Nueve: Rosas amarillas

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La mañana sorprendió al patriarca fuera de su templo. Concretamente, en la cama del sexto guardián, haciendo las veces de colchón y almohada del hindú.

El cabello de ambos regaba las sábanas, creando un tapiz de colores exóticos y mosaicos irreconocibles.

Quiso dormir un poco más; recibir el calor que emanaba de Shaka y convertirlo en propio. Percibir su aroma e impregnarse por completo de éste; sin embargo, un tercero en discordia, reclamó su presencia vía cosmos.

— Shaka – susurró al guardián del sexto templo y acarició su rostro con cuidado – tengo que irme.

Un suspiro y un pequeño gruñido aconteció su libertad. Con una sonrisa, dejó el calor de la cama y comenzó a ponerse la toga. A sus espaldas, un adormecido guardián, susurró en voz ronca.

— Te mandaré a los infiernos si tardas en regresar, Mü.

La sonrisa se volvió risa. Una de esa clara, inocente y casi infantil. Acarició el enmarañado cabello y acomodó éste tras la oreja ajena.

— Descansa.

Acabó de abotonar la toga y dejó el templo de la virgen para caminar en dirección al tercer templo. Se sintió bien. Descansado, calmado y feliz. Se le volvió a escapar una sonrisa. Habían pasado años desde que compartiera cama con Shaka; tantos, que había olvidado lo bien que se dormía así.

Sumergido en sus pensamientos andaba cuando entró al templo del león y sintió lo cargado de éste. No iba a hacerlo porque no era un metome en todo pero fue tal la opresión del ambiente, que se preocupó por Aioria.

Sin embargo, en cuanto puso un pie en la sala privada, la imagen le sorprendió. Gratamente.

Al parecer, la noche anterior había sido la noche de los reencuentros y reconciliaciones porque ahí estaban ambos, esparcidos en el pequeño sofá y enredados en una postura extraña. Miró el alrededor del mueble y negó. Esos dos tenían un problema con la bebida.

Sonrió otra vez y se dispuso a seguir con su descenso. Cáncer vacío, tampoco era una novedad. Desde su regreso, el italiano pasaba mucho tiempo en el templo de capricorno... O con la amazona de la cobra. Eso sí le tenía preocupado como patriarca, si debía ser sincero.

El templo de los gemelos lucía tan imponente como lo había hecho siempre. El tintineo volvió a aparecer y después de la conversación con Shaka, la duda se instauró en él: ¿qué era ese tintineo?, y lo que más le preocupaba ¿porqué?

Porque siendo francos, a Shaka le había dicho que era admiración pero... También sentía admiración por Shura, con ese porte tan digno y correcto o por Afrodita, con esas dotes perceptivas que casi opacaban a las suyas. Entonces, ¿porque? ¿porqué con Saga era distinto?

Se obligó a entrar y comprobar el motivo de su llamado. Esperaba, fueran buenas noticias.

En la cocina – la voz del mayor invadió su mente.

Se llevó una nueva sorpresa pues en la pequeña mesa había expuesta una cantidad ingrata de alimentos, de todos tipos y sabores. En el centro una tetera humeante, denotaba lo reciente de su adquisición.

— Será largo por lo que preparé algo de comer – su mirada se cruzó con la de Saga y el maldito tintineo cobró fuerza.

— Gracias – tomó asiento frente al griego. Éste, lleno las tazas con el intento de té y comenzó con una charla que tomaría tiempo de ambas partes.

El resultado fue inesperado y nada alentador. Al parecer la caja había sido hallada pero vacía. Arles no quiso indagar más en algo tan vanal a su criterio y, lo más que añadía el pergamino era el lugar donde había sido encontrada dicha pandora. Eso ponía al santuario - actual - en una encrucijada: ¿emprendía alguna misión para buscar la armadura? Ni siquiera se podía percibir su cosmos; no, después de tantos años desde su aparición. Y ahí estaban, casi a la salida de la luna, en un debate que no parecía terminar.

— Mañana será otro día, Saga – se obligó a romper con la dinámica - mientras estiraba el cuerpo -  que no les llevaba a ninguna parte.

— Acudiré al recinto en cuanto termine mis quehaceres; sobre media tarde.

— Perfecto. Descansa Saga y gracias por la ayuda.

El gemelo mayor negó y vio partir al tibetano. Justo en ese momento, cuando supo que había abandonado por completo el templo, se dirigió a la alcoba privada, donde un ramo de rosas amarillas descansaban perfectas y hermosas, en una lechera convertida en jarrón. Buscó la presencia que osó entrar sin permiso.

— Ya no busques más, Afrodita. En inútil.

— ¿Qué busco, Saga? – preguntó el último guardián, bajando del alféizar.

— Al ser que habitó en mi cuerpo – sinceró, el mayor. No apartó ni por un segundo la mirada del sueco – Hace mucho que no está.

Afrodita sonrió apenado y apartó la mirada. Lo único que quería era compañía pero no podía juzgar a Saga por sus palabras. Durante el gobierno de el impostor, fue necesario, demandado e imprescindible. Era importante para el patriarca; hasta el punto de hacerlo llamar a sus aposentos... En muchas, muchas ocasiones. ¿Tan difícil era comprender que sólo aspiraba a ser importante para alguien, de nuevo? Sólo con Saga se quitaba la coraza; quizá porque en su fuero interno, aquel al que se entregaba con devoción, siempre era Saga. Pero aquello no había sido más que una hermosa y efímera alucinación.

Se sentó sobre la cama en una postura derrotista.

«Tan frágil como mortal» pensó Saga.

— Quizá tengas razón y sólo busque un imposible – jugó con la rosa incolora de sus manos hasta que adquirió un tono amarillo. Aún así, la entregaría, por última vez, lo haría.  – Gracias por todo, Saga.

Depositó la flor al costado suyo en la cama y se levantó para salir por donde había entrado. No hubo más palabras. Ya no fueron necesarias.

Saga tomó la rosa para dejarla junto a las demás. Sin embargo, cuando la acomodó en el pequeño ramo, pudo apreciar algo que antes no había notado: las rosas se estaban marchitando.

Algo habitual si tienes en cuenta que no dejaban de ser rosas. Sin embargo, no eran comunes y el orden del proceso era errático. Las primeras que recibió tenían mayor brillo y salud que las últimas recibidas. Se alejó para contemplar el resto cuando de la recién entregada, cayó un pétalo.

Otro motivo para buscar a Mü y pasar un tiempo con él. Sonrió sin pretenderlo.

Diario de un PatriarcaWhere stories live. Discover now