con ellos sobre el periodo de paz conseguido. Ellos mismo lo habían hablado, exponiendo sus deseos; esos reprimidos por una sucesión de batallas. Shun quería estudiar; Ikki, ver mundo; Hyoga, no se había pronunciado aún y Seiya, bueno, lo que él deseaba era evidente: quedarse allí donde estuviera Saori.

Sonrió sin pretenderlo, antes de dar un trago a la bebida humeante. Aún así, las dudas volvieron a asaltar su serenidad.

— Pero... No deja de ser una gran responsabilidad, maestro Mü.

Un breve instante de silencio acompañó al par. Lo justo hasta que el mayor depositó su taza sobre la mesa.

— Os he visto crecer a ambos y estoy convencido que ese bebé no puede tener mejores padres.

Esas palabras parecieron calmar al moreno. Quería creer que así sería porque en el fondo, el amor que procesaba por la muchacha china era lo único que le había llevado a pelear hasta el final en las batallas. La sonrisa se mostró llena de orgullo.

— El viejo maestro... — continuó con cierto pesar. No. Ninguno de sus maestros permitiría ensombrecer ese momento. Hizo aparecer una pequeña vasija y tomó dos vasos pequeños para servir el contenido sobre estos. Después, cedió uno al nuevo libra – ¿Celebramos con ellos?

Alzó su vaso y el menor hizo lo propio para añadir algo al gesto.

— Porque sean felices al fin.

— Y por los nuevos comienzos. — Mü sonrió y Shiryu asintió al gesto.

gānbēi — dijeron a coro antes de tomarse el contenido, dejando que el amargo sabor llegara a sus estómagos.

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*gānbēi: Es la palabra china que se emplea para brindar. Significa algo así como “taza seca” o “salud”; lo que implica que hay que beber de un trago la bebida para demostrar que se aprecia lo que nos ofrecen.

En mi mente, el viejo maestro les educó como lo habría hecho con el cuerpo de su juventud, aún siendo una bolita piel arrugadita.

Además, dejo en claro que ambos eran conocedores del amor que sus maestros se procesaban, por mucho que Shion y Dohko quisieran ocultarlo.

Diario de un PatriarcaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora