Capítulo 6: Crónica de una persecución - I

111 25 39
                                    


»Yo estuve allí, así como estuve con Eduardo desde que solicitó mi complicidad para orquestar buena parte de lo que hoy vivimos. Empezaré por el plan de la tragedia, ya que el camino es largo y, al ponerme en tu lugar, tu incertidumbre ha de ser cada vez más desesperante.

—Al fin... —Casi digo «gracias». Casi le agradezco al extraño por estar dispuesto a proveerme de las explicaciones que merecía. Continuamos caminando y, de repente, la maleza se hizo más abundante y comenzaba a llegarnos hasta las rodillas. Poco a poco se veían menos casas y en cuestión de minutos, muchos árboles de una frontera inhabitada presenciaban nuestra travesía y ensombrecían al doble nuestro sendero nocturno. Todo esto, al son de la voz del recluso:

—Tu cuñado acudió a mí debido a mi erudición en las artes de la fechoría con máscara de accidente. Además, necesitaba a alguien de suficiente confianza para guardar el secreto de sus maquinaciones con toda profesionalidad criminal. Primero, una llamada de larga distancia; tiempo después, se presentó él mismo a mi puerta. Debo decirte que no llegó sin planes; por lo contrario, ya había preparado parte importante del juego sanguinario, pese a no saber cómo crear los detalles sobre los que me correspondería trabajar. Sus adelantos facilitaron mucho mi quehacer.

       »Él sabía que, a cambio de lo que me estaba ofreciendo, yo estaría dispuesto a ayudarle a construir una escena en la que tú y tu esposa perdieran la vida y cuyas evidencias apuntaran al desafortunado azar, manteniendo en prolija impunidad a los artífices del delito. De alguna manera, a él le debo el haber llevado por primera vez a la práctica una de las maniobras delincuenciales que acostumbraba a diseñar en mi cabeza desde niño. No me mires así; lo que un pequeño oye decir a los adultos con repetitividad repercute de alguna manera en su imaginación.

De todas formas, eran escenarios que yo consideraba jamás irían a concretarse físicamente hasta que me involucré con él.

       »Atravesó varias provincias para visitarme en el pequeño apartaestudio que mi padre me arrendaba y se refirió muy en detalle a un cuñado a quien llegó a amar incluso más que a sus propios padres y a una hermana que era su luz. Que los tres fueron inseparables, que se conocían desde siempre, que dicho hombre fue mucho más que un hermano, que ella era el verdadero significado del amor... que él y ella esto, que él y ella aquello... y que los quería muertos.

       »Sí, yo hice el mismo gesto de confusión que tú. Recuerdo que le pedí ir al grano con las razones y entonces, parafraseando y según la memoria me lo permite, estas fueron sus palabras:

       »Toda imagen que tengo del amor y la complicidad recae en ellos exclusivamente. Sé que, si por azar o error de quien sea, cualquier tipo de infortunio cae sobre mí, nadie sino ellos dos estarán a mi disposición, abiertos incluso a mis caprichos más triviales.

       »También sé que, si en este momento yo reposara sobre mi lecho de muerte, a mi alrededor estarían Clara y él en la primera y única fila. Y estoy seguro de que sucedería igual en las ceremonias de mi deceso: las dos únicas sillas, los dos únicos arreglos fúnebres con condolencias sinceras. Y eso mismo, desde la más temprana infancia, es lo que fue desvaneciéndome casi hasta la inexistencia. ¿Entiendes hacia dónde voy?

       »Le respondí que cada vez entendía menos y, perdiendo ya la paciencia, le exigí claridad.

       »Que ellos son lo único que tengo. Nada ni nadie más. Y eso es culpa de ambos, especialmente de él, quien, a medida que me brindaba aquello de lo que carecí desde la niñez, iba arrebatándome lo que tenía e incluso lo que proyectaba tener y ser. Es algo que preví desde el primer día en un salón de clases mientras mi hermana lo miraba enamorada, de pie en una esquina, y mi error fue no evitarlo antes de convertirme en... no sé, algo peor que un muerto, un muerto que huye.

Dormirán los fantasmasWhere stories live. Discover now