4. Dios aprieta... y los mete a todos en un pequeño apartamento

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Camila se aferraba con fuerza al cabecero de su cama mientras su papá le halaba los pies. El pobre hombre ya no sabía que hacer y hasta había pensado en que debería haber una app que con algún tipo de luz centelleante hipnotizara a los adolescentes para que hicieran lo que se les ordenara. Seguro si alguien desarrollaba algo así, podría dominar el mundo. La joven ya había empacado sus cosas con la vista nublada por las lágrimas, pero cuando se enteró de que no podía llevarse su cama fue como si le anunciaran el apocalipsis.

—¡Pero, papá, es que no entiendes! ¿Cómo puedo dejar acá mi cama? ¡Mi camita diseñada por la mismísima Zaha Hadid! ¿A quién se le ocurre semejante sacrilegio? —chillaba la muchacha con toda la fuerza de sus pulmones.

—Cami, pero ¿a quién se le ocurre que una cama tan grande cabe en otro lugar que no sea esta habitación?

—¿Cómo así? ¿Acaso es que al sitio que vamos es muy pequeño? —preguntó desconcertada sin soltar el mueble. 

—Pues... sí, no... es decir, obviamente vamos a un lugar más pequeño que esta casa...

—¡¿Qué tan pequeño?! —interrumpió la joven aterrorizada.

—Hija, aún no conozco el sitio, pero sé que vamos a estar cómodos. Suelta ya la cama y vámonos, ya tengo todas las maletas en el carro. 

Camila se imaginó el huevo con ruedas lleno de maletas hasta en el techo y se aferró con más fuerza a su exclusiva pieza de mobiliario, o como ella le llamaba: la última porción de dignidad que le quedaba. 

—¡Suelta ya! —Los niveles de frustración que estaba alcanzando Sebastián llegarían pronto a alerta roja. 

—¡Pero se va a quedar solita acá! ¿Quién me la va a cuidar? 

—¿A quién?

—¡Pues a mi cama! Se va a llenar de polvo y perderá el destellito nacarado de la madera...

—No seas tonta, a la cama no le va a pasar nada.

—¿Pero cómo sabes? Los muebles se deterioran cuando se quedan sin el contacto humano. 

—No se va a quedar sola.

—¿Cómo que no? Si ya hasta tuve que llevar a Paolo donde Aleja para que al menos él no perdiera su estilo de vida...

—El perro escogió a tu mejor amiga, la cama no puede escoger. —Su padre le recordó que ya su Saluki había dejado muy en claro que la comodidad de la casa de Alejandra era mejor que cualquier cuchitril al que se pudieran ir a vivir Camila y su padre. 

—¡Ni me lo recuerdes! —se quejó, se aferró con más energía a la cama y lloró más fuerte.

Sebastián ya no soportaba más el comportamiento infantil de su hija, por lo que la soltó y exhaló con impaciencia. 

—Bueno, si te quieres quedar acá sin alimento, sin ropa, sin maquillaje, sin carro, sin tu perro y sin mí, pues allá tú —sentenció y salió enfurecido del cuarto de su hija.

La muchacha lloriqueó por otros cuantos segundos hasta que la rabia que la embargaba la hizo patalear sobre su colchón. Pegó un grito de frustración que habría alertado a los vecinos, si no fuera porque las casas se encontraban separadas por varios metros de distancia; y gracias a que por lo general a los vecinos no les importaba más de lo que ocurría dentro de sus cuatrocientas paredes, no hubo llamados a la policía o peor... a un exorcista.

Sin embargo el grito hizo que Camila se sintiera un poquito mejor. Se sentó al borde de la cama y acarició la suave y nacarada madera, sintiendo muchísimo más dolor del que le produjeron las palabras superficiales de Thiago. Después de todo, camas como la suya solo había una pero hombres como su ex desafortunadamente eran una plaga.

El infierno tiene un solo baño - ONCWhere stories live. Discover now