Dieciséis: Consecuencia

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- ¿Embarazada? - preguntó el rubio hindú sin apartar la mirada del caballero de leo, que danzaba en el pequeño salón de la casa de virgo.

Aioria asintió acelerando el paso de su imaginario recorrido, moviendo los brazos y respirando agitado.

Mü, que no había dejado la casa pues el astro sol no se mostraba aún, miraba a su antiguo compañero, sopesando el cambio que se le venía encima. No sólo era Aioria el afectado, obviamente, también estaba una de las amazonas más poderosas de la orden y en la que recaía mayor presión ante tal acontecimiento. Soltó el aire de golpe y trató de dividir el problema; uno después de otro.

- ¿Qué sientes, Aioria? - preguntó justo después. Necesitaba saber que acontecía en la mente del griego.

- ¿Cómo? ¿Qué siento? - se detuvo de golpe ante la pregunta irracional a su ver del tibetano - Pues... - la mirada del guerrero danzaba por la estancia, buscando un lugar donde posarse mientras su mente, trataba de ordenar unos sentimientos realmente confusos - Es una locura - afirmó segundos después, aún quieto en el mismo lugar pero enfocando su mirada en Mü -, un bebé es una responsabilidad enorme y este lugar... - se contuvo, aunque era demasiado impulsivo y continuó hablando - todos sabemos qué les ocurre a los bebés aquí. Y Marin, está tan conmocionada... Es horrible. - volvió a caminar como león enjaulado - Si nos vamos, seremos tachados de traidores; perseguidos hasta la muerte - se detuvo y miró a Shaka - ¿Qué clase de vida es esa para un niño? Marín no se merece vivir así - volvió a continuar con su apresurado caminar en círculos - Ella se merece tener una familia... Normal. Sin esconderse por temor a ser cazada, como un vil animal rastrero.

En ese punto, Aioria siguió con su soliloquio mientras Shaka y Mü se miraban, cómplices ante lo mucho que Aioria amaba a Marín. Cosa la cuál, ya era conocida por toda la orden; así como que era más que recíproco el sentimiento.

Mü suspiró, se levantó de la comodidad del cojín donde degustaba su té matutino y se ubicó donde Aioria para tomarle por los dos hombros y obligar a éste a enfocarse en él.

- Aioria, el amor que ambos de procesan es enorme, aquí en santuario, en Grecia o en cualquier parte del mundo. - soltó a su amigo ahora que tenía su atención - Si ambos han sido bendecidos con un bebé, es señal de que los Dioses ven con bien esa relación. ¿Qué hay de malo en ello?

Aioria quedó en silencio un instante. Después, soltó el aire, desinflando su porte al hacerlo.

- No tengo paciencia; no se me da bien el trato con los apéndices, ¿Cómo voy a ser el padre que ella necesita para ese niño?

- No dije que fuera fácil - dejó escapar una risa el patriarca - La crianza es horrible por momentos pero satisfactoria en su conjunto. - regresó al cojín aún tibio y palmeó el adjunto, en donde esperaba que Aioria tomara asiento - Si hasta yo pude hacerlo siendo un crío, seguro que Marín y tú lo hacéis bien.

Shaka, justo frente a Mü, sirvió una tercera taza del té que ambos tomaban.

- Bebe, te ayudará a calmarte - anotó el rubio y resonaron los adornos que llevaba.

Así lo hizo el guardián del león dorado. Sin embargo, Mü aún tenía que hablar con la amazona. Porque sí, Aioria estaba completamente decidido a dar a ese infante lo mejor de sí mismo; no cabía duda; así como deseaba vivir cada instante con la amazona pero el tibetano no era tonto: era ella quien tenía la última palabra ante la decisión que podría cambiar sus vidas. Y algo le decía que el enterarse de tal cosa por el otro implicado, no era buena señal.

Tuvieron que pasar tres días más para que Mü diera el paso. Días que concedió a la amazona para, al menos, sopesar detenidamente su decisión. Dejó todo ornamento y vestimenta en el recinto patriarcal y emprendió su camino al terreno de las amazonas.

Diario de un PatriarcaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora