Seis: Camaradas

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No era la primera vez que aquello ocurría. Bien sabía, que tampoco sería la última. Estaba bien; de verdad que así lo sentía. Sin embargo, algo en él gritaba interrumpir aquella clandestina reunión.

Clandestina, sí. Porque el jefe - como ahora le llamaban - no debía enterarse. Sí tan sólo Milo o Aioria fueran más discretos, habrían llegado a conseguirlo.

Y ahí estaba: en el pequeño balcón de la biblioteca, observando la octava casa, en donde acontecía tal reunión; debatiendo internamente - y casi a gritos - si aparecer o hacer como que no sabía.

Hasta Shaka había abandonado su templo. Y eso, tintineaba sus chacras de manera casi confusa y molesta. Shaka de virgo, el estoico y solitario caballero, en una de esas fiestas locas que organizaban los griegos.

Tomó aire y agarró con más fuerza la barandilla del balcón. Él quería estar ahí, volver a convivir con ellos y reír hasta llorar. El quería...

Resopló.

Por mucho que quisiera, ya no era un camarada ni un caballero; ahora era visto... Distinto. Más de una vez, en sus escuetos viajes para llenar la despensa, lo había notado. Esos silencios abruptos a su paso por las casas, esas miradas de soslayo entre los que fueron sus camaradas y esas risas cuando continuaba su paso.

Tampoco podía culparles porque, por muy amigos que hubieran sido cuando niños, todos habían crecido, hasta muerto si debía ser sincero y alguno, en más de una ocasión. La vida había seguido para todos y él, pasó inadvertido por muchos.

Suspiró pesadamente y volteó. La decisión de dejar que se divirtieran fue mayor a sus ansias personales. Dejó el balcón y miró el sofá, donde había dormido desde que emprendiera tan alto cargo. No. Tampoco quería dormir.

Lo que sí paso desapercibido fue la presencia que invadió la estancia privada del patriarca; encontrándose de pleno con él en la cocina.

— ¿Qué haces aquí? – no era para menos, porque ver al sexto guardián hurgar en su despensa, no era algo habitual.

— Buscar té – escueto como siempre, sin abandonar su acción.

— Arriba a la derecha, primer estante.

Le vio asentir y siguió esperando una respuesta, que ya sabía que no llegaría. Él tenía paciencia, siempre la había tenido pero Shaka... Con él todo era diferente.

Retomó su idea inicial y comenzó a preparar un cuenco con hortalizas. Lo mejor que podía hacer, era comer. Bueno, eso lo había heredado de su maestro. Tenía más recuerdos de él en la cocina que en la sala del patriarca. Y ahí estaba la tristeza, acompañándolo como cada noche.

— ¿La tetera? – la pregunta provocó en él un ligero sobresalto. Lo último que pensó es que Shaka quisiera tomar té con él a esas horas intempestivas.

— Pensé que regresarías a Escorpio – se sinceró al tiempo que terminaba de laminar una zanahoria.

— Había alcohol – acotó el rubio mientras él señalaba un armario lateral. El hindú procedió a tomarla, llenarla de agua y ponerla al fuego junto a las ramitas de té.

No hizo falta preguntar más. Ambos eran demasiado parecidos y el tiempo - aunque escaso - que habían compartido era suficiente como para comprenderse mutuamente, sin necesidad de mayores palabras.

— ¿Hummus o queso? – rompió el silencio el lemuriano.

— Queso – el rubio tomó asiento en una de las sillas de la estancia y esperó, sereno. Ya no cerraban los ojos, ahora disfrutaba de lo cotidiano, en todas sus formas, sensaciones y colores. – Tu cabello ... es extraño.

Diario de un PatriarcaWhere stories live. Discover now