Ocho: Azul, morado y añil

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La discusión estaba prolongándose más de lo que debería. Frotó el puente de su nariz y volvió a enfocarse en el par de caballeros que tenía delante.

Aioria y Milo habían llegado a las manos en medio del coliseo, delante de todos los aspirantes a caballeros y sin intención de detener su pelea absurda.

Y ahora, después de intervenir para separar a ambos y hacer que se quedarán quietos, seguían soltando improperios el uno al otro.

¿Qué habría hecho su maestro? El calabozo no era opción, eso sí estaba claro pero ¿cuál sería el mejor castigo para que ambos aclararan sus diferencias? Esas dudas le llevaron a otra mayor y pesada: ¿Quién era él para hacer que aclararan sus dudas si ni él lo hacía con Shaka?

- ¡Mierda! - se le escapó la expresión. Nada mal. Ahora había silencio y ambos pares de ojos, estaban enfocados en él. Sus orejas ardieron pero ya no había forma de retractarse. - Uno a uno - «autoridad, autoridad, autoridad» repitió en su mente - ¿que ha pasado? Empieza Aioria.

El relato se remontaba a la última y clandestina fiesta, donde al parecer, no habían quedado en buenos términos porque Milo insinuó que Marín no era para tanto; Aioria lo tomó a mal y acusó a su mal genio por los continuos rechazos de Camus hacia Milo. Tema delicado; hasta él lo sabía. Necesitaba un té y un poco de silencio, sí alguien le hubiera preguntado. El calabozo seguía sin ser una opción aunque cobrara fuerza. Miró a ambos caballeros y negó, tensando la mandíbula.

- No podemos seguir así - estaba claro. Al menos para él así era.

Ambos se apreciaban demasiado y eso, seguro aunado al alcohol, había exteriorizado los resentimiento que ambos tenían. Milo temía que la creciente relación de Aioria con Marín le hicieran perder al único que veía como un hermano y respecto a Aioria, estaba cansado de lo mal que lo pasaba Milo cada vez que se empeñaba a buscar al francés; porque era él quien acababa teniendo que limpiar las lágrimas al octavo guardián. Y ninguno, quería dejar el orgullo a un lado para hacerle saber al otro su sentir.

Mandó a cada uno a su templo, a meditar sobre sus acciones, cual padre regañando a sus hijos sin postre en la cena.

Al menos, la conclusión de lo ocurrido la había alcanzado después de la extensa y duradera reunión con ambos. Ahora, ¿cuál sería la mejor forma de que exteriorizaran sus sentimientos? Eso... Era otro cantar.

E inevitablemente, pensó en sí mismo y en sus sentimientos. ¿Acaso estaba siendo franco él, como para exigir que los demás lo fueran? Se sentía falso e hipócrita. Decidido, abandonó la sala del trono y comenzó el descenso a los templos.

Agradeció el buen clima de Grecia pues muchos de los templos estaban vacíos, por lo que no supuso mayor reto llegar al sexto templo. Se reprochó - de nuevo - el mal estado del mismo pero no retrocedió. Esta vez, nada le impediría aclarar las cosas con el que - alguna vez - fuera su mejor amigo.

- ¿Shaka? - llamó al no percibir su presencia. No hubo respuesta, por lo que llamó a éste mediante su energía.

Recibió respuesta desde la gran estancia que una vez fueran el jardín de los sales gemelos. No se sentía digno de ese lugar; ya no, desde que permitió que Shaka llevara a cabo su estrambótico plan en la guerra santa.

Sin embargo, no se iba a detener en su empeño por enmendar lo que fuera que hubiera causado el desapego de ambos. Aunque si de algo estaba convencido es que nada tenía que ver el reciente cambio en su posición dentro del santuario. Era otra cosa... Algo más profundo.

- Acompañame - el guardián de virgo debió captar sus dudas pues abandonó el recinto para hacer que le siguiera a la cocina.

Tampoco hizo falta mayor palabra o invitación. Tomó asiento y esperó a que el dueño preparara uno de sus tés especiados. Su mente viajó a la última vez que tomó uno de esos.

Diario de un PatriarcaWhere stories live. Discover now