Capítulo 9: ¡Adrenalina y culpa!

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      »El médico se deshizo en palabras de perdón por lo que estaba sucediendo. ¿Y qué estaba sucediendo? Al igual que tú, me ha tomado tiempo entenderlo. También se disculpó continuamente por el doloroso proceso quirúrgico al que estaba por someterme, pues carecíamos de insumos. Había una gran bolsa negra contra una de las paredes de la curiosa habitación, de las cuales abrió una y sacó una sábana muy delgada y limpia, seguido de lo que se veía como materiales de sutura y tres o cuatro frasquitos, uno más grande que los demás, lleno de agua.

      »Se lavó las manos, me ubicó bocabajo sobre esa cama ridículamente angosta y comenzó a balbucear tecnicismos de balística mientras preparaba la precaria indumentaria: guantes quirúrgicos, algo parecido a una pinza, porta agujas, una tijera muy corta... Yo solamente miraba tu cuerpo tirado a un lado de la recámara, con miedo de que fueras solo eso, un cuerpo. Él empezó a hablar solo.

      »—Calibre... cuarenta y cinco... orificio de entrada... tendría que revisar el halo contusivo... Permíteme...

      »Me ayudó retirar las otras prendas ensangrentadas con pudoroso cuidado y me cubrió con la sábana que acababa de sacar. Escuché cortes de tijera sobre la tela, por lo cual deduje que estaba abriendo un cuadrado en la zona por «operar». Yo solo escuchaba.

      »—Trayectoria...bueno, libre de gravedad, creo... mmmj, velocidad... ¿trayectoria curva? Nah, estaban muy cerca... Pues... esto es bueno y malo, Clara: el efecto de cavitación permanente es significativo, pero el disparo no se dio lo suficientemente cerca como para comprometer trayectos neurovasculares principales. El impacto se dio precisamente en la zona supraescapular derecha, donde...

      »—Okay, okay... —interrumpí, mientras me sujetaba a los extremos de la cama, intentando proyectar el dolor hacia alguna otra parte. La voz me salía vidriosa—. Suena a que tiene solución. Disculpa, no soy experta en balística ni cirujana...

      »—Yo tampoco...

      »—¿Entonces? —pregunté, extrañada.

      »—Médico, pero nunca ejercí, a excepción de lo poco que alcancé a hacer en la residencia. Voy a tener que sepultarte en antibióticos, pues pasaron muchos minutos ya desde el disparo y temo que haya infección en los tejidos. En fin... Eduardo estaba a unos... qué... tres metros de ti... A ver...

      »—¿Edua...? Ah, Lalo. Nadie le dice así... ¿Tú sabes por qué lo hiz...? ¡Aaaaggghhh! —grité al sentir sus índices enguantados abriendo la herida para revisar dónde se alojaba la bala y extraerla rápidamente. Sentía punzadas agudas a lo largo de la espalda y la respiración se me dificultaba, pese a que mis pulmones estaban intactos.

      »—Clara... Necesito que me ayudes a sostener uno de los retractores. Necesito una mano libre para extraer la pieza completa...

      »El ritmo de su voz me dio a entender que se venía algo aún más doloroso, aunque conclusivo. Me hizo cruzar el brazo izquierdo por detrás de la espalda y sostener el objeto metálico mientras él me escarbaba las fibras. Se me acalambraba la mitad del cuerpo y me sorprendí de mi propia resistencia, orquestada por gruñidos violentos que jamás me escuché salir de mi garganta.

      »De vez en cuando, el brazo se me debilitaba y el médico tenía que recordarme volver a jalar mi propia piel y carne rotas para dar fin cuanto antes al padecimiento.

      »Minutos después, un timbrecito como de moneda contra el piso me satisfizo los oídos.

      »—Mira... —dijo el médico, luego de recoger el dichoso objeto, que se le había resbalado de los guantes bañados en mi sangre. El cuerpo extraño era negruzco y deforme a mis ojos llorosos de todo tipo de dolores.

Dormirán los fantasmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora