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Dan tenía cuarenta y tres años, dos hijos, una esposa y una amante menor de edad que, daba la casualidad, era mi hermana pequeña. Por lo cual, ahora Dan también tenía un problema que yo me encargaría de resolver, pero no antes de arreglar los asuntos competentes con su hijo, que había creído que era muy buena idea ir a intimidar a Joanne en lugar de decirle a su padre que además de infiel, era un viejo verde.

Jo, por su parte, no estaba muy de acuerdo con mis ganas de visitar al que se empeñaba en llamar su "novio". Dijo en repetidas ocasiones que no era ni mi asunto ni me competía lo que ella estuviera haciendo con su vida, que necesitaba de mi ayuda para lidiar con el hijo y ya, sin embargo, yo era incapaz de solo actuar como si nada y voltear a otro lado cuando un tipejo de aquella calaña trataba de meterse entre las piernas de una chiquilla que, a bien saber mío estando tan cerca, era aún tan ingenua como pequeña. Yo ya había estado ahí, no la dejaría pasar por ello.

—¡No tienes ningún derecho de decirme nada! —insistió, y vi sus ojos iluminarse ante una idea—. Además, tú también tienes algo con un tipo mayor, no pienses que soy estúpida. Sé que sales con el profesor, ¿por qué a él no le dices nada?

No podía creerme que hubiese usado esa carta en mi contra, aunque sí que sospechara lo que me traía entre manos con Mich. La miré como preguntándole si acaso me estaba hablando en serio.

—No es lo mismo —sentencié—. Mich solo me lleva diez años, además, yo soy mayor de edad. ¡Ese tipo te adelanta casi treinta! ¿Estás consciente de ello? Tienes dieciséis, Joanne, ¡dieciséis! ¿Qué supones que anda buscando?

Pude ver el dolor y la indignación cruzar su mirada castaña, y me preocupó, pues quería decir que ella en realidad creía que Dan tenía buenas intenciones con ellas.

—Me ama en serio —aseveró, dedicándome la mirada más dura del universo.

—¿Y su esposa? —cuestioné con suavidad, sin querer remover con demasiada brusquedad el panal furioso que era cuando discutía. Que éramos los dos.

—No la quiere ya. —Quise reírme, aunque conseguí contenerlo.

—¿Y por qué sigue con ella? —cuestioné, y cuando la vi abrir la boca, la interrumpí—. No, déjame adivinar, ¿por los niños? Jo, es el cuento más viejo del mundo.

Se quedó callada, dejándome saber que tenía razón respecto a su excusa. Era un imbécil, con cada segundo mis ganas de visitarlo no hacían otra cosa que incrementar a una velocidad avasalladora. No quise contarle de mi propia experiencia con un tipo de esos, ese que luego de obtener lo que quería se fue, pues como esas había cientos y era suficientemente lista para saberlo.

—No quiero que te hagan daño... —suspiré, luego de un rato—, eso es todo.

—No lo hará, es un buen hombre. —Tenía vastas dudas al respecto, aunque no se las externé en ese momento—. Además, sé cómo cuidarme solita. No me hará daño.

Me sonrió de una forma en que mi madre solía hacerlo cuando ambos éramos más pequeños, más conciliadora de lo que una chica de su edad debería ser. Yo, por otro lado, le devolví el gesto con un amago de tristeza, pues estaba seguro de que no era así. Supuse que no la haría cambiar de opinión, al menos no ese día, y en mis manos no quedaba la posibilidad de hacer mucho más al respecto. ¿Qué se podía, de cualquier forma? ¿Advertir a Diane? No haría nada, quizá la regañaría y con eso solo conseguiría que Jo se enfadase conmigo y no me contara más sus cosas. ¿Amenazar a Dan? Lo mismo. En mis manos quedaba nada más que velar porque cuando el golpe llegase, no fuera demasiado fuerte para ella.

—El lunes iré a tu escuela a ver qué diablos sucede con el hijo, ¿de acuerdo?

Se acercó a estampar un sonoro beso en mi mejilla y murmuró un "gracias" seguido de un "deja de preocuparte tanto" antes de salir de la habitación.

Las páginas que dejamos en blanco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora